jueves, 19 de septiembre de 2024

Quizá Hilos Rojos

Cuentan que existe una antigua leyenda: la del hilo rojo del destino. Dicen que los dioses atan un hilo invisible alrededor del tobillo de aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar o las circunstancias.

Ese hilo puede tensarse, enredarse o alargarse, pero nunca se rompe. Es un lazo invisible que une a dos personas cuyas vidas están destinadas a cruzarse, de una manera u otra. Por más que la vida los aleje o los ponga en caminos divergentes, ese hilo permanece, latente, esperando el momento preciso para hacer que los dos extremos se encuentren.

Esta leyenda, que ya mencioné antes, habla de conexiones invisibles, de encuentros que parecen casuales, pero que en realidad están escritos en el tejido del destino. Aunque no podamos ver ese hilo, quizá nos guía, tirando suavemente de nosotros hacia direcciones que no comprendemos hasta que, de pronto, todo encaja, como piezas que completan un rompecabezas.

Durante mucho tiempo consideré la vida como una sucesión de eventos fortuitos, casualidades que se amontonaban sin sentido aparente. Pero al mirar hacia atrás, me pregunto si, quizá, todo esto ha sido obra de ese hilo rojo del que habla la leyenda. Tal vez he estado siguiendo un camino ya trazado por fuerzas invisibles, donde cada paso, cada giro y cada persona que he encontrado estaba ya destinada a estar allí.

Permíteme compartir algunas de las casualidades más evidentes que he notado. Dado que el hilo rojo suele estar asociado al amor, comenzaré por aquellas conexiones que han sido tan intensas y peculiares, que me hacen dudar de que todo sea simplemente aleatorio. Las personas a las que amamos parecen mantener siempre una conexión, como si las puertas entre nosotros no se cerraran por completo y el destino me ofreciera una oportunidad más para seguir el juego. Comencemos...

He amado profundamente solo a dos mujeres. Dos mujeres que, sin saberlo, compartían algo más que mi afecto. Ambas conocían a un hombre en común a través de las redes sociales. Al principio, no le di importancia, pero con el tiempo esa coincidencia comenzó a adquirir un peso inquietante. La primera de ellas me confesó que había tenido una breve relación con ese hombre. La segunda no mencionó nada, pero las señales me hicieron intuir que, de algún modo, él también había conocido sus secretos más íntimos. Y yo, como si el guion ya estuviera escrito, llegué antes en un caso y después en el otro. Los engranajes del azar parecían sugerir que, tal vez, ambas pertenecían a un mismo grupo, que se habían visto e incluso conversado. Pensándolo de otro modo, una podría haberme llevado hasta la otra.

Luego está mi mejor amigo, Roberto. Compartimos muchos años de amistad hasta que él se casó con Nuria, una amiga de nuestro círculo. Durante un tiempo, sus vidas parecían seguir un curso sencillo, hasta que la empresa en la que trabajaba Nuria cerró, dejándola en el paro. Y fue entonces cuando los hilos invisibles volvieron a tensarse: Nuria acabó trabajando en la empresa de una exnovia mía, Belén. Lo curioso es que Belén también tenía una conexión conmigo, ya que colaboraba con la editorial donde publico mis relatos. Como si todo estuviera orquestado, Nuria se desplazó de un grupo a otro, movida por el azar, pero siempre orbitando en ese círculo cerrado que une mis relaciones pasadas y presentes.

Y como si los hilos del destino no estuvieran ya suficientemente entrelazados, resulta que Belén tiene una compañera que vive en mi barrio. No solo en mi barrio, sino en mi mismo edificio, y no solo en el edificio, sino en mi misma planta. ¿Casualidad? Quizá. Pero a medida que las coincidencias se acumulan, me resulta cada vez más difícil pensar que todo esto sea obra del azar. A veces me pregunto si cada puerta que abro, cada paso que doy en los pasillos de mi vida, no está guiado por una mano invisible que se empeña en recordarme que todo está interconectado.

Luego está Alicia, una relación que quedó en el pasado, pero que, como todo en esta historia, no estaba tan lejos como parecía. Después de muchos años sin contacto, terminó trabajando en el mismo edificio que yo. Lo curioso es que, aunque nuestras oficinas estaban separadas por unas pocas plantas, nuestros caminos nunca se cruzaron. ¿O sí? Tal vez compartimos el mismo ascensor sin saberlo, tal vez nuestros pasos se rozaron alguna vez, tan cerca y a la vez tan lejos.

Y así continúan las coincidencias. Un día, mientras trabajaba en un banco, aseguré la casa de un pueblo. Mandé el documento a la impresora y lo dejé un rato sin recoger. Al momento, una compañera se levantó y preguntó, sorprendida, quién era de ese pueblo. Resulta que esa compañera es prima de una exnovia, Rosa. Me mostró fotos y me habló de ella, quien ahora vive en otro país. De nuevo, una coincidencia precisa, demasiado precisa para no darle un segundo pensamiento.

Podría seguir con Eva, con quien tuve un noviazgo que parecía destinado a llevarnos al altar, hasta que nos perdimos de vista. Años después, su nombre reapareció en un expediente sobre mi escritorio. Comprobé la intranet, y efectivamente, éramos compañeros de trabajo. ¿Sería el destino? Chateamos alguna vez, hablamos de quedar a comer, pero todo quedó ahí. O al menos eso pensé, hasta que un día, llevando a mi hija a clase de piano, alguien me tocó el hombro. Era Eva, que llevaba a su hijo a la misma escuela y en los mismos horarios.

Y si dejamos de lado el amor, las coincidencias siguen. En uno de esos viajes de jubilados, mi madre conoció a una mujer que le resultaba familiar. Hablando, descubrieron que esa mujer era la madre de Alberto, un compañero de mi infancia. Alberto y yo habíamos compartido años en la misma clase, pero lo curioso es que, años después, trabajaba en la charcutería frente a mi casa. Durante años, nos miramos y hablamos sin reconocernos. Como si el destino hubiera decidido separarnos, solo para volver a unirnos cuando los hilos decidieron revelarse.

Cuando uno mira atrás y ve cómo se entrelazan los eventos de su vida, es difícil no preguntarse si todo esto sucede por una razón. Si, en realidad, esos encuentros fortuitos y esos caminos cruzados son parte de un plan mayor que escapa a nuestra comprensión. Quizá el hilo rojo exista y, aunque no lo veamos, esté ahí, guiando nuestros pasos en un tablero que no controlamos. Y al final, solo cuando todas las piezas encajan, entendemos que nada es fruto del azar.

Quizá, solo quizá, al tirar de cualquiera de esos hilos, habría retomado algún contacto. Quizá habría recuperado una relación. 

Lo dejaremos en un gran quizá.


miércoles, 24 de julio de 2024

Pisar lo fregado

"Cuando ya no te quieran, lo sabrás, aunque no te lo digan. Lo sentirás desde lo más profundo del alma, porque la indiferencia jamás pasa desapercibida".

Julio Cortázar


Ayer tuve sesión con la psicóloga. Sabe que estoy roto, pero intenta llevarme de la mano hasta la puerta de la sanación. 

En un momento dado, me miró con esa mezcla de ternura y firmeza que solo los buenos terapeutas logran. —Tienes que sacar el dolor y enfrentarlo. Deja de enterrarlo bajo paseos, escritura o deporte —me dijo, y no pude evitar imaginarme en una especie de duelo, contando diez pasos de espaldas a mis recuerdos.

—¿Luchar contra el dolor? —pensé—. ¿Eso implica algún tipo de entrenamiento especial? ¿Voy a necesitar una armadura o bastará una taza de café?

Pero no, su plan era mucho más sencillo y doloroso a la vez.

—Tienes que volver a los lugares bonitos a los que fuiste con ella —continuó—. Sí, esos mismos lugares a los que no has vuelto porque no quieres contaminar su magia.

Cada rincón, cada esquina, cada banco del parque estaba impregnado de momentos compartidos. ¿Cómo podía volver allí sin sentir que estaba pisoteando recuerdos, como quien pisa el suelo recién fregado?

Decidí que si iba a “pisar lo fregado”, lo haría a mi manera. Me armé de valor y comencé mi misión. Primero, la terraza cercana a su casa donde compartimos risas y cenamos algún plato exótico. Me senté y pedí un tinto de verano, esta vez sin la intención de compartir el momento con ella. Sentado allí, no pude evitar sentir la ironía de escuchar su canción especial solo, como un acto de rebeldía. Y de pena. Y de infinita melancolía.

Luego, el parque donde solíamos pasear. Caminé por el sendero que habíamos recorrido tantas veces de la mano, esta vez con los auriculares puestos, escuchando la lista de reproducción que en el coche solíamos escuchar juntos.

—¿Sabes qué? —me dije con lágrimas en los ojos—, la magia de este lugar no se va a romper solo porque estoy aquí solo. Aguanta. Aunque duela.

Me senté en un banco y comencé a escuchar nuestras canciones, sintiendo que cada nota era un pequeño acto de sufrimiento y de sanación. Continué paseando. Con cada paso, sentía el peso del dolor en el pecho, pero también la necesidad de seguir adelante.

Visitar el parque donde asistimos a nuestro último concierto fue más complicado, pero recordé que el objetivo era enfrentarme a los recuerdos. El concierto, la última sinfonía de nuestra historia… Lloré por los recuerdos a flor de piel, por el cariño tan cercano en el tiempo, pero efectivamente, debía hacerlo.

La psicóloga tenía razón. No se trataba de borrar los recuerdos, sino de enfrentarlos, de caminar sobre ellos sin miedo a “pisar lo fregado”. Los sitios bonitos no perdían su magia solo porque volviera sin ella. De hecho, al regresar, les estaba devolviendo una parte de mí, reconstruyendo esos lugares con nuevos recuerdos y risas.

Ahora, cada vez que visito uno de esos lugares, siento que he ganado una pequeña batalla. No he borrado el pasado, pero voy aprendiendo a caminar sobre él sin miedo, sabiendo que cada paso es una forma de honrar lo que fue y de abrirme a lo que puede ser. Y si me encuentro con una canción especial en el camino, bueno, siempre es una buena excusa para celebrar la lucha, ¿no?

El dolor es una sombra persistente, pero cada vez que vuelvo a esos lugares, me doy cuenta de que las sombras solo existen donde hay luz. Y estoy decidido a encontrar la mía, paso a paso, día a día.

Porque aunque todas las noches hablo conmigo de ti, en un último acto de valentía renuncié a ti cuando aún moría por estar contigo.


domingo, 21 de julio de 2024

Cómo amar

No sé querer sólo un poco. Ni despacio, ni a medias. Soy un ser que siente profundamente, que lucha con todo su ser y que defiende con garras y dientes lo que ama. Cuando la miro, mis instintos se despiertan y mi corazón late con una intensidad que no puedo controlar.

También soy quien huye, pero nunca a tiempo. Siempre vuelvo, arrastrado por la fuerza irresistible de este amor que me consume. Me lamo las heridas, sí, pero cada cicatriz es un recordatorio de que amar vale cada batalla, cada caída, cada momento de dolor. Porque amar así, con todo el ser, es la única manera que conozco.

Amar es ser fuego y leña, es fundirse con la pasión de un abrazo y perderse en la profundidad de una mirada. Cuando estoy con ella, me vuelvo valiente, invencible, capaz de enfrentar cualquier desafío con tal de ver su sonrisa y sentir su calor. Ella es mi refugio y mi impulso, la razón de cada latido acelerado, de cada suspiro profundo.

En sus brazos encuentro la paz que mi alma inquieta busca. Cada beso suyo es un pacto eterno, una promesa silenciosa de amor infinito. No hay medias tintas en mi amor por ella; es total, abrumador y sincero. Es un amor que lo da todo, que se entrega sin reservas, que no teme las tormentas porque sabe que en su compañía, cualquier adversidad se convierte en una aventura más que compartir.

No sé amar de otra manera, ni quiero aprender otra forma de amar. Prefiero seguir siendo este ser que lucha y se entrega, que siente y sufre. Porque amarla así, con toda mi alma y mi ser, es la única verdad que conozco y la única que quiero vivir.

sábado, 13 de julio de 2024

Caminando

En algún sitio leí algo como: "Si quieres entender dónde está tu corazón, mira dónde va tu mente cuando paseas." 

Paseo mucho, y siempre vuelo a tu lado. No importa cuánto trate de distraerme, mis pensamientos siempre regresan a ti, dibujando imágenes de los momentos que compartimos y alimentando la esperanza de construir juntos un futuro.

Finalmente, no respondiste el último mensaje, y ese silencio me rompió el alma. Porque el día tiene 24 horas y un mensaje se manda en minutos. La distancia y la falta de tiempo son excusas. Quien no te habla es porque no quiere, quien no te encuentra es porque no quiere buscarte, quien no está ahí es porque no quiere estar.

No hace falta seguir buscando respuestas en un lugar donde ya no hay eco. Las acciones hablan más fuerte que las palabras. Aceptar esta verdad me duele, pero es necesario para seguir adelante. No puedo obligar a alguien a quedarse cuando su corazón ya no está conmigo.

Tal vez un día, cuando menos lo esperes, te darás cuenta de que perdiste a alguien que realmente te quería. Y tal vez, solo tal vez, sentirás un pequeño vacío en tu corazón. Pensarás en aquellos momentos en los que me esforzaba por hacerte reír, en las noches en las que compartíamos nuestros sueños y miedos, en los días en los que parecía que nada ni nadie podía separarnos. 

Un día te acordarás de mí y sonreirás, diciendo: "Él sí me quería...". Quizás en ese momento, comprenderás que el amor verdadero no se encuentra todos los días, y que quienes realmente nos quieren, hacen el esfuerzo por estar presentes, por mantenerse en nuestras vidas a pesar de las dificultades.

Mientras tanto, aprenderé a caminar sin ti, a reconstruir mi vida con las piezas que quedaron. Mi mente y mi corazón seguirán viajando a tu lado durante un tiempo, pero encontrarán un nuevo rumbo. La vida sigue, y con el tiempo, encontraré la paz que tanto anhelo, sabiendo que hice todo lo posible por nosotros, y que mi amor fue real y sincero. Porque, aunque no fui perfecto, siempre intenté ser el mejor para ti.

Pese a todo, aún busco el hilo rojo que tantas veces nos acercó hasta casi rozarnos. Quizá el destino nos brinde otra oportunidad para amarnos. Porque un amor verdadero no desaparece, solo espera el momento adecuado para florecer de nuevo.


martes, 9 de julio de 2024

Mayéutica

Hace años tuve un profesor excepcional, tanto por sus conocimientos como por la habilidad para transmitirlos. Practicaba un método antiguo de enseñanza conocido como mayéutica.

Trataré de explicarlo. En su primera acepción, la mayéutica es el arte de las matronas y los tocólogos. Sin embargo, y sobre todo, la mayéutica es el método que Sócrates utilizaba para enseñar a sus discípulos, basado en la dialéctica entre maestro y alumnos para alcanzar la comprensión de nuevos conceptos. La vigencia del método socrático permanece intacta más de 2400 años después de su muerte.

La mayéutica se basa en el diálogo para alcanzar el conocimiento, partiendo de la idea de que la verdad reside en el interior de cada individuo y solo necesita ser revelada mediante preguntas adecuadas. Así como una matrona ayuda en el parto, aunque es la madre quien da a luz, el profesor ayuda al alumno a descubrir su propia verdad a través del diálogo.

El alumno no es un simple receptor de información; no se trata solo de transmitir contenidos, sino de enseñar. Enseñar es lograr que otros aprendan: el maestro no debe impartir clases ni transmitir conocimientos desde un enfoque dogmático, sino convertir a cada alumno en el protagonista de su propia formación. De este modo, el conocimiento se vuelve mucho más conceptual, global y riguroso, integrándose de forma indeleble en el intelecto del alumno.

Por eso disfruté tanto aprendiendo de Don Gustavo. Y de mi psicóloga, que me saca las penas a tirones para que pueda verlas.

domingo, 7 de julio de 2024

Selfies

Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, reside quien ha conquistado mi alma. Ella, con su espíritu libre y desbordante alegría, disfruta cada instante convirtiendo lo simple en extraordinario. 

Os cuento un ejemplo cualquiera. Un domingo por la mañana, decidimos escapar del ajetreo y visitar una reserva de burros en las afueras. Dejamos atrás la ciudad y nos dirigimos hacia un lugar de paz y serenidad: una pradera llena de animales libres y amigables.

No sé si he mencionado que los animales la adoran: los perros se acercan a ella con curiosidad, los gatos se rinden a sus caricias y hasta los pájaros más tímidos parecen confiar en su presencia. Es como si hablaran un idioma secreto que solo ella entiende. Siempre me ha maravillado esta conexión innata, pero comprendo que ellos perciben algo que a los humanos nos cuesta un poco más ver: su belleza, tanto exterior como interior.

Por eso, nada más llegar, se encontró rodeada de estos tiernos seres, y su entusiasmo era palpable. Sin miedo y sin perder un instante, comenzó a alimentar y acariciar a los burros, cabritas y demás habitantes del lugar. Los animales, agradecidos por su atención y caricias, se acercaban con confianza. Ella reía con una alegría pura y sincera, disfrutando de cada momento y de cada conexión con esos seres tan especiales.

Después de un rato, sacó su teléfono y comenzó a hacerse selfies con uno de los burros más amigables. El animal, curioso y encantado con la atención, se acercó más, moviendo sus orejas de manera divertida. Ella continuaba riendo, con su habitual entusiasmo por capturar cada momento. Cada foto era un pequeño acto de diversión y cariño.

Verla así, tan libre y genuina, me hizo valorar lo afortunado que soy al tenerla en mi vida. Su habilidad para encontrar alegría en los momentos más simples es una lección constante sobre lo bonita que puede ser la vida cuando se vive plenamente. Cada día a su lado es una nueva aventura, una oportunidad para descubrir la magia en lo cotidiano.

La mañana junto a ella fue perfecta. Pasamos horas entre risas y juegos, sacando fotos y disfrutando de cada momento. Al final de la visita, nos sentamos juntos, observando a los animales pastar tranquilamente. La miré con ternura y acaricié su hombro, sintiendo una profunda gratitud por cada instante a su lado.

Ella es, sin duda alguna, una mujer extraordinaria. Tiene el don único de convertir lo ordinario en maravilloso. Es un regalo que ilumina mi vida. Cada día junto a ella es una razón más para quererla.

Te quiero, bicho. Eres la estrella que guía mi corazón.

miércoles, 3 de julio de 2024

En el Diván



La curiosa paradoja es que cuando me acepto a mí mismo, puedo cambiar. 

Carl Rogers



Quiero compartir algo que a menudo se considera tabú. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que debo contarlo porque puede beneficiar a más personas.

Jamás pensé que terminaría en el consultorio de un psicólogo, pero ayer tuve mi primera sesión. Llegó un momento en el que me di cuenta de que algo dentro de mí no funcionaba bien, y la situación se volvía inasumible. Todo se me iba de las manos y no podía resolverlo por mí mismo.

Además, las circunstancias no eran las mejores: separado con una ex que saca brillo permanentemente a su motosierra, en período de vacaciones (la familia fuera) y destruido por no estar con la mujer a la que amo. Pero al igual que cuando nos duele una pierna vamos al médico, decidí buscar ayuda profesional.

Me sentía un poco intimidado. La imagen que tenía de la terapia era la típica de las películas: sala oscura con muebles de caoba, un diván y un hombre con barba y chaqueta de coderas tomando notas aburrido mientras le hablas de tus sentimientos y la relación con tus padres.

Afortunadamente la realidad era más llevadera. Al abrirse la puerta en lugar de una mazmorra oscura encontré un despacho amplio y luminoso. Las paredes eran de un blanco inmaculado, decoradas con cuadros abstractos. Y en vez del diván, una silla.

Me recibió una mujer joven y sonriente, con una energía cálida y acogedora. Sus ojos brillaban con una inteligencia y empatía que me tranquilizaron. No pude evitar una sonrisa: el señor de las coderas no estaba por allí. 

La terapia no se trataba de un interrogatorio tenebroso. Fue una conversación abierta, casi como una entrevista, en la que ambos hablamos por igual. Me hizo preguntas, compartí mis preocupaciones, planteó hipótesis y me hizo reflexionar. No me mostró dibujos raros para ver qué me parecían. Pero sobre todo, no me juzgó.

El acto de expresar todo lo que me atormentaba fue como ver una foto de mí mismo desde fuera, con una perspectiva más imparcial que la de un amigo. Y la conclusión, como ella dijo, es que no hay soluciones mágicas, pero sí ideas y estrategias aplicables a la vida cotidiana.

Me quedo con una de las claves que me dio: la estrategia más importante es mantener la esperanza.

Por todo eso creo que es hora de romper tabúes. Sé que algunos amigos también han acudido a un psicólogo cuando lo han necesitado, e intuyo que otros lo han hecho y no lo dicen.

Quizás no habría dado el paso si no fuese porque la mujer a la que quiero lo mencionó con total naturalidad. Y ahora me doy cuenta de que habría lamentado no ir, porque solo con dar el paso parece que la carga se aligera: has comenzado a luchar.

Así que lo cuento en voz alta. Puede ser una solución a cosas más relevantes de lo que parecen. 

Porque en ocasiones debemos pedir ayuda. Sin más.


martes, 25 de junio de 2024

Fundido a Gris


“God have mercy on the man who doubts what he's sure of.”

Bruce Springsteen


Joder, no puedo más. Mi mundo se ha fundido a gris en mitad de la escena más bonita. La soledad y tristeza sobrecogen, tanto por dentro como por fuera. Cuando paseo, parece que estoy solo en un páramo desolado. Nada me gusta, nada me anima. Sólo sigo dando un paso tras otro para no caer rendido.

Estar sin ella es lo más duro que me podría pasar. Porque a su lado he conocido el amor, el amor completo. He podido acariciarla y besarla, y súbitamente ha desaparecido. Cuando lo pienso, las lágrimas brotan pesadas y lentas, cargadas de desesperación.

Al final del hilo rojo, ese que guía nuestro destino y nos conectaba, ese que nos ha acercado tantas veces hasta coincidir, he visto un futuro maravilloso, lleno de conversaciones interminables y paseos cogidos de la mano. Sonrisas y cariño, mucho cariño. Me he sentido tan feliz… todo tenía sentido, todo tenía un propósito: Ella. Quererla. Siempre.

Me gustaría que pudiera conocer lo que siento por ella, ese amor desmedido e incondicional que me desborda. Porque puede que no esté con ella, pero la voy a querer siempre. Hay cosas que no están bajo mi control.

Junto a ella percibí que la vida era deliciosa y todo encajaba a su alrededor: cada libro leído o por leer, cada película, cada abrazo. Todo formaba parte del camino hacia ella. Toda una vida dirigida a descubrirla cada día, a quererla un poco más cada momento. Joder, es increíble el dolor que siento ahora.

Hace cinco días nos abrazábamos hablando del futuro, y ahora sólo existe el recuerdo. Lo más terrible de todo es que nunca podré olvidar lo que ni siquiera ha llegado a suceder. ¿Qué voy a hacer ahora con todos los besos que guardé para ella, con tantas ilusiones, con tanto amor? Tengo la certeza de que el futuro a su lado era un mundo emocionante de amor incondicional, y ahora esa felicidad se me escapa entre los dedos.

Pese a todo, pese a llorar y sentirme fatal, queda una llama. Quizá algún día decida quererme, aunque sea un poco. Y quizá en ese momento empiece a notar todo lo bonito que podemos hacer juntos, y toda la felicidad que nos espera.

Me duele el alma.

Escrito del tirón y sin revisar. 


sábado, 22 de junio de 2024

Duele

Anoche fue una de esas noches que parecen sacadas del comienzo de algún cuento. El cielo se vistió de gala para presentarnos un espectáculo que ocurre solo una vez cada veinte años: la coincidencia del solsticio de verano con la luna llena.

Cené con mi novia. La velada fue perfecta: miradas cómplices, manos entrelazadas y una conexión que parecía aún más fuerte sentados en su terraza a la luz de la luna llena. 

Incluso pude ver una estrella fugaz, cosa casi imposible en esta ciudad. En ese momento el futuro se vislumbraba brillante y lleno de promesas. Hablamos de atardeceres frente al mar y de casas bonitas con piscina.

Sin embargo, esta mañana la magia se desvaneció con un mensaje que me rompió el alma. Mi novia me explicó que necesita tiempo, que no está segura si quiere seguir teniendo una pareja. Teniéndo(me) como pareja, digo.

El dolor es profundo porque la quiero con todo mi ser. Ademas, que a mi edad ya comprendo el significado de los tiempos de reflexión. No significan tiempo. Significan distancia. Es un “aléjate de mi” suavizado. Y duele.

La he querido y la quiero con locura, como lo más bonito que me ha pasado. Pero debo aceptar las hostias que da la vida. Esta ha sido atroz, con la mano abierta y echando el brazo muy atrás. Me tambaleo. Estoy desorientado y a punto de caer.

Mientras trato de mantenerme en pie, dolorido, recuerdo nítidamente que cuando vi la estrella fugaz pedí un deseo. Debí vocalizar mal. Que no, de verdad, que no era esto.

En fin, que esta coincidencia celestial, que tan rara vez se presenta, me ha jodido la vida. Y eso que ayer, eso de mirar al cielo parecía ilusionante. Me quedaré con que fue otra noche mágica junto a ella (¿la última?), y aunque el amanecer trajo incertidumbre y tristeza, sé que el tiempo sanará las heridas.

La magia de la vida radica en su capacidad de sorprendernos, de enseñarnos y de recordarnos que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que nos guía hacia adelante.

Pero como duele. Duele de cojones. Duele como si el universo hubiera decidido arrancarme a tirones la única estrella que daba sentido a mi cielo. Duele porque sin ella la soledad se siente más fría y el silencio más pesado. 

Porque la ausencia de su risa, de su mirada, de su calor, es un vacío que me consume por dentro. Y aunque mantengo que el tiempo sanará las heridas, ahora mismo ese tiempo se siente como un enemigo despiadado, alargando el sufrimiento, manteniendo viva la esperanza de un retorno que quizá nunca llegue. Cruzo dedos con todas mis fuerzas para que no sea así.

Debo seguir adelante, encontrar fuerza en algún rincón de mi ser, aprender a vivir con este dolor y, eventualmente, dejar que se convierta en un recuerdo tolerable. Porque la vida sigue, aunque ahora parezca imposible. Y aunque el camino esté lleno de noches sin dormir, encontraré la paz.

Pero hasta entonces, duele. Duele más de lo que jamás imaginé posible.

Porque te he querido con toda mi alma.

viernes, 7 de junio de 2024

Dios jugando a los dados

Hace cuarenta años, éramos compañeros de colegio, niños llenos de sueños y promesas de un futuro aun por llegar. 
La vida nos separó, cada uno tomando caminos diferentes, pero sin saberlo, nuestras acciones, elecciones y gustos seguían un mismo patrón. Nuestros caminos se entrelazaban, unidos por un hilo rojo que tejía complejos dibujos.

Sin tener noticias del otro, ambos desarrollamos un profundo amor por la lectura. Nos sumergíamos en las mismas páginas, experimentando las mismas emociones, sin saber que el otro compartía esa misma pasión. Las coincidencias no se detuvieron ahí. Comprábamos libros en los mismos lugares, visitábamos las mismas ferias de libros y, en más de una ocasión, estuvimos a pocos pasos uno del otro, rozando el momento de volver a conocernos, pero siempre faltando un suspiro para que nuestras miradas se encontraran.

He estado en una reunión en el mismo edificio en el que ella vivía mientra vivía allí. Hemos debido estar a pocos metros de distancia, e incluso cruzarnos en el pasillo, pero no nos vimos. O quizá sí, y no nos vimos porque no tocaba que fuese en ese momento.

Las series de televisión fueron otro punto de conexión. Nos enganchamos a las mismas historias y personajes. Cuando descubrimos “Seinfeld”, nos encantó, comentando cada episodio con nuestros amigos, aunque en distintos círculos. Incluso años después, volvimos a verla por separado, pero con la misma pasión. Hubo noches en que sintonizamos el mismo capítulo al mismo tiempo, riendo con las mismas bromas, sin saber que, en algún lugar cercano, el otro estaba allí, compartiendo el mismo momento.

La música fue otro lenguaje común. Tarareábamos las mismas canciones, asistíamos a los mismos conciertos. En algún festival de música, estuvimos en la misma multitud, moviéndonos al mismo ritmo, nuestros corazones latiendo al compás de las mismas melodías, sin llegar a vernos, pero sintiéndonos.

El destino, con su humor caprichoso, nos condujo a un reencuentro en una parada de autobús frente a un parque. Nuestras miradas al fin se cruzaron y, en ese instante, todo cobró sentido: era como si Dios hubiera estado jugando a los dados, moviendo piezas en un tablero invisible para unirnos de nuevo. Descubrimos que, a lo largo de esos cuarenta años, habíamos vivido vidas sorprendentemente paralelas. Desde los libros que leíamos hasta los lugares que visitábamos, parecía que una fuerza divina había estado guiando nuestros pasos, asegurándose de que, a pesar del tiempo y la distancia, nunca estuviéramos realmente separados.

Ahora, mientras entrelazamos nuestros caminos y recordamos aquellos años separados pero extrañamente conectados, no podemos evitar sentir que, tal vez, hay un plan mayor. Porque tal vez Dios juega a los dados, pero siempre conoce exactamente dónde caerán.

miércoles, 22 de mayo de 2024

Mensaje en una botella

Hoy toca mezclar sentimientos y música. Siento muchas cosas, a veces muy intensamente, y tonto de mí, pienso que si no sé gestionarlas y me duelen, soy único. En estos momentos, me viene a la cabeza una deliciosa canción de The Police llamada "Message in a Bottle".

La canción trata sobre la soledad y el aislamiento, contando la historia de un náufrago que lleva un año perdido en el mar. En su desesperación, escribe una nota en una botella y la lanza al océano como un SOS, esperando ser rescatado. Día tras día, su esperanza se va desvaneciendo al no recibir respuesta, y la desolación crece.

A medida que avanza el tiempo, el hombre espera ansiosamente una respuesta. Su soledad se intensifica, y la desolación de no recibir ninguna señal es palpable. Pero justo cuando la desesperación parece inevitable, un giro inesperado cambia el tono de la historia: millones de botellas llegan a la orilla de su isla, todas con mensajes de personas que se sienten igual de solas.

Este momento es profundamente conmovedor. Nos muestra que, aunque a menudo nos sentimos aislados en nuestras experiencias y emociones, no estamos solos. En realidad, muchos comparten nuestras luchas y anhelos. La llegada de esas botellas simboliza la conexión humana, la empatía y el reconocimiento de que, en nuestra soledad, formamos parte de una comunidad más grande.

Enviar un mensaje al mundo, aunque parezca en vano, puede ser el primer paso hacia la conexión que tanto anhelamos. La esperanza y la persistencia pueden conducirnos a descubrir que, incluso en nuestros momentos más oscuros, hay otros que entienden y comparten nuestro dolor. Cada mensaje que enviamos es una prueba de que no estamos solos en nuestras luchas. Porque cada botella lanzada al mar lleva consigo un rayo de esperanza.

Espero que todos nuestros mensajes, tarde o temprano, lleguen a su destino.

P.D. - Para mi compañera Cris. Tu botella llegará a su destino, no lo dudes.

sábado, 18 de mayo de 2024

Los botones de la camisa


Llegó el día. Primera cena juntos en su casa. El miedo me atenazaba tanto que tuve que detenerme a tomar un bourbon para no tartamudear cuando la viera.

Subí a su casa nervioso. Un ramo de flores adornaba mi mano derecha mientras tocaba el timbre. La puerta se abrió y allí estaba ella, tan bonita como siempre, con esa sonrisa que tanto me gusta y que dejaba entrever felicidad. Nos abrazamos fuerte, con el cariño a flor de piel. De fondo, sonaba música tranquila que ella había elegido.

Me enseñó su casa, tan personal y bonita como ella. Rincones cuidados, adornados. Todo impregnado de su aroma, de su deliciosa presencia. Una terraza luminosa llena de plantas cuidadas con esmero.

Tomamos unas copas mientras reíamos a carcajadas. La complicidad hacía que cada conversación y cada tímida caricia fueran sencillas. Se sentó sobre mis rodillas y pude acariciarle la cintura. Y, al fin, besarla. Volví a ese beso de los 14 años en el que el alma se te escapa entre los labios. Porque, joder, la quiero. Eramos dos y ahora uno.

Desde ese momento todo fueron caricias y risas. Amor brotando a borbotones en cada palabra. Nos alimentamos mutuamente con las manos, alternando bocados con besos. Ella me acariciaba bajo la camisa mientras yo disfrutaba de sus firmes pechos.

Y al final, la cama. El lugar en el que siempre quise estar y del que ya no quiero salir. Hicimos el amor con cariño y ternura, notando nuestras pieles y disfrutando de largos abrazos. El destino nos había traído donde siempre debimos estar. Pasamos horas tumbados, acariciándonos, hablando e interrumpiéndonos en casi todas las frases con besos incontrolados. Hablamos como sólo pueden hacerlo los que se aman de verdad.

Nos vestimos entre risas buscando la ropa por el suelo de la casa.

Y allí, en ese momento, robándonos besos el uno al otro mientras acariciaba su cintura y ella me abotonaba la camisa, supe que era ella. Que la quiero con toda mi alma. Que ella es el sitio al que siempre me dirigí. 

Te haré café, te despertaré con caricias y me ayudarás a abotonarme la camisa mientras te interrumpo con besos. Nos daremos más felicidad de la que podamos soñar.

Porque mi mundo está allí. A tu lado, mi amor.

Te quiero.

 

jueves, 16 de mayo de 2024

MIedo


Me gustaría ser capaz de mirarte y no echarme a temblar, pero los sentimientos se me escapan entre los dedos sin poderlos controlar.

Estoy a un rato de rozarme otra vez con tu mano, pero quiero que ya sea mañana para ver si nos besamos y escribimos la primera fecha de nuestro libro en blanco.

Porque te quiero. Más de lo que puedo expresar con palabras. En cada gesto, en cada palabra tuya, encuentro razones para quererte más. Y me encanta vivir así y ser tan feliz a tu lado.

Pero en este vendaval de emociones que me hace vislumbrar un futuro lleno de amor y promesas, también surge el miedo a perderte, incluso antes de habernos convertido en uno.

Siento que rozo la felicidad con la yema de los dedos, pero al mismo tiempo me debato entre ser el primero en alcanzar la costa o el último en ser arrastrado por la corriente. Te tengo tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos... Me siento torpe, desnortado, lleno de una inseguridad abrumadora. Muero de miedo. Porque te quiero.

Pero incluso en medio de esta oscuridad, una luz persiste, una chispa de esperanza que se niega a extinguirse. Porque creo que el amor, si es verdadero, es valiente. Supongo que es normal, pero me siento desbordado por las emociones. Esto debe ser el amor de verdad.

Me aferro a la esperanza, a la certeza de que, aunque el camino pueda estar lleno de incertidumbre y obstáculos, el amor siempre encuentra su camino, como el río hacia el mar. Y en el horizonte de lo desconocido, intuyo un futuro donde el miedo se desvanece ante la promesa de un amor más grande que nosotros, donde cada momento a tu lado es un tesoro en el lienzo de nuestras vidas.

Porque te quiero.


Amanecer



Para la estrella más bonita de mi cielo.



Amanece el sábado. La noche anterior habían caído rendidos tras la locura del día: trabajo, recados, compras. La casa sin recoger... Él se levanta primero. Prepara café. Observa el amanecer mientras toma un vaso de agua fría. La mira. Destapada. Desnuda. Respira profundamente. Hermosa.

Contempla cómo el sol viste su piel en tonos dorados, rosas, naranjas y, al final, en un amarillo intenso cuando termina de salir por el horizonte. Ella se gira y se estira, ocupando toda la cama para ella. Un espectáculo para sus ojos. Ya no hay amanecer, solo existe ella.

Inundados por el aroma a café, la besa con mucha suavidad. Ella, adormilada, abre sus ojos levemente. Lo mira. Le besa. Le acaricia.

— Te perdono, porque hueles a café —dice con esa media sonrisa que tanto le fascina—. Baja un poco la persiana, que entra mucha luz... —le pide.

Él lo hace. Regresa. Besos.

Él la besa por detrás. Su cuello. Su debilidad. Mordisco, lengua, beso. Ella se estremece. El olor a café se mezcla con el de sus cuerpos anhelando pasión. Derretidos, se palpan y se disfrutan hasta ser un solo cuerpo.

Ducha. Él va a la cocina y calienta el café. Lleva las tazas al dormitorio. Ella lo mira. Sonríen. Y tras un primer sorbo de café, se besan. Se miran de nuevo. Y se susurran a la vez:

— Te quiero... —