Se detuvo en un cruce, esperando a que el semáforo cambiara. A su alrededor, los rostros de los desconocidos parecían más lejanos que nunca, como si estuvieran atrapados en sus propios pensamientos, moviéndose a través de la rutina sin realmente notar lo que ocurría a su alrededor. Todos juntos, y sin embargo, tan apartados. Era curioso cómo el mundo podía estar tan lleno de ruido, y aun así sentirse tan vacío.
Había algo extraño en esos momentos de tránsito, en los que los edificios gigantes parecían mirarlo desde arriba, indiferentes. Recordó un tiempo en el que las conversaciones fluían, en el que las personas se detenían a hablar con sinceridad, pero ahora todo se sentía filtrado, como si cada palabra fuera un eco, sin peso, sin significado. Se preguntó si siempre había sido así y él simplemente no lo había notado antes.
Esa noche no tenía rumbo. Había salido a caminar buscando respuestas, o tal vez solo buscando algo que rompiera el monótono ciclo de los días que pasaban sin cambio. Cada paso que daba resonaba en su mente como un eco de preguntas sin respuesta. ¿Por qué, en una ciudad tan llena de vida, se sentía tan solo? La conexión humana parecía un concepto distante, un recuerdo borroso de tiempos más simples. Ahora todo era transitorio, superficial.
El parque al que llegó estaba vacío, salvo por la tenue luz de una farola que iluminaba un banco solitario. Se sentó allí, observando cómo las hojas caían suavemente al suelo, arrastradas por un viento leve. En esa quietud, pudo finalmente escuchar sus propios pensamientos, alejados del ruido de la ciudad. Era como si todo lo demás quedara a un lado, dejando espacio para las preguntas que había tratado de evitar. Se dio cuenta de que, a pesar de todo el ruido externo, el verdadero silencio estaba dentro de él.
La tecnología, las prisas, las pantallas, todo parecía diseñado para llenar ese vacío, para distraer de lo que realmente importaba. Pero en ese momento, allí sentado bajo la luz de la farola, supo que esas distracciones solo podían hacer tanto. El silencio estaba ahí, siempre esperando detrás del ruido. Y quizás no era algo de lo que huir. Tal vez, era en ese silencio donde se escondía la verdad, la esencia de lo que realmente estaba buscando.
Se levantó y siguió caminando, sin un destino claro, pero con la certeza de que ese vacío, esa quietud interior, no era su enemigo. Quizás era una oportunidad, un espacio donde redescubrirse, donde reconectar con lo que había perdido en el tumulto de la vida moderna. El mundo a su alrededor seguía girando, el tráfico no paraba, la gente seguía moviéndose sin detenerse. Pero ahora él caminaba más despacio, escuchando un ritmo diferente, más profundo.
Sabía que no podía cambiar el ruido del mundo, pero podía aprender a escuchar su propio silencio.