miércoles, 24 de julio de 2024

Pisar lo fregado

"Cuando ya no te quieran, lo sabrás, aunque no te lo digan. Lo sentirás desde lo más profundo del alma, porque la indiferencia jamás pasa desapercibida".

Julio Cortázar


Ayer tuve sesión con la psicóloga. Sabe que estoy roto, pero intenta llevarme de la mano hasta la puerta de la sanación. 

En un momento dado, me miró con esa mezcla de ternura y firmeza que solo los buenos terapeutas logran. —Tienes que sacar el dolor y enfrentarlo. Deja de enterrarlo bajo paseos, escritura o deporte —me dijo, y no pude evitar imaginarme en una especie de duelo, contando diez pasos de espaldas a mis recuerdos.

—¿Luchar contra el dolor? —pensé—. ¿Eso implica algún tipo de entrenamiento especial? ¿Voy a necesitar una armadura o bastará una taza de café?

Pero no, su plan era mucho más sencillo y doloroso a la vez.

—Tienes que volver a los lugares bonitos a los que fuiste con ella —continuó—. Sí, esos mismos lugares a los que no has vuelto porque no quieres contaminar su magia.

Cada rincón, cada esquina, cada banco del parque estaba impregnado de momentos compartidos. ¿Cómo podía volver allí sin sentir que estaba pisoteando recuerdos, como quien pisa el suelo recién fregado?

Decidí que si iba a “pisar lo fregado”, lo haría a mi manera. Me armé de valor y comencé mi misión. Primero, la terraza cercana a su casa donde compartimos risas y cenamos algún plato exótico. Me senté y pedí un tinto de verano, esta vez sin la intención de compartir el momento con ella. Sentado allí, no pude evitar sentir la ironía de escuchar su canción especial solo, como un acto de rebeldía. Y de pena. Y de infinita melancolía.

Luego, el parque donde solíamos pasear. Caminé por el sendero que habíamos recorrido tantas veces de la mano, esta vez con los auriculares puestos, escuchando la lista de reproducción que en el coche solíamos escuchar juntos.

—¿Sabes qué? —me dije con lágrimas en los ojos—, la magia de este lugar no se va a romper solo porque estoy aquí solo. Aguanta. Aunque duela.

Me senté en un banco y comencé a escuchar nuestras canciones, sintiendo que cada nota era un pequeño acto de sufrimiento y de sanación. Continué paseando. Con cada paso, sentía el peso del dolor en el pecho, pero también la necesidad de seguir adelante.

Visitar el parque donde asistimos a nuestro último concierto fue más complicado, pero recordé que el objetivo era enfrentarme a los recuerdos. El concierto, la última sinfonía de nuestra historia… Lloré por los recuerdos a flor de piel, por el cariño tan cercano en el tiempo, pero efectivamente, debía hacerlo.

La psicóloga tenía razón. No se trataba de borrar los recuerdos, sino de enfrentarlos, de caminar sobre ellos sin miedo a “pisar lo fregado”. Los sitios bonitos no perdían su magia solo porque volviera sin ella. De hecho, al regresar, les estaba devolviendo una parte de mí, reconstruyendo esos lugares con nuevos recuerdos y risas.

Ahora, cada vez que visito uno de esos lugares, siento que he ganado una pequeña batalla. No he borrado el pasado, pero voy aprendiendo a caminar sobre él sin miedo, sabiendo que cada paso es una forma de honrar lo que fue y de abrirme a lo que puede ser. Y si me encuentro con una canción especial en el camino, bueno, siempre es una buena excusa para celebrar la lucha, ¿no?

El dolor es una sombra persistente, pero cada vez que vuelvo a esos lugares, me doy cuenta de que las sombras solo existen donde hay luz. Y estoy decidido a encontrar la mía, paso a paso, día a día.

Porque aunque todas las noches hablo conmigo de ti, en un último acto de valentía renuncié a ti cuando aún moría por estar contigo.