Aunque mi abuela ya no estaba para verlo, seguí su consejo y hace años conseguí colocarme en un banco. Tenía razón. Salvando algunas compañías despreciables –ya sabéis de qué/quién hablo-, una empresa de este tipo ofrece una solidez que ayuda a vivir tranquilo. Por eso he comprado un sitio donde vivir y tengo una hija preciosa.
Pero hoy estoy acojonado. Lo peor es que se veía venir: los Críspulos han pasado de ser la excepción para convertirse en la regla. Hay tanta preocupación por ponerse medallas que alguno parece un general ruso.
Y claro, tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. La causa-efecto ha llegado: mi adorada empresa quiere poner en la calle al 20% de la plantilla. Y me he acojonado.
Y claro, tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. La causa-efecto ha llegado: mi adorada empresa quiere poner en la calle al 20% de la plantilla. Y me he acojonado.
Vivimos tiempos líquidos, en los que no hay certezas sólidas a las que agarrarse.
Esto se ha convertido en un campo de minas en el que si escuchas el rin rin del teléfono, puede sonar como el detonador de una bomba. Así que sigo agachado y sin moverme, esperando que sieguen por encima de mi cabeza.
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