Siempre he pensado que las mujeres son más complicadas que los hombres. Dos tíos cabreados se revientan a hostias y al final se matan o se van de cañas, pero las mujeres pueden sonreírse durante años mientras se ponen veneno en el café.
El curro me ha permitido verificar mi teoría a través de tres individuas del departamento que se llevan a matar. Una parece un Hare Krishna de esos pesaos: todo buen rollo, paz interior y una vocecita infantil que no casa con su mala hostia. Otra es la versión femenina de Julio Iglesias, con un moreno perenne y un acento arrastrado que apunta al barrio de Salamanca. Y la tercera es una oveja descarriada que va a su bola y no comparte información. Disimulan lo que pueden, pero se odian.
Su relación nos afecta porque el Alemán de Valladolid nos ha metido en el lío de cerrar oficinas (para eso de hacernos más fuertes, más compactos y no se qué más chorradas) y tenemos que ayudar a los compañeros de las sucursales resolviendo sus dudas. Y por decirlo claramente, no tenemos ni puta idea. Dependemos 100% de la información que nos proporcionen estas señoras.
Y el alemán, tan avispado para algunas cosas, no ha pillado esto. Por algún extraño motivo piensa que son amigas y trabajan en equipo, pero la realidad es que las tres aspiran a ser la única cabeza visible, y eso no puede ser. Así que pasa lo que pasa: en función de a quién preguntes, la respuesta es distinta. Se me ocurrió que preguntarlas a la vez podría ser la solución, pero tampoco. Automáticamente empiezan a discutir como gallinas locas y se olvidan de ti. No responden.
Y el alemán, tan avispado para algunas cosas, no ha pillado esto. Por algún extraño motivo piensa que son amigas y trabajan en equipo, pero la realidad es que las tres aspiran a ser la única cabeza visible, y eso no puede ser. Así que pasa lo que pasa: en función de a quién preguntes, la respuesta es distinta. Se me ocurrió que preguntarlas a la vez podría ser la solución, pero tampoco. Automáticamente empiezan a discutir como gallinas locas y se olvidan de ti. No responden.
Como podéis imaginar, las reuniones con el alemán son un circo. Como cree que se llevan bien y ellas están interesadas en mantenerle engañado, priman las sonrisas y el amor universal. Hasta que una interviene. Justo entonces se acaba el amor. Si las otras pueden contradecirla y argumentar en contra, lo hacen. Aplican una compleja política de alianzas que varía en función de su conveniencia, pero siempre suma dos contra uno. De modo que no hay decisiones unánimes y siempre alguna se lleva una mano de hostias. Y mientras tanto en las sucursales flipan con nosotros porque según el día contamos cosas distintas.
El caso es que este tema tiene un punto dramático. Porque cuando el alemán no las ve lo pasan mal, con llantos y mucho llevarse la mano al corazón. Incluso la Hare Krishna ha estado al borde del desmayo en una ocasión. Pedazo de arpías. Menos soponcios y más profesionalidad, please.
Doy por confirmada mi teoría de que las mujeres pueden ser perversas de cojones. Además puntualizo que no me gustan los rebaños, porque peor que el propio rebaño es tener varios perros pastores empujando cada uno hacia un lado. Al final te quedas en medio y te llevas la hostia del pastor.
Y para el alemán: tres estrellas en el mismo cielo pesan demasiado. Que lo sepas.
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