viernes, 15 de junio de 2018

Zapatos

He dado muchas vueltas últimamente. De un banco a una filial de otro, y finalmente repescado por ese mismo banco para hacer cosas más molonas.

He visto y conocido a mucha gente de la que no tenía referencias y en más de una ocasión me ha tocado calibrarles de un vistazo para no meter la pata.

De tanto hacerlo llegué a una pequeña conclusión: si queréis saber algo de una persona, la primera mirada no la hagáis a la cara: mirad sus zapatos. Con calcular el precio, ver el estilo, color y condición, podemos intuir muchas características personales del propietario.

Porque las cosas por debajo de la cintura siempre son más interesantes.

viernes, 1 de junio de 2018

La putada

Una tarde se Septiembre, al poco de llegar al departamento, mi jefa andaba estresada repasando un PowerPoint. De vez en cuando levantaba la vista de la pantalla y me miraba como maquinando algo. 
Un rato más tarde me miró fijamente y se deslizó hasta mi sitio empujando la silla con los pies. Me susurró que “había surgido un imprevisto” y que no podía hacer una presentación que había comprometido para el día siguiente. Para disipar dudas lo remató con un clarificador “así que si no te importa, vas tú”. ¿Me importaba? Claro. Pero recién llegado al departamento si la jefa te hace esa oferta, hay dos vertientes: una que confía en ti –la buena-, y otra que te pide/impone un favor –esa no tan buena-. Pero de negarme, los cojones. Que me miraba a los ojos mientras me endosaba el marrón.

Al minuto, y sin agradecimiento, recibí un mail con un PowerPoint, una dirección y un horario. Nada menos que una hora de presentación. Se me iba a secar la lengua. Leí la presentación en diagonal -era un desastre- y me encomendé al patrón de los asalariados.

Al día siguiente cogí un taxi y me dirigí a la dirección de la convocatoria. 

Primera sorpresa: aquello estaba en La Moraleja. En un Palacio de Convenciones lujoso y casi infinito.

Segunda sorpresa: fui atendido por dos chatis que parecían modelos de alta costura. Huy, que eso no era lo que parecía… Me llevaron hasta una puerta doble y me indicaron que entrase por allí, avisándome de que el ponente anterior estaba a punto de terminar.

Y la tercera, que casi me muero al abrir la puerta. Aquello era como un cine: una sala enorme, oscura, con cientos de cabezas y un pasillo central. Al fondo había una pantalla gigante llena de gráficos que explicaba un señor desde un púlpito.

No me cagué encima porque no tenía la necesidad, pero podría haber pasado. Me senté temblando en un asiento del fondo, y tres minutos después se encendió la luz. Se acercó al púlpito un individuo con pinta de lacayo que portaba un micrófono y dijo: “Así que despidamos con un fuerte aplauso a D. XXXX, Consejero del Banco Mundial, y recibamos igualmente al próximo ponente, D. XXXXX (-> yo)“. 

Aprovecho para confirmar que la tierra no puede tragarte por mucho que lo desees. Creedme. 
Dado que el suelo seguía firme, se volvieron los cientos de cabezas y tuve que andar desde el final de la sala y escalar hasta el púlpito. El lacayo, con movimientos entrenados, me levantó el faldón de la chaqueta, me colgó una petaca en el cinturón y un micrófono en la solapa. Me dejó en la mano una especie de boli con botones, y desapareció. Se apagó la luz y me alumbró un foco. Silencio absoluto. Cabezas que me miraban. Alguna tos. Y mi miedo. Un miedo primario que me atenazaba.


No soy yo, pero casi

Prefiero no pensar esos sesenta minutos que transcurrieron segundo a segundo, pero fue como pasar por un túnel sin luces. No soy muy consciente de lo que dije, pero hablé. Hablé hasta que llegó la última lámina y volvió el lacayo a recuperar la petaca y su boli con botones.

Cuando pienso en ese día, recuerdo todo como visto desde arriba, y soy consciente de haber vuelto odiando a mi jefa y con la conciencia anestesiada. 

¿Sabéis lo que pasó cuando llegué a la oficina? Que mi jefa me preguntó con indiferencia como había ido y me dijo que “había surgido otro imprevisto” para el día siguiente. ¿Quieres caldo? Pues eso.

Si alguien de buena conciencia piensa que mi jefa me dio una oportunidad, clarifico que fue de esas en las que te llevas cornadas. Y me las llevé. Dos veces.



P.D. - Pasado el tiempo sigue sin hacerme gracia. Tampoco pienso que lo hice bien. Esa presentación sigue archivada en la caja de las putadas y me recuerda la absoluta falta de ética de mi jefa, quien para cubrir sus miedos, me mandó al matadero sin miramientos.