jueves, 18 de octubre de 2018

Borja Mari y el tamaño.

Borja Mari mide poco más de un metro. Y pesará 32 kilos. Un cagarro de mosca al lado de mi jefa. Porque mi jefa es grande, grande de cojones. Una mezcla entre Madonna y el muñeco de Michelín. Una vikinga suelta por la oficina.

Cuando pienso en el fichaje de Borja Mari, creo que a mi jefa la perdió el instinto maternal. En la entrevista debió dejar volar su imaginación y tuvo una visión de Borja Mari sentado en sus rodillas mientras le daba de comer de sus ingentes berzas. Al volver, tanto rollo maternal la hizo enternecerse y le dio el puesto. Casi seguro que sí.

Los pensamientos de mi jefa deben ser como las vírgenes de las iglesias, todo puro y maternal. Yo, que soy más cruel, imagino el momento más cercano a Mari Carmen y sus muñecos. El enano del Borja Mari enterrado entre las berzas de mi jefa, pataleando para que le suelte.

Lo cierto es que volviendo a esto del tamaño, tiene sus pros y sus contras. En positivo, el ahorro: Borja Mari es tan diminuto que se puede poner la ropa de un Madelman. Todo baratito, y con gran variedad: el explorador, el astronauta, el policía... Todo conjuntado. De hecho me he fijado que los viernes, que nos dejan venir a currar de paisano su ropa está como acartonada. Normal, hace 20 años que no se fabrican los Madelman, y por mucho que laves y planches, la ropa no da más de sí. Con el tiempo tendrá que pasarse a modas más actuales como los Power Rangers o los Teletubbies. Aunque quizá sea demasiado informal para ir a trabajar. No sé, mi jefa dirá. De todas formas tiene que se la leche ir a una reunión vestido de Teletubbie.

Por otro lado, el tamaño reducido tiene en contra aspectos como la seguridad vial. Cuando Borja Mari va en coche tiene que levantar las pezuñas para alcanzar el volante. Los ojos le llegan justo al nivel del salpicadero. Ni distingue los pasos de peatones ni ná. Un peligro. Y en el transporte público también hay problemas. Le tienen que aupar para llegar a la barra. Y claro, si se agarra no le llegan los pies al suelo. Viaja en modo trapecista.

Pero vamos, que esto del tamaño también tiene alicientes para mí. Un día de estos voy a comprar el Campo de Concentración de los Barriguitas y me lo voy a llevar al curro. Cuando mi jefa no me vea voy a meter dentro al enano y lo tendré unos días a base de agua y migas de pan.

El próximo puente lo pasará en mi nuevo juguete. Espero que mi jefa no me pille.

martes, 2 de octubre de 2018

La foto

Aquí sigo. No tengo ganas de dar detalles, pero sigo en el mismo departamento de mierda, y además un piso más abajo. Me deleito con un pasillo a mi derecha, mi jefa a la izquierda, y lejos, muy lejos, un patio gris con tan poca luz que no sé ni el tiempo que hace.

El departamento que me acoge -aquí soy como un hijo ilegítimo- terminó un proyecto. No participé, como es costumbre, pero lo iban a comunicar en la revista de la empresa para darle bombo. ¡Ah! y casi se me olvida. El reportaje incluía foto. Pensé, con mi habitual candidez, en una foto tirada con un móvil, algo sencillito para cubrir el expediente.
Iluso de mí. 

Lunes. 9.30 de la mañana. Aparece Borja Mari. Elegante. Pelo recién cortado. Y moreno. Mucho. Como si se hubiese dado una sesión de rayos UVA. 

Minutos después llegó una capa de maquillaje tras la que me aseguraron que se encontraba mi jefa. Maquillada como si fuera a matar a Batman, vamos. Con traje, joyas y un intrusivo perfume.

Y a las 10, la sorpresa. Una individua del departamento de comunicación acompañada de un fotógrafo con una cámara que parecía un arma de destrucción masiva. ¿¿¿Tanta parafernalia para una foto de mierda??? 

La jefa había anticipado que la foto debía representar la tecnología que utilizamos, así que  pedimos prestados unos cacharritos: un iPad, un par de tablets baratas y unos móviles. Todo mediocre salvo el cacharro de Apple. Supongo que esa fue la razón por la que al aparecer el fotógrafo Borja Mari esprintó hasta el iPad y lo agarró con las dos manos. Lo quería para él solo, por eso del tonto y el lápiz. Mi jefa miraba con cara de mala hostia, pero aguantó callada.

Nos llevaron a una sala elegante presidida por el logo de la empresa. Mientras el fotógrafo preparaba su equipo, comentó que el elemento más visible de una foto es siempre el del centro. Y claro, se desencadenó la acción: mi jefa y Borja Mari corrieron hasta el centro del logo. Llegaron a la vez y se pusieron tan juntos que se tocaban hombro con hombro. El enano hacía que leía el iPad mientras mi jefa miraba hacia otro lado. Como si no fuese con ellos. Después de unos segundos empezó una lucha a culazos. Mi jefa, gorda como un camión, no era capaz de desplazar al enano, que con menos carnes que una bicicleta se contorsionaba esquivando culazos. Disfruté del bochornoso espectáculo. Parecían cerdos peleando por bellotas.
Ganó Borja Mari. Por duplicado: se quedó en el centro de la foto y con el iPad en las garras. Babeaba de felicidad el cabrón. Entretanto, mi jefa sonreía a la cámara y echaba rayos por los ojos.

El fotógrafo decidió hacer una foto más: esta vez sentados en una mesa dejando los cacharritos en medio. Así que fuimos a una sala con una mesa grande. Borja Mari y mi jefa giraban lentamente alrededor de la mesa mientras el fotógrafo preparaba el material. Esperaban conocer la orientación de las fotos para coger el mejor sitio. Por eso, en el preciso instante en que el fotógrafo levantó la cámara, se sentaron en el centro de su campo visual. Juntos de nuevo. Silla contra silla. Pero esta vez mi jefa, picarona ella, extendió la mano hasta el iPad y lo arrastró a su vera. Mientras lo acariciaba y hacía como que lo usaba, miraba a Borja Mari con ojos entrecerrados. Ahora babeaba ella y el puto enano estaba fuera de sí, derrotado sin luchar. Rabioso, se levantó y cogió otro cacharro mientras miraba envidioso a la jefa. Y así quedó plasmado en una foto que no me atrevo a publicar.



Pero, ¿entendéis lo que sucedió realmente? Por un instante se levantó la cortina de ego que les cubre. Y al subirse el telón, se vieron. Durante unos segundos ambos vieron al otro lado un cretino que trepa por un escalafón. Y comprendieron que son iguales.

Todo parece igual, pero no lo es. Ahora se sonríen envidiándose y odiándose a partes iguales.

Y es que si los trepas volasen, no se vería el sol.