miércoles, 26 de septiembre de 2018

Estupidez esférica

Entre la maleza laboral encontramos fauna muy diversa. Hoy toca hablar de otra especie que habita en ella. Son los idiotas esféricos, o mejor, “Idiotus Esfericus” que tiene más empaque. Al que yo conozco le llamaremos Jaimito –más que otra cosa por si vuelve a aparecer en algún otro post- pero sin duda vosotros conoceréis ejemplares con otros nombres.

Jaimito tiene voz nasal, utiliza gafas redondas -aunque sospecho que son un mero adorno- y se barniza el pelo con tanta gomina que parece una calva pintada con rotulador. Cuida su imagen porque está convencido de su belleza. 

Reconozco que me gusta ver su foto en la intranet. Aparece mirando a un punto indefinido en diagonal, justo por encima del hombro izquierdo del que mira. No aparece ni de frente ni de perfil, sino de medio lado. Como sus dos perfiles son buenos, hace lo posible porque se vean ambos.

La principal característica de esta especie es que cuando se acerca, automáticamente explica a quien sea como debe hacer su trabajo, como mejorar su vida, o lo que sea. Da igual. Tiene soluciones para todo.
Sus frases habitualmente comienzan con "¿Sabes lo que tienes que hacer?".
Si hablas de bases de datos, él sabe. De criar cerdos, también. Y de turbinas de aviones, más todavía. Siempre aconseja con ese atrevimiento que proporciona la estupidez más rotunda. Su estupidez es de 360 grados, sin ángulos muertos. Una estupidez esférica. 

Pero lo que más mola, lo que me fascina, es que habla de sí mismo en tercera persona. Se admira tanto que se percibe como un ente separado de su presencia física. En las reuniones suelta perlas como “Jaimito opina que…” y se queda tan a gusto. Deduzco que su cuerpo no es más que una correa de transmisión para ese ente genial y ubicuo que es Jaimito. Su entidad física es el instrumento que le permite dirigirse a las masas e impregnarles de su saber.

Jaimito es etéreo, como una pompa de jabón que envuelve estupidez. Sus asnadas son tan frágiles que se deshacen si abanicas el aire con la mano. Pero es tan presuntuoso que molesta.

Y añado: el cambio climático no le afecta. La especie abunda y no está en peligro de extinción. Todos conocemos a alguien como él. 

* - He leído en algún sitio que la naturaleza es sabia y por eso nos ha dado dos orejas y sólo una boca.
Para permitirnos escuchar más que hablar.


domingo, 9 de septiembre de 2018

Verborrea

Ha vuelto a pasar. Ha vuelto a pasar y no puedo resistirme a contarlo. Prometo que es la última vez.

Nada más llegar esta mañana ha sonado el teléfono y me han pedido que suba a una reunión a la que no estaba convocado. Así, a jugármela sin red.

Al llegar he mirado alrededor. Por allí andaban un jefe alemán, Borja Mari y unos individuos de Marketing. He intentado ser cauto y enterarme de qué iba aquello. El germano contaba sus cosas y Borja Mari correspondía asintiendo lentamente y soltando frases en ese espanglish que tanto le gusta. Lo suyo es llevarle el botijo al jefe, pero usando palabritas de fina hondura intelectual.

Todos ponen cara de entender, afirmando con los ojos entrecerrados. A ver quién tiene huevos a decir que no sabe -y son palabras literales- qué es “el deadline de un worksteam de EBC”. A ver quien coño reconoce a estas alturas que no tiene la mínima idea de lo que hablan. 

He estado callado, tomando notas intrascendentes y mirando con cara de estar muy interesado. Como ellos. Y ciertamente me ha parecido un espectáculo: verborrea cabalística, exótica. Esgrima dialéctica en varios idiomas a la vez. He flipado con la mitad de lo que han dicho, pero más con la otra mitad, la que no he comprendido.

Me he acordado de un proverbio árabe que dice: “Soy esclavo de mis palabras y dueño de mis silencios”. Hago caso, pero para contrarrestar los silencios hará falta que se entiendan las palabras, ¿no?