El otro día nos explicaron en un curso una técnica curiosa: el pensamiento lateral. Se trata de producir ideas que estén fuera del patrón de pensamiento habitual, que podríamos llamar vertical.
En mi caso, el pensamiento (al menos en el curro) es netamente vertical. Se plantea un objetivo y lo sitúo arriba del todo. Voy poniendo etapas por debajo hasta alcanzar la conclusión. Todo muy secuencial, comprensible, desagregado.
Como suele suceder cuando me explican algo nuevo, pensé en aplicarlo. ¿Sería fácil? Imaginemos que mi jefa me encarga un proyecto. Tal y como lo hago ahora, pienso en lo que me han pedido, y voy añadiendo etapas y pasitos que me conducen a ejecutarlo. De arriba a abajo.
Ahora apliquemos el pensamiento lateral. Eso de ideas extrañas aplicadas al proyecto. Para simplificar lo haremos por partes.
1) Aplico el pensamiento lateral izquierdo. A la izquierda de mi mesa está la puerta del departamento. Esa puerta me sugiere café, calle, libertad, ocio. Demasiadas cosas para aguantarlas en el curro. Lo más probable es que si incido en esa línea de pensamiento me levante y me vaya. A lo mejor si lo pienso mucho ni vuelvo.
Casi que descarto el pensamiento izquierdo.
2) Ahora veamos el pensamiento lateral derecho. A mi derecha tengo un compañero que es un trepa. Un trepa como no lo había visto nunca. Es tan trepa que debería donar su cuerpo a la ciencia para que lo examinen. Cuando pienso en él me pongo de una mala leche que no puedo. Se me eriza el vello de los brazos y me cargo de adrenalina. Si sigo pensando en él, me levanto y le suelto una hostia. Y luego le cogería del cuello hasta que se ponga rojo.
Mejor descarto también la derecha.
En fin, que soy de la vieja escuela. Si empiezo a pensar de lado me pierdo. Acabo despedido o en la cárcel.
Por mi salud y la de mi compañero, pensamiento vertical.
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