miércoles, 22 de agosto de 2018

Ventanas

Hace un par de años investigué mi árbol genealógico. Me sorprendió la cantidad de datos que obtuve, y sobre todo lo lejos que llegué. En algunas ramas hasta el año 1.450. Lo pasé bien. Entre toda esa información descubrí infidelidades, asesinatos y más de un secreto familiar. 

También me di cuenta de lo deprisa que pasa el tiempo y de lo insignificantes que somos. Cada uno de estos señores había tenido una vida como la mía, con alegrías, tristezas y esperanzas. Y ahora esas vidas se resumen en una celda en Arial 10 dentro de un Excel con forma de rama. 
Pero lo que más me llamó la atención fue encontrar suicidas. Muchos, más de los debidos. Y todos apelotonados en línea directa por rama paterna. Parece que hay algo que se transmite con la sangre.

Aunque es un tema un poco tabú, sobre todo porque no me gusta hablar de ello, soy muy consciente de que mi abuelo, mi querido abuelo, se lanzó hace unos años desde la ventana de su habitación. Se sintió enfermo y decidió no envejecer más. Siempre se sintió joven, pero el tiempo le impidió serlo para siempre. 
Nunca olvidaré la desazón que sentí esa mañana en que sonó el teléfono demasiado temprano. Y he recordado que cuando era pequeño mi abuelo me decía con media sonrisa que cuando muriese le tirásemos al río para dar de comer a los peces.

Ya tengo más años de los que me gusta tener y empiezo a entender algunas decisiones difíciles. A veces la violencia con la que se muestran pueden dificultar su comprensión, pero estoy empezando a comprender algunas conclusiones a las que se llega con serenidad.
Porque no siempre el futuro es tan prometedor como parecía años atrás. No siempre puedes girar esquinas y cambiar la dirección de tu vida. Y sobre todo porque he constatado que tenemos una percepción cíclica de la vida, aunque la vida raramente pasa dos veces por el mismo sitio. No siempre existen segundas oportunidades y, a veces, la renuncia es una opción.

Ahora, cada vez que me asomo a una ventana me fijo en el paisaje del otro lado. Y si me gusta y la altura es la adecuada, tomo nota de una alternativa más de las muchas que da la vida. Porque en el fondo todas las ventanas están enamoradas de un suicida. Y porque el suicidio es la manera en que el humano le dice a Dios: "No puedes despedirme, ¡Renuncio!".

viernes, 17 de agosto de 2018

Las masas y las moscas

¿Debo conformarme con mi curro de mierda porque dicen que soy un privilegiado? Dicho de otra forma, ¿debo modificar mis convicciones por lo que piensan otros?

La repuesta es no. No quiero cambiar mis ideas por opiniones ajenas, aunque a veces me da cosica quejarme después de tanto oír el mismo mantra: que soy afortunado por tener trabajo y que las cosas están muy mal. Reitero que sólo me quejo de mi posición relativa -eso de que todo el mundo cobre el doble que yo- y no de la posición absoluta, porque al final tengo un curro que me permite vivir. Y joder, me mantengo en mis trece. Que no está bien eso de tener remuneraciones distintas para el mismo trabajo.

Pero si la presión llegase a ser desmesurada, ¿le echaríamos huevos y mantendríamos nuestra postura, o cambiaríamos de opinión? Hala, a pensar. Mi dilema, como siempre, llegó tarde. Un tal Salomón Asch ya había realizado un experimento para saber si la opinión de la mayoría vinculaba las decisiones individuales. Cogió a unos cuantos señores y los metió en una clase. Todos, salvo uno, eran actores. Se les planteó una tarea muy sencilla: decidir si una línea era igual de larga que otra. Gráficamente se les mostraba algo como esto, pero en dos tarjetas:


Los participantes debían responder cuál de las tres líneas de la segunda tarjeta era igual de larga que la de la primera tarjeta. De manera deliberada, la tarea era fácil y la respuesta obvia. Los turnos se organizaban de forma que el sujeto estudiado siempre era el último o el penúltimo en responder. Cada participante iba respondiendo en voz alta a su turno.

El estudio de Asch mostró lo que todos sabemos: que existe un alto porcentaje de conformidad grupal (o conformismo) en las respuestas. Aproximadamente, un tercio de las personas daban respuestas incorrectas a pesar de que sabían la respuesta correcta. La conclusión es que para estar en sintonía con el grupo, una persona modifica su respuesta aunque sepa que tiene razón. Y si esto pasa con un problema obvio, ¿qué ocurre con problemas más complejos o con más variables en juego? Que nos dejamos llevar por la corriente. Y que ésta arrastra nuestros principios.

Me salva que nací cabezón, y ya lo pueden repetir tantas veces como quieran, que seguiré pensando que lo mío es injusto. Además tengo la convicción de que ese enfoque positivista que te hace verte como un privilegiado cuando no lo eres es malo. Tenemos derecho a ser negativos y podemos quejarnos aunque haya casos peores que el nuestro. Está mal visto ser objetivo, sobre todo en los aspectos negativos de la vida: al que llama a las cosas por su nombre se le tilda de cenizo, de negativo o de no tener perfil triunfador. Ese optimismo barato lo empapa todo a su paso y el que no es como Pepe Sonrisas se queda fuera de juego.

En la vida real todo es distinto. Supongamos que me levanto con actitud positiva y voy silbando al trabajo mientras disfruto del canto de los pájaros. Llego y encuentro fracaso, decepción, arbitrariedad y falta de relación entre lo que hago y lo que obtengo.
Supongamos ahora que me levanto de mala hostia, con pocas ganas de trabajar, maldiciendo el tráfico y el calor. Me dirijo a la oficina pensando en lo mal que irá el día y sabiendo que nada de lo que haga será apreciado. Sin embargo, gracias a que estoy en una organización abierta, al trabajo en equipo, y al sistema de motivaciones y remuneraciones implantado en mi empresa transcurre un día perfecto. ¿Seguro que la actitud positiva tiene algo que ver con el “resultado final” en alguno de los dos casos?

Pienso que la vida es Marketing. Tratamos todo con eufemismos para no ver la realidad. Resulta que ya no hay despidos sino etapas de transición, y tu pareja ya no te deja, sino que te da la oportunidad de tener una nueva vida. Por los cojones. Lee. Piensa. Que estás en la puta calle y tu mujer te ha dejado. Que eres un fracas pero todavía no te has enterado.

Por todas esas razones trataré de ser objetivo. Que la mayoría piense una cosa no significa que sea cierta. Pensar "por volumen" es un error. Y si no, mirad las moscas y sus conductas.

jueves, 2 de agosto de 2018

El psicópata enano


Con Borja Mari he explorado casi todas las opciones para racionalizar su conducta. He tratado sin éxito de encontrar una línea argumental que justifique su comportamiento. Probablemente haya acertado en algunas cosas, pero he llegado a una sorprendente conclusión en la que, ahora sí, encajan todas las piezas: el enano es un psicópata.

¿Exagerado? No tanto. Hace unos años el doctor Paul Babiak analizó los rasgos de la personalidad de más de 200 profesionales corporativos en Estados Unidos, usando la Lista de verificación de psicopatía desarrollada por Robert Hare.

Encontró que el 4% de los profesionales estudiados alcanzaban o excedían el punto de la psicopatía, eso es un promedio de uno de cada 25, cuatro veces más de lo que se espera encontrar en la población en general. No está mal, ¿no? Ha llegado el momento de que mires alrededor y empieces a localizar a tus compañeros psicópatas.

Históricamente muchos expertos han pensado que los psicópatas no serían capaces de tener éxito en los negocios. Pensaban que sus comportamientos se harían evidentes y, en consecuencia, sus abusos y manipulaciones conducirían a fallos dentro de la empresa. Los llamados “expertos” estaban equivocados.
Babiak -junto a Robert Hare- no sólo descubrió los métodos mediante los que los psicópatas se infiltran y ascienden en las empresas, sino que además acabó con la idea de que los psicópatas no podrían triunfar.

En el mundo empresarial de hoy en día, ambicioso hasta la extenuación, los rasgos más radicales de los psicópatas han sido confundidos con virtudes: su narcisismo se ha confundido con un “rasgo de liderazgo positivo”. Además se manejan satisfactoriamente bajo presión por no poseer la habilidad de sentir miedo o estrés. ¿Ha visto mi jefa alguna de estas virtudes en el enano? Sin duda

Algunos de los signos delatores de un psicópata evaluados por el test utilizado por Babiak son los siguientes: son superficialmente encantadores; se creen los mejores; no tienen metas específicas; mienten fácilmente; no sienten remordimiento; sus afectos no son profundos; son fríos, inconsiderados y despectivos; sólo ayudan cuando les conviene; son irritables, se enfurecen a menudo y son impacientes e impulsivos. ¡¡¡Es la definición de Borja Mari!!!

Siempre he dicho que Borja Mari no tiene ni puta idea de su trabajo y que va de simpático, asociándose exclusivamente a los poderosos. Tiene un punto fantasioso. Se refiere a sus superiores con sus nombres de pila, como si acabase de estar con ellos. Los psicópatas, como él, siempre dan una buena primera impresión: son a veces encantadores y casi siempre grandiosos. Tienen una baja capacidad de gestión y poseen cero capacidades para las profesiones. Sólo se preocupan es por sí mismos.  Hasta aquí encaja, ¿no?

Otro de los rasgos del puto enano es su capacidad para hablar de temas que no conoce. Según señalan Babiak y Hare, los psicópatas habitualmente se aprovechan de que para muchas personas el contenido del mensaje es menos importante que su forma. Por eso un estilo de charla cargado de argot, clichés, y frases floreadas- suple la falta de conocimiento del terreno que pisa. Son maestros del manejo de las impresiones. Su superficial -pero convincente- fluidez verbal les permite modificar sus personalidades con habilidad para que encaje con la situación. De esto también he hablado antes, ¿no?

Pero, ¿hay más coincidencias? Sí, al menos una más. Los psicópatas buscan una forma fácil de vivir, así que son naturalmente atraídos donde está el dinero: el sector financiero. Los bancos. Como este. Como la empresa en la que trabaja el enano.

A modo de valoración final, me baso en el estudio de Iñaki Piñuel en su libro “Mi jefe es un psicópata”, en el que expone pistas para descubrir psicópatas. Hay ocho características básicas:

  1. La capacidad superficial de encanto. Tienen labia y facilidad de palabra, aunque habitualmente mienten.
  2. Su estilo de vida parasitario. Se aprovechan de los logros de los demás trabajadores.
  3. El sentido grandioso pero irreal de los propios méritos. Tienden a maximizar cualquiera de sus logros.
  4. La capacidad de conectar con el poder. Buscan relacionarse con altos cargos, en su camino al poder.
  5. La excelencia en el mentir. Siempre lo hacen, y lo hacen muy bien.
  6. La incapacidad de sentirse responsables o culpables. Nunca sienten remordimientos y eso los hace muy peligrosos.
  7. Son expertos manipuladores. Consiguen que los demás hagan lo que ellos quieren sin que lo adviertan.
  8. Frialdad emocional. Saben dominar las situaciones de riesgo y no les tiembla el pulso.

¿Las cumple Borja Mari? Todas, sin excepción. 

* - Para más información "Snakes in Suits: When Psychopaths Go to Work" - Paul Babiak, Robert D. Hare y "Mi jefe es un psicópata" - Iñaki Piñuel

miércoles, 1 de agosto de 2018

Ultimátum

Ser un hijo puta por dinero, ¿es normal? ¿Hay que hacer todo por dinero? ¿Lo de Borja Mari es correcto?

Mis amigos, que son muy éticos, no me venderían por dinero. Además ven lo mismo que yo y miran al enano como si llevase "trepa" escrito en la frente. Se trata de una simple elección entre ética y dinero.

La elección de ser un trepa hijo puta va hilada a la propia definición de economía. Hay un concepto, el “Homo Economicus” que ya define Adam Smith en su libro “La riqueza de las naciones.” Según su idea cada persona intentará invertir todos los recursos de que dispone con intención de procurarse un disfrute presente o un beneficio futuro. Esto incluye el trepar, medrar y lamer culos.
  
La idea básica que rige el comportamiento de este Homo Economicus es la negación de cualquier comportamiento diferente al suyo. Hay que maximizar las ganancias o beneficios hasta el límite. Por lo tanto  esta idea considera al sujeto a la vez egoísta y calculador. Un hijo puta, vamos.

En cuanto a la ética, parece que se enfrenta demasiadas veces al dinero. Pero hay un atisbo de esperanza. Se ha podido demostrar que la gente esencialmente tiene ética, y que la norma imperante no es ser como el enano. Se demostró en un curioso experimento llamado el juego del ultimátum.

El juego del ultimátum consiste en ofrecer a una persona una cantidad de dinero (p. ej. 10 Euros) a condición de que comparta esta cantidad con otro. Si el segundo acepta la oferta, ambos reciben su parte. Si no, ambos se quedan sin nada. Como premisa, podemos pensar que si se reparte la cantidad a partes iguales lo lógico es aceptar, ¿no? Pero si el dueño del dinero lo piensa por un momento y se da cuenta de que, dado que es él quien hace la oferta, se podría quedar con 9,50 y entregar 0,50 Euros. ¿Aceptaría la otra parte? Probablemente no.

La idea es esperanzadora porque contradice la teoría del Homo Economicus que guía al puto enano y los de su cuerda. Rechazar dinero no es racional, porque quedarse sin nada es peor que una mala oferta. 

Pero ¿por qué se comporta así la gente? Como hemos visto, la idea más común entre los economistas era asumir que las decisiones económicas estaban basadas en procesos de pensamiento racionales. Pero lo que evidencian los juegos de ultimátum es que no sucede así con los individuos, porque también influyen factores emocionales. Los científicos sugieren como causa principal mecanismos evolutivos o éticos: rechazar una cantidad irrisoria sirve para mantener la reputación. Y los científicos creen que, a largo plazo, la reputación social de un individuo puede aumentar sus posibilidades de supervivencia.

Investigadores de las Universidades de Princeton y Pittsburgh estudiaron en 19 personas los procesos fisiológicos que se dan en el cerebro durante el juego del ultimátum. Los jugadores, que tenían que competir contra humanos y ordenadores, eran examinados mediante un escáner de resonancia magnética, viendo las regiones del cerebro donde había un aumento de actividad.

Sorpresivamente, no sólo se activaban las regiones que se suelen usar durante el proceso de pensamiento, sino también la región que asociada a las emociones negativas. Y cuanto más injusta la oferta financiera, más intensa se hacía la actividad en la zona de las emociones negativas. Curiosamente, es el mismo lugar que se activa en casos de fuertes aversiones, como los olores o sabores desagradables. Además, la respuesta del jugador dependía de si la oferta venía de una persona o de un ordenador. Las ofertas injustas que hacían las máquinas provocaban  menos actividad y se rechazaban con menos frecuencia que las ofertas irracionales que hacían los humanos. 

Hay gran diversidad de respuestas a las ofertas injustas, posiblemente relacionadas con la personalidad. En un estudio reciente, el porcentaje de respuestas negativas a ofertas razonables fue un 16,9% y a ofertas claramente injustas un 78,8%, por lo que es mucho más probable que se rechacen las ofertas injustas que las razonables. En cualquier caso, indica que los principios están por delante del dinero.

Además, se aclara otra presunción: la creencia de que las personalidades más agresivas se rebelan con más ardor ante la injusticia. Los resultados de este trabajo apuntan en el sentido contrario: la confianza y la honradez implican franqueza y claridad al tratar con los demás. Las personas honradas y confiadas tienden a pensar que el resto de las personas también lo son, y que son decentes y merecedoras de confianza. No se registró correlación entre el rechazo a las propuestas injustas y el carácter impulsivo. El rechazo no es más probable en gente que se enfada con más facilidad o es más impulsiva.

¿Qué debemos pensar de todo esto? Que ser tan hijo puta como Borja Mari es la excepción en lugar de la regla, y que todos llevamos dentro un mínimo de justicia. Me da confianza saber que la gente distingue lo justo de lo injusto. 

No sólo mis amigos ven al enano como un listo. Todos lo ven. Como si estuviese permanentemente bajo un foco.

Aunque algun@s lo permitan.

Fuentes: “Honesty mediates the relationship between serotonin and reaction to unfairness” y “La vida secreta de los numeros” (George G. Szpiro)