miércoles, 9 de julio de 2008

Los macacos y el apego

Harry Harlow (1905-1981) llevó a cabo experimentos con macacos para demostrar que los bebés desarrollan amor por sus madres porque estas les alimentan. 

Para probarlo, elaboró dos "madres": una de alambre y otra de trapo con una bombilla que daba calor. La primera proporcionaba alimento a la cría, mientras que la segunda proporcionaba calidez. Sorprendentemente, los macacos preferían a la madre de felpa, acudiendo a la de alambre solo para comer. 

Harlow se había equivocado. La motivación no era la alimentación, sino que esto era algo secundario que reforzaba el vínculo. Ante una situación de miedo, los macacos también acudían a las "madres" de felpa. Así, se concluyó que prevalecía el apego sobre la alimentación. Nos puede el cariño.

Ahora, ¿cómo se relaciona esto con el amor adulto? La respuesta es sorprendentemente similar. Aunque no nos guste admitirlo, los adultos también buscamos calidez y consuelo en nuestras relaciones, mucho más allá de la mera supervivencia o conveniencia. En el mundo de las citas modernas, donde las aplicaciones nos permiten "navegar" entre posibles parejas como si el amor fuera un supermercado, seguimos buscando algo más profundo y significativo.

Imaginemos una cita en un restaurante elegante. Friamente podríamos pensar que el exclusivo menú es lo que realmente importa, que el hecho diferencial para ganar el corazón del otro está en impresionar con la comida o el poder. Porque en cierto modo todos queremos impresionar de una u otra forma. Tengo la sensación de que los descapotables y la ropa juvenil cara están intimamente relacionados con esas idea. Sin embargo, igual que a los monos de Harlow, no es la exclusividad de la cena lo que nos atrae. Es la risa compartida, la sensación de seguridad al tomar la mano del otro, y la calidez de una mirada comprensiva lo que realmente nos conquista.

Consideremos ahora a la misma pareja que se conoció en la exclusiva cita. Tras una década juntos, se encuentran en medio de una discusión sobre qué cenar. Ella sugiere sushi, él quiere pizza. Tras una bronca que podría haber sido moderada por la OTAN, acuerdan pedir ambos platos. 

Al final de la noche, mientras saborean su mezcla culinaria, se dan cuenta de que no es la comida lo que los une, sino el hecho de que se preocupan lo bastante el uno por el otro como para intentar hacer las paces y permitir que el otro sea feliz. Y así, entre bocados de sushi y mordiscos de pizza, recuerdan que el verdadero sabor del amor es la compañía y la comprensión mutua.

En resumen, que igual que los macacos de Harlow, los adultos valoramos la conexión emocional y la calidez humana por encima de las meras necesidades básicas. Nos molan los coches, las mansiones, loa yates... pero el amor adulto, al final del día, se basa en el cariño, el apoyo y la presencia constante, mucho más que en los lujos o las comodidades materiales. 

Porque, como bien demostró Harlow, nos puede el cariño.

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