Siempre fue brutal. El padre de mi madre, digo. Porque Maximino era brutal. Tuvo un perro al que pegaba a menudo, y años antes un burro al que dio tantos palos que un buen día se rebeló y le devolvió tal coz que casi le deja en el sitio.
Escarbando en su vida, esa atroz personalidad parece casi normal. Nació en un pueblo donde todos debían ser un poco salvajes. Siendo ya anciano me contó una historia sobre dos paisanos suyos que apostaron para ver quién era capaz de comer más guindillas. Uno de ellos era “Ovejoto” -apodo ganado por ser pastor- y del otro no sé nada, pero sé que llevaron la apuesta tan lejos que uno de ellos falleció en el intento. Quiero pensar que al menos ganó, pero esa parte no la conozco.
Pese a todo, Maximino fue un chico guapo y de buena familia. Además contaban que era inteligente. Un chico con futuro. Esas virtudes le llevaron a comprometerse con Ciriaca, la hija de los ricos del pueblo.
A su vez, en el mismo pueblo, la joven Juliana estaba comprometida con un tal Santiago, el guapo del pueblo. Juliana era conocida como “la niña”, por ser una niña bonita. De su familia sé poco, pero debían tener dinero porque una hija de Juliana, con muchos años ya, recuerda que la casa familiar era grande y tenía cuadros por las paredes. Además, todo el mundo se dirigía a su abuela llamándola “Doña”.
Comprometidos Maximino y Juliana, surgió una apuesta. Otra. Alguien, probablemente ellos mismos, quiso saber si eran capaces de abandonar sus compromisos y casarse con la prometida del otro. Dicho y hecho. Abandonaron los trajes de boda pensados para otro, las promesas matrimoniales, y trataron de casarse con la otra pareja.
De Santiago no sé nada, pero de la pobre Ciriaca sé que siguió soltera para siempre. Su familia, herida en el orgullo, desafió de tal forma a Maximino que tuvo que dejar todo atrás y huir en bicicleta -casado, eso sí- a otro pueblo.
Mi madre me contó que mi abuela siguió toda la vida mencionando a Santiago de vez en cuando. Pero lo impresionante se da al fallecer Juliana. Maximino, al poco de enviudar, envió a un hijo a buscar a Ciriaca, a la que ya no encontró. Tanto la recordó, que pidió ser enterrado con el traje que tenía para casarse con Ciriaca. Lo guardó toda su vida, esperando usarlo algún día. Y doy fe que lo consiguió, porque con esa ropa está enterrado. Sesenta años y ocho hijos después, honró a la novia que abandonó y no a la esposa que tuvo. Cuatro vidas destrozadas por un orgullo que les llevó al delirio y al infortunio.
Hasta esto tiene una moraleja. Nuestro tiempo es tan breve que en materia de felicidad siempre es mejor una hora antes que un minuto después. Ciertas cosas hay que resolverlas a tiempo.
* - La historia parece literiaria, pero es cierta como la vida misma.