Estoy dándole vueltas al caos de mi empresa. Debería ir viento en popa, pero se cae a trozos. Me jode porque en un banco hay poco que inventar y todo se ha hundido por una generación de incompetentes cuya ignorancia sólo es superada por su presunción.
Gestionar este negocio es sencillo. No hay que modificar sistemas que funcionan para incorporar vuestras brillantes ideas, basta con dejar las cosas como están. Los procesos simples como la respiración o la digestión funcionan mucho mejor que vuestros sistemas revolucionarios. Vuestra incompetencia nos ha traído hasta aquí, pero creedme, un hormiguero no necesita listos como vosotros para encontrar el camino. La colaboración basta para encontrar la mejor ruta.
Lo peor es que estáis convencidos de que sois la solución y no el problema. Dice Nassim Taleb en El Cisne Negro que los humanos somos víctimas de una asimetría en la percepción de los sucesos aleatorios: atribuimos los éxitos a nuestras destrezas y los fracasos a sucesos externos que somos incapaces de controlar. Estoy de acuerdo en lo esencial con el amigo Taleb, pero en vuestro caso la asimetría es mayor. No sólo apuntáis los éxitos propios a vuestras destrezas. También los ajenos. Si algo en lo que participáis sale bien, es gracias a vosotros. Y si no intervenís y sale bien, también es gracias a vosotros. Qué habéis aportado es lo de menos, ya se os ocurrirá algo. Mientras tanto os subiréis al carro para contar que vosotros, y sólo vosotros, habéis llevado las riendas que conducen al éxito.
Sin embargo, los fracasos tienen algo en común: nunca estáis implicados. Si una iniciativa es un desastre, es culpa de otros, cosa de plebeyos ignorantes en los que se proyectan todo tipo de vicios laborales. No han sabido entenderos, no han comprendido vuestra genialidad. Los consultores y ejecutivos agresivos sois almas piadosas encargadas de señalar el camino recto a trabajadores descarriados.
Tenéis un extraño concepto de la empresa. El éxito es sólo vuestro, pero socializáis el fracaso. Los errores son de todos, por no decir exclusivamente ajenos. Y mientras vosotros os dais palmaditas en la espalda celebrando tanto éxito, nuestro trabajo pende de un hilo. Me jode que juguéis a la ruleta rusa con mi cabeza y mis balas. Porque si me pegáis un tiro, la culpa no será vuestra por apretar el gatillo, sino mía por estar delante del cañón, ¿verdad?.
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