martes, 21 de octubre de 2008

Un "No" molesto

¿Existen los trepas? Me ha dado por mirar qué se cuentan en la Real Academia y sí, parece que sí. Uno de los significados de la palabra trepar es “elevarse en la escala social ambiciosamente y sin escrúpulos.” Es curioso que escrúpulo suena un poco como Críspulo, aunque hay una enorme distancia entre sus significados. También, por eso de los segundos diagnósticos, he consultado un diccionario de botánica y he visto que trepador es un término que se aplica a las plantas que "no pudiéndose valer de sí mismas para mantenerse enhiestas, se encaraman a cualquier soporte, como otra planta, un muro, un peñasco, etc."
Que sí, que existen.

Como contaba en el post anterior, Críspulo apareció casi por sorpresa un mes de Marzo de hace unos años. En mi caso había cierta suspicacia previa. Sabía que mi jefa estaba buscando a alguien en el mercado y lo mantenía en secreto. No mola eso de los secretos, sobre todo cuando pueden afectar a más de 8 horas diarias. Nos ocultó hasta el nombre de nuestro nuevo compañero una vez fichado. Algo raro se venía encima.

Y llegó el día de la incorporación. Como casi siempre, la jefa llega tarde. Suena el teléfono y escucho su desagradable voz pidiéndome que vaya a buscar al pieza. Joderrrrrrr, no había otro.

Subo al hall y allí está. Pequeño, enjuto, mirada de ojos entrecerrados. El traje que lleva es el que se pondría tu primo del pueblo en una boda. Lleva los pelos de la coronilla levantados. Así a primera vista me recuerda a Joselito, el niño ese de las películas, pero se intuyen rasgos de tiburón. Malas sensaciones con apariencia humana.

Saludo y pregunto qué tal, si se encuentra nervioso en su primer día. ¿Respuesta? NO. Sin más, sin coletilla de cortesía. Dicho con un pasmoso aire de suficiencia y volviendo la mirada después de decirlo. Me sentí un poco agredido. Un gesto de cortesía se responde con otro, o al menos se adorna con palabras. Pero no era el caso, había venido para demostrarnos algo y empezaba pisando fuerte. Le faltó mear en el hall para marcar su nuevo territorio.

Fuimos hasta el departamento sin cruzar palabra. El paseo es corto, pero se me hizo largo mientras observaba al nuevo inquilino. Hasta sus andares son porcinos. Anda con los cuartos traseros rígidos, patita delante, patita atrás, separando mucho las pezuñas a cada paso, como si estuviese escocido. Cuando te mira levanta las napias en un ángulo de 45 grados, queriendo ser más alto que tú con la punta de la nariz. Pero da igual, aunque salte seguirá siendo de reducido tamaño, una talla S. El brazo derecho lo lleva doblado en ángulo recto como si llevase una chaqueta colgada. Críspulo desprende un cierto aire marcial, aunque no llega a la estatura mínima para el ejército.

Llegamos al departamento y le presento a mi compañero. Saluda y se va. Recorre el departamento husmeando rastros. Como buen depredador descubre el olor de los jefes y se acerca a ellos. Se une a la manada e inmediatamente comienza a cruzar conversaciones sin presentarse a los plebeyos que trabajan en el departamento. Parece que los jefes son los únicos con nivel suficiente para relacionarse con Su Alteza. Los demás, los que no tienen poder, no valen una mirada.

No recuerdo más de ese primer día. Creo que su “NO” rotundo y su aire sobrado fueron suficientes. Sólo recuerdo fogonazos del individuo arriba y abajo mientras mi instinto se alarmaba ante lo que parecía un niñato pelota y sin escrúpulos.

Os iré contando, pero mi teoría de los cinco minutos se enuncia así: cinco minutos son suficientes para saber si un libro nos gusta, una película nos interesa o una persona merece la pena. Conforme pasa el tiempo más científica me parece por las veces que la verifico. Y esta parece una ocasión más que adecuada para confirmarla.

Moraleja - Como decía Oscar Wilde, no hay una segunda oportunidad para una buena impresión.

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