domingo, 28 de julio de 2019
Talento
Si tienes algún talento, en vez de usarlo para llegar más lejos, úsalo para llegar más acompañado.
miércoles, 24 de julio de 2019
Pequeña declaración de amor
Amanecer el primer día después de las vacaciones. Mi hija se revuelve somnolienta en la cama mientras se desarrolla esta conversación.
- Levanta, cariño, que tienes que ir a la guarde - dice su madre entre besos.
- ¿Porqué Mami?
- Porque Mamá tiene que ir a trabajar para ganar dinero y comprar cosas.
Medio dormida, mira fijamente a su madre y dice - Mamá, no quiero cosas . Quédate.
Medio dormida, mira fijamente a su madre y dice - Mamá, no quiero cosas . Quédate.
lunes, 22 de julio de 2019
Magos y Brujos
El que sabe de qué habla no necesita Powerpoints.
Steve Jobs
No sé en vuestras empresas, pero por los pasillos de las mía circulan vendedores de humo, pseudo-gurús, expertos de etiqueta y auténticos genios de los efectos especiales capaces de crear un ambiente cargado de "pequeñas partículas en el aire resultado de la combustión incompleta de un combustible". Lo que vulgarmente se conoce como humo, vamos. Algunos lo generan en proporciones tan desmesuradas que impiden ver lo que hay detrás. Es la nueva tarea de los falsos Mesías, que se suman a cualquier fiesta aunque no tengan ni puta idea de lo que dicen.
Son nuevas formas de comunicación empresarial que relaciono con la dialéctica griega. Porque la palabra procede del griego dialegomai, que significa diálogo, conversación, polémica, y refleja la manera de llegar a la verdad mediante la discusión y la lucha de opiniones. En contraposición tenemos la "retórica", donde el diálogo está ausente, y una sola persona argumenta defendiendo su postura. ¿Qué opináis, que en mi empresa se utiliza la dialéctica o la retórica? La retórica. A saco. Pasando ampliamente de las opiniones ajenas. Las reuniones y las presentaciones se hacen con el exclusivo fin de aprobar una idea prefijada, sin margen de reacción. La idea la comparto con Steve Jobs, quien entre otras citas soltó la de arriba, la del Powerpoint. Para mí tiene especial sentido porque me recuerda el coñazo del día a día en el que asisto a multitud de reuniones que sólo tienen en común su improductividad y el Powerpoint. Las presentaciones son al directivo lo que el lápiz al tonto.
Si analizáis cualquier presentación, comprobaréis que interesa más la exhibición que la demostración. Buscan hipnotizar al público y usan eslóganes, verbos en infinitivo, imágenes que no tienen nada que ver con lo que se está diciendo. Los poetas del Powerpoint contaminan el discurso generando documentos llenos de palabras huecas como "implementación", "roll-out" o "vertebración". Usan términos que no entienden, pero siempre con muchas sílabas. Así, con proyectar una lámina espectacular, cualquier ignorante puede hablar de lo que desconoce con una soltura aberrante. Esto no va de mejorar o pulir ideas, sino de convencer, de que se haga o se compre algo. Se busca aprobar ideas inamovibles, no sujetas a discusión.
Estos magos de Powerpoint simplifican el discurso hasta el límite en un ejercicio de reducción y jerarquización. Impiden elegir dando un punto de vista hecho. Consiguen que nos sumemos a su pensamiento, evitando toda capacidad de razonar, de discutir, de criticar. Nos convencen con tres imágenes y cuatro lemas. Como si fuésemos niños.
Hasta hace unos años los magos llevaban traje y chistera. Envolvían todo en un aura de misterio, hasta que sacaban algo inesperado de la chistera, convenciéndonos de que la magia existe. Hoy llevan un USB, utilizan proyectores y su chistera se llama Powerpoint. De la chistera sale humo y nos confunden hasta convencernos de que su opinión es correcta. Aunque no lo sea.
¿Siguen siendo magos, o se han convertido en brujos? Habrá que buscar detrás del humo.
Ampliación con un poco de culturilla
Para demostrar el efecto del humo y de las frases deslumbrantes (y vacías) el físico Alan Sokal ideó hace unos años un experimento bastante aclaratorio.
Escribió un artículo para una revista norteamericana con un título memorable: Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravitación cuántica. En él, hablaba con un lenguaje incomprensible, de todo lo que se le iba ocurriendo: psicología, sociología, antropología...
El artículo pasó la criba del Comité de Selección y recibió críticas muy elogiosas de los lectores, que alababan, entre otras cosas, su “claridad de expresión”.
Un mes después, el autor del engendro confesó que era una broma, nada de lo que decía en el artículo tenía pies ni cabeza. Había creado el texto usando las palabras más enrevesadas que conocía y, en muchas ocasiones, había copiado y pegado de artículos que hablaban de temas diferentes. Pero de fondo no había absolutamente nada, solo humo: ni una teoría, ni un dato, ni un ápice de información real. Cuando se trató de averiguar cómo había podido tener éxito, la respuesta más habitual de los que cayeron en la trampa es que se habían dejado engañar por la mezcla entre frases y humo que no podían rebatir, y el prestigio académico del autor.
Ampliación con un poco de culturilla
Para demostrar el efecto del humo y de las frases deslumbrantes (y vacías) el físico Alan Sokal ideó hace unos años un experimento bastante aclaratorio.
Escribió un artículo para una revista norteamericana con un título memorable: Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravitación cuántica. En él, hablaba con un lenguaje incomprensible, de todo lo que se le iba ocurriendo: psicología, sociología, antropología...
El artículo pasó la criba del Comité de Selección y recibió críticas muy elogiosas de los lectores, que alababan, entre otras cosas, su “claridad de expresión”.
Un mes después, el autor del engendro confesó que era una broma, nada de lo que decía en el artículo tenía pies ni cabeza. Había creado el texto usando las palabras más enrevesadas que conocía y, en muchas ocasiones, había copiado y pegado de artículos que hablaban de temas diferentes. Pero de fondo no había absolutamente nada, solo humo: ni una teoría, ni un dato, ni un ápice de información real. Cuando se trató de averiguar cómo había podido tener éxito, la respuesta más habitual de los que cayeron en la trampa es que se habían dejado engañar por la mezcla entre frases y humo que no podían rebatir, y el prestigio académico del autor.
Como nosotros.
sábado, 20 de julio de 2019
Ser Feliz
Voy cumpliendo años con la extraña sensación de que la gente de mi edad es mayor que yo.
Me siento joven pero (y me suena que ya lo dije antes) el espejo es más testarudo que yo. También son testarudos los adultos que me llaman de usted, porque los niños lo hacen desde tiempo inmemorial. Y mientras voy recibiendo esa ducha fría de realidad veo como naufragan los restos de mis ilusiones de juventud contra la orilla de la realidad: no soy rico, no soy astronauta, ya no tengo padre…
Me siento joven pero (y me suena que ya lo dije antes) el espejo es más testarudo que yo. También son testarudos los adultos que me llaman de usted, porque los niños lo hacen desde tiempo inmemorial. Y mientras voy recibiendo esa ducha fría de realidad veo como naufragan los restos de mis ilusiones de juventud contra la orilla de la realidad: no soy rico, no soy astronauta, ya no tengo padre…
En el fondo la vida son unos pocos verbos separados por comas y muchas veces, escritos con mala letra. Porque la vida te va poniendo en tu sitio a bofetadas, sin delicadezas ni preavisos.
He llegado a una edad en la que empiezo a percibir la vida un poco desde arriba, como si mirase un juego de tablero. Veo que las casillas avanzan a toda velocidad. El tiempo pasa sin anunciar su prisa y avanza hacia una casilla con la palabra FIN en mayúsculas.
Pero seamos positivos, por favor. Como lección aprendida me quedo con que lo único que hay que hacer necesariamente en esta vida es morir. El resto es una elección. Está en nuestra mano hacer cosas grandes.
Seamos felices, coño. Seamos felices YA.
miércoles, 10 de julio de 2019
Creo en los cuentos
Muchas cosas me llevan a pensar que soy infantil. Un ejemplo: en el día a día no me gustan las situaciones complejas ni los proyectos en los que participa mucha gente. Otro: creo que manejar demasiados elementos es como girar pelotas en el aire. Si excedemos el número que podemos controlar, al final se nos cae alguna.
Llegué a esa conclusión observando a mi hija. La pequeña señora vive fascinada por los cuentos pese a que todavía no los entiende en su totalidad. Pero bueno, el caso es que sé porqué le gustan. Le gustan porque tienen pocos elementos: alguien bueno, alguien malo y una trama sencilla. No hay paro ni terrorismo, y los personajes son lógicos y previsibles. Por eso disfruta mi hija, porque con pocos elementos puede imaginar una historia y anticipar conclusiones.
Y joder, a mí también me gusta eso de moverme en un mundo controlable, pisar terreno firme y anticipar lo que va a pasar mañana. Pero tengo claro que no puede ser. En la vida real hay ambición, desamor e infartos, demasiadas variables para cada pequeña historia, y casi todas apuntando a convertirse en potenciales desgracias. Así que cuando percibo tantas variables juntas me viene a la cabeza esa gran verdad que dice que un pesimista es un optimista bien informado.
Sin embargo, también creo que a todos nos gusta jugar con la ruleta rusa del destino. Es la parte que jode los cuentos -los hace imprevisibles-, pero también lo que nos conduce a situaciones inexploradas y al éxito o al fracaso. La incertidumbre da interés a la vida, pero también causa la desesperación.
Muchos de nuestros problemas viajan paralelos a la ambición y a los riesgos e incertidumbres que asumimos para alimentarla. Por eso simplificar es un ingrediente de la felicidad, porque tener una casa más pequeña -pero mía-, un trabajo sencillo, o regalar besos en lugar de objetos pueden ser la fórmula para una vida apacible. A lo mejor con menos elementos encuentro una certidumbre que ahora no tengo. Quizá deba girar menos pelotas en el aire a cambio de tranquilidad. Como mi hija cuando escucha un cuento.
Creo en los cuentos. También en la sencillez, y sé que si le doy la espalda al horizonte que conozco, lleno de ambiciones y deseos, encontraré otro. Más sencillo, pero horizonte a fin de cuentas.
Llegué a esa conclusión observando a mi hija. La pequeña señora vive fascinada por los cuentos pese a que todavía no los entiende en su totalidad. Pero bueno, el caso es que sé porqué le gustan. Le gustan porque tienen pocos elementos: alguien bueno, alguien malo y una trama sencilla. No hay paro ni terrorismo, y los personajes son lógicos y previsibles. Por eso disfruta mi hija, porque con pocos elementos puede imaginar una historia y anticipar conclusiones.
Y joder, a mí también me gusta eso de moverme en un mundo controlable, pisar terreno firme y anticipar lo que va a pasar mañana. Pero tengo claro que no puede ser. En la vida real hay ambición, desamor e infartos, demasiadas variables para cada pequeña historia, y casi todas apuntando a convertirse en potenciales desgracias. Así que cuando percibo tantas variables juntas me viene a la cabeza esa gran verdad que dice que un pesimista es un optimista bien informado.
Sin embargo, también creo que a todos nos gusta jugar con la ruleta rusa del destino. Es la parte que jode los cuentos -los hace imprevisibles-, pero también lo que nos conduce a situaciones inexploradas y al éxito o al fracaso. La incertidumbre da interés a la vida, pero también causa la desesperación.
Muchos de nuestros problemas viajan paralelos a la ambición y a los riesgos e incertidumbres que asumimos para alimentarla. Por eso simplificar es un ingrediente de la felicidad, porque tener una casa más pequeña -pero mía-, un trabajo sencillo, o regalar besos en lugar de objetos pueden ser la fórmula para una vida apacible. A lo mejor con menos elementos encuentro una certidumbre que ahora no tengo. Quizá deba girar menos pelotas en el aire a cambio de tranquilidad. Como mi hija cuando escucha un cuento.
Creo en los cuentos. También en la sencillez, y sé que si le doy la espalda al horizonte que conozco, lleno de ambiciones y deseos, encontraré otro. Más sencillo, pero horizonte a fin de cuentas.
martes, 2 de julio de 2019
Ideas
Decía Sócrates que la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia. Pero la realidad es tozuda y el único sitio donde la gente reconoce su ignorancia es un juzgado, y además casi siempre es mentira.
Entiendo que nuestro amigo griego habla de tener la mente abierta a las novedades o la experiencia de otros, y por eso me pregunto si las ideas son un destino o un punto de partida.
Entiendo que nuestro amigo griego habla de tener la mente abierta a las novedades o la experiencia de otros, y por eso me pregunto si las ideas son un destino o un punto de partida.
Si son un destino, son el resultado de lo que has visto y reflexionado, de los datos que tienes, de la información que manejas. Nunca tendrás todos los datos ni toda la información, pero al menos puedes cambiar tus ideas cuando tengas nuevos datos. Tu pensamiento evoluciona y está abierto a nueva información que intentas asumir sin prejuicios.
Si por el contrario las ideas son un punto de partida, el marco de referencia con el que juzgas todo, incluidos nuevos datos o información, siempre creerás que tienes la llave para entender el universo. Tienes ideas inamovibles. Sin saberlo perteneces a una hermandad milenaria de cuñados que sabe más que nadie de todo.
Porque todos tenemos creencias, pero lo que diferencia las creencias racionales de las irracionales es que las primeras están sujetas a revisión y las segundas no. Si vemos un barco en el mar, es racional y razonable pensar que flota por el principio de Arquímedes. Creer que flota por el buen karma del capitán es, cuando menos, raro. Y siendo ambas creencias, no son iguales. Una está sujeta a la ciencia, a la experimentación y a la opinión de muchos. La otra no. Cualquier intento de verlas como equivalentes es una traición a la razón, a la herramienta que nos ha permitido avanzar hasta donde estamos.
Mantener una opinión cuando tienes nuevos datos es poco inteligente. La coherencia consiste en mantener una lógica, no una afirmación.
Aunque tengamos que agachar la cabeza.
Mantener una opinión cuando tienes nuevos datos es poco inteligente. La coherencia consiste en mantener una lógica, no una afirmación.
Aunque tengamos que agachar la cabeza.
lunes, 1 de julio de 2019
Para mi hija
¿Sabes? Hoy, no sé porqué, me he acordado de lo que lloré cuando naciste. De pura emoción, claro. Te tuve en brazos y se me encogió el corazón por un amor tan intenso que me desarmó. Lloré lágrimas de alegría, lágrimas ajenas a la vergüenza.
Ya tienes poco más de un año. Y te sigo queriendo con locura. Tu diminuta humanidad me hace buscar tus sonrisas y desear tus abrazos. Verte es el faro que guía mi vida.
Aunque todavía eres pequeña para que podamos hablar, ansío decirte un montón de cosas; que se me encoge el estómago si te veo llorar y que cuando me abrazas con tus brazos aún torpes noto un torbellino de sentimientos que no sé como trasladar a un papel. También ansío preguntarte si sientes el inmenso amor que te tengo, este amor que no me cabe en el pecho.
Sé que crecerás y seguirás tu camino. Nunca te pediré que seas ingeniero, artista o rica, sólo te pediré que seas feliz y me permitas disfrutar tu sonrisa tanto como el tiempo nos deje.
Y además quiero que sepas que siempre respetaré tus decisiones y que si alguna vez te equivocas y caes, encontrarás mi mano tendida para recogerte.
Por último, quiero decirte que para ser feliz tendrás que dejar que tu corazón sea libre, que podrás ser buena sin temor a que te dañen, y que podrás llorar con libertad si te apetece hacerlo.
Hace unos días has dado tus primeros pasos. Pasos que en parte me entristecen porque poco a poco te alejarán de mí y te llevarán a tener una vida propia. Pero nunca olvides que si vuelves tu mirada, estaré detrás para apoyarte.
Siempre.
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