sábado, 22 de junio de 2024

Duele

Anoche fue una de esas noches que parecen sacadas del comienzo de algún cuento. El cielo se vistió de gala para presentarnos un espectáculo que ocurre solo una vez cada veinte años: la coincidencia del solsticio de verano con la luna llena.

Cené con mi novia. La velada fue perfecta: miradas cómplices, manos entrelazadas y una conexión que parecía aún más fuerte sentados en su terraza a la luz de la luna llena. 

Incluso pude ver una estrella fugaz, cosa casi imposible en esta ciudad. En ese momento el futuro se vislumbraba brillante y lleno de promesas. Hablamos de atardeceres frente al mar y de casas bonitas con piscina.

Sin embargo, esta mañana la magia se desvaneció con un mensaje que me rompió el alma. Mi novia me explicó que necesita tiempo, que no está segura si quiere seguir teniendo una pareja. Teniéndo(me) como pareja, digo.

El dolor es profundo porque la quiero con todo mi ser. Ademas, que a mi edad ya comprendo el significado de los tiempos de reflexión. No significan tiempo. Significan distancia. Es un “aléjate de mi” suavizado. Y duele.

La he querido y la quiero con locura, como lo más bonito que me ha pasado. Pero debo aceptar las hostias que da la vida. Esta ha sido atroz, con la mano abierta y echando el brazo muy atrás. Me tambaleo. Estoy desorientado y a punto de caer.

Mientras trato de mantenerme en pie, dolorido, recuerdo nítidamente que cuando vi la estrella fugaz pedí un deseo. Debí vocalizar mal. Que no, de verdad, que no era esto.

En fin, que esta coincidencia celestial, que tan rara vez se presenta, me ha jodido la vida. Y eso que ayer, eso de mirar al cielo parecía ilusionante. Me quedaré con que fue otra noche mágica junto a ella (¿la última?), y aunque el amanecer trajo incertidumbre y tristeza, sé que el tiempo sanará las heridas.

La magia de la vida radica en su capacidad de sorprendernos, de enseñarnos y de recordarnos que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que nos guía hacia adelante.

Pero como duele. Duele de cojones. Duele como si el universo hubiera decidido arrancarme a tirones la única estrella que daba sentido a mi cielo. Duele porque sin ella la soledad se siente más fría y el silencio más pesado. 

Porque la ausencia de su risa, de su mirada, de su calor, es un vacío que me consume por dentro. Y aunque mantengo que el tiempo sanará las heridas, ahora mismo ese tiempo se siente como un enemigo despiadado, alargando el sufrimiento, manteniendo viva la esperanza de un retorno que quizá nunca llegue. Cruzo dedos con todas mis fuerzas para que no sea así.

Debo seguir adelante, encontrar fuerza en algún rincón de mi ser, aprender a vivir con este dolor y, eventualmente, dejar que se convierta en un recuerdo tolerable. Porque la vida sigue, aunque ahora parezca imposible. Y aunque el camino esté lleno de noches sin dormir, encontraré la paz.

Pero hasta entonces, duele. Duele más de lo que jamás imaginé posible.

Porque te he querido con toda mi alma.

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