jueves, 16 de mayo de 2024

MIedo


Me gustaría ser capaz de mirarte y no echarme a temblar, pero los sentimientos se me escapan entre los dedos sin poderlos controlar.

Estoy a un rato de rozarme otra vez con tu mano, pero quiero que ya sea mañana para ver si nos besamos y escribimos la primera fecha de nuestro libro en blanco.

Porque te quiero. Más de lo que puedo expresar con palabras. En cada gesto, en cada palabra tuya, encuentro razones para quererte más. Y me encanta vivir así y ser tan feliz a tu lado.

Pero en este vendaval de emociones que me hace vislumbrar un futuro lleno de amor y promesas, también surge el miedo a perderte, incluso antes de habernos convertido en uno.

Siento que rozo la felicidad con la yema de los dedos, pero al mismo tiempo me debato entre ser el primero en alcanzar la costa o el último en ser arrastrado por la corriente. Te tengo tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos... Me siento torpe, desnortado, lleno de una inseguridad abrumadora. Muero de miedo. Porque te quiero.

Pero incluso en medio de esta oscuridad, una luz persiste, una chispa de esperanza que se niega a extinguirse. Porque creo que el amor, si es verdadero, es valiente. Supongo que es normal, pero me siento desbordado por las emociones. Esto debe ser el amor de verdad.

Me aferro a la esperanza, a la certeza de que, aunque el camino pueda estar lleno de incertidumbre y obstáculos, el amor siempre encuentra su camino, como el río hacia el mar. Y en el horizonte de lo desconocido, intuyo un futuro donde el miedo se desvanece ante la promesa de un amor más grande que nosotros, donde cada momento a tu lado es un tesoro en el lienzo de nuestras vidas.

Porque te quiero.


Amanecer



Para la estrella más bonita de mi cielo.



Amanece el sábado. La noche anterior habían caído rendidos tras la locura del día: trabajo, recados, compras. La casa sin recoger... Él se levanta primero. Prepara café. Observa el amanecer mientras toma un vaso de agua fría. La mira. Destapada. Desnuda. Respira profundamente. Hermosa.

Contempla cómo el sol viste su piel en tonos dorados, rosas, naranjas y, al final, en un amarillo intenso cuando termina de salir por el horizonte. Ella se gira y se estira, ocupando toda la cama para ella. Un espectáculo para sus ojos. Ya no hay amanecer, solo existe ella.

Inundados por el aroma a café, la besa con mucha suavidad. Ella, adormilada, abre sus ojos levemente. Lo mira. Le besa. Le acaricia.

— Te perdono, porque hueles a café —dice con esa media sonrisa que tanto le fascina—. Baja un poco la persiana, que entra mucha luz... —le pide.

Él lo hace. Regresa. Besos.

Él la besa por detrás. Su cuello. Su debilidad. Mordisco, lengua, beso. Ella se estremece. El olor a café se mezcla con el de sus cuerpos anhelando pasión. Derretidos, se palpan y se disfrutan hasta ser un solo cuerpo.

Ducha. Él va a la cocina y calienta el café. Lleva las tazas al dormitorio. Ella lo mira. Sonríen. Y tras un primer sorbo de café, se besan. Se miran de nuevo. Y se susurran a la vez:

— Te quiero... —