sábado, 14 de julio de 2018

Café frío

Otro café frente a la ventana. Llueve y me apetece estar en casa jugando con la niña. De fondo resuena mi jefa envuelta en sus conversaciones políticas. Propone una cena a algún directivo para discutir no se qué tontería. Rodeo la taza con las manos para confirmar que el café está frío mientras me evado de su conversación. No acabo de entender esa lógica de vivir como no te gusta para poder vivir como te gusta.  

Tiro el café en la papelera y dejo de pensar en cosas que no puedo corregir. A veces lo más simple me resulta inexplicable. Porque cuando llueve por dentro no hay paraguas que tape.

domingo, 8 de julio de 2018

sábado, 7 de julio de 2018

Robinsón

Me encanta una canción. se llama Robinsón y es de Ana Belén. Habla de alguien que siente que ha perdido el control de su vida y ve como su tiempo e ilusiones se le escapan entre los dedos. Dice la canción que ese alguien sólo piensa en escapar "como un Robinsón de regreso al mar". Frase evocadora, sí señor. Volver al orden, simplificar, reconducir... 

Me dice una amiga que esa canción me gusta porque escucho mi historia. Dice también que así seguiré mientras no me arme de valor y me lance a ciegas a por mi sueño. Que esas decisiones, en las que acabas haciendo y haciéndote daño, son complicadas porque terminas atrapado en tu laberinto interior hasta que reconoces -dolorosamente- que el camino a la salida está ahí dentro, en alguna de las rutas desconocidas que has de recorrer. Y qué coño, que si mi felicidad va por ahí, que debo tener los huevos para tomar las riendas y cambiar el rumbo. Hacia donde rompen las olas.  A hundirme en el mar.

Y así, como dice mi amiga, no volveré a oír la canción con la sensación de que habla de mí. Ni a mirar por la ventana buscando horizontes azules.

Gracias, amiga.

miércoles, 4 de julio de 2018

Tácticas




Todos los que son estúpidos lo son, y además la mitad de los que lo parecen.
Quevedo




En este deslumbrante mundo de reuniones improductivas también hay tácticas. Suelo aburrirme y desconectar ante las sandeces que llego a escuchar. Eso sí, cuando no tengo ni idea de lo que me están contando y quiero parecer inteligente, uso una táctica.
Pongo cara de interesante y pregunto muy serio: “¿En qué te basas para sostener esa afirmación?”. Sin excepción, al que explica le entran sudores fríos y se aturulla explicando cifras y conclusiones. Mirándole fijamente guardo unos incómodos segundos de silencio y remato con un contundente “Entiendo” acompañado de más silencio. No falla. 

Salgo sin tener ni puta idea, pero todos piensan que lo he pillado. 

Ilusos!!!!

domingo, 1 de julio de 2018

La carta

Me siento un poco apagado. Supongo que inconscientemente me he acordado de mi abuelo, que murió tal día como hoy hace años. Lo cierto es que desde por la mañana he ido encadenando pensamientos hasta llegar pensar en la soledad. Normal. Siempre percibí a mi abuelo como un solitario a su pesar. Y un día pude confirmarlo por una de esas extrañas casualidades que la vida nos ofrece. Escribiré sobre este tema de un tirón, porque si repaso seguro que borro cosas necesarias para entender esta historia.

Vayamos al principio. Cuando falleció mi abuelo comenzó el proceso de deshacer su vida en cajas. Con más de ochenta años vividos, me asombra lo poco que pervive de una persona después de su muerte. Aparte de los recuerdos, casi nada.
Sin embargo esta vez había algo distinto. Rebuscando en un cajón encontré una carta escrita por mi abuelo. Estaba terminada pero no fue enviada. Iba dirigida a una mujer murciana de la que tenía apenas información: sabía que mi abuelo la conoció al poco de casarse, que eran los tiempos complicados de la Guerra Civil y que durante un tiempo esta mujer alojó en su casa al joven matrimonio. En la carta mi abuelo escribió que la recordaba y la echaba de menos, e incluso mencionaba la posibilidad –o deseo- de verla en alguna ocasión. Era una discreta carta de amor.

Comprendí que amó a esa mujer y que probablemente todavía la amaba cuando falleció. No tengo dudas de que quiso a mi abuela, pero también creo que si escribió una carta de adolescente a una mujer octogenaria es porque durante sesenta años tuvo el corazón en dos sitios. Si no hubiese implicado hacer daño a mi abuela, probablemente alguna vez habría subido en un tren con dirección a Murcia. Pero los caminos de la vida son obstinadamente tortuosos.

Estos sentimientos se congelaron la mañana en que mi abuelo se lanzó por una ventana. Mi abuela despertó y le preguntó qué quería desayunar. Pidió como otras veces chocolate y cuando mi abuela se dirigía a la cocina, saltó sin dudas y sin despedidas. Un plan perfectamente trazado y ejecutado. Muchas veces he querido saber qué pasó esa noche. Debió ser una noche muy larga y echo de menos un último consejo. ¿Habría cambiado algo de su vida? Después de leer la carta, creo que sí. Por eso me gustaría tener su consejo, porque valoro la experiencia como guía y quiero creer que todavía queda bastante de mi vida por escribir.

Hoy, desde una indeseada madurez comprendo que mi abuelo fue un hombre retraído por una vida interior demasiado compleja. Le bullían unos sentimientos que los demás no podíamos ver. Se le escapaba la vida que no vivió y le condujo a la soledad pese a estar rodeado de gente.

Conociendo este caos de vidas no vividas me sorprende que no haya cambiado la imagen que veo cuando recuerdo a mi abuelo. Siempre es la misma. Está de pie, en su huerto, con mi abuela a su lado. La tiene cogida del hombro y ambos sonríen satisfechos. Supongo que eso debe ser el cielo, una felicidad sin final ni fisuras.
Mi abuela también está feliz, sonríe con la misma intensidad. Y cuando lo pienso, deduzco que ella también debió tener un murciano en el que pensar. Nunca encontré su carta, pero sospecho que existe. Como algún día existirá la mía.

Abuelos,  no os olvido. Un beso para los dos.