Muchas cosas me llevan a pensar que soy infantil. Un ejemplo: en el día a día no me gustan las situaciones complejas ni los proyectos en los que participa mucha gente. Otro: creo que manejar demasiados elementos es como girar pelotas en el aire. Si excedemos el número que podemos controlar, al final se nos cae alguna.
Llegué a esa conclusión observando a mi hija. La pequeña señora vive fascinada por los cuentos pese a que todavía no los entiende en su totalidad. Pero bueno, el caso es que sé porqué le gustan. Le gustan porque tienen pocos elementos: alguien bueno, alguien malo y una trama sencilla. No hay paro ni terrorismo, y los personajes son lógicos y previsibles. Por eso disfruta mi hija, porque con pocos elementos puede imaginar una historia y anticipar conclusiones.
Y joder, a mí también me gusta eso de moverme en un mundo controlable, pisar terreno firme y anticipar lo que va a pasar mañana. Pero tengo claro que no puede ser. En la vida real hay ambición, desamor e infartos, demasiadas variables para cada pequeña historia, y casi todas apuntando a convertirse en potenciales desgracias. Así que cuando percibo tantas variables juntas me viene a la cabeza esa gran verdad que dice que un pesimista es un optimista bien informado.
Sin embargo, también creo que a todos nos gusta jugar con la ruleta rusa del destino. Es la parte que jode los cuentos -los hace imprevisibles-, pero también lo que nos conduce a situaciones inexploradas y al éxito o al fracaso. La incertidumbre da interés a la vida, pero también causa la desesperación.
Muchos de nuestros problemas viajan paralelos a la ambición y a los riesgos e incertidumbres que asumimos para alimentarla. Por eso simplificar es un ingrediente de la felicidad, porque tener una casa más pequeña -pero mía-, un trabajo sencillo, o regalar besos en lugar de objetos pueden ser la fórmula para una vida apacible. A lo mejor con menos elementos encuentro una certidumbre que ahora no tengo. Quizá deba girar menos pelotas en el aire a cambio de tranquilidad. Como mi hija cuando escucha un cuento.
Creo en los cuentos. También en la sencillez, y sé que si le doy la espalda al horizonte que conozco, lleno de ambiciones y deseos, encontraré otro. Más sencillo, pero horizonte a fin de cuentas.
Llegué a esa conclusión observando a mi hija. La pequeña señora vive fascinada por los cuentos pese a que todavía no los entiende en su totalidad. Pero bueno, el caso es que sé porqué le gustan. Le gustan porque tienen pocos elementos: alguien bueno, alguien malo y una trama sencilla. No hay paro ni terrorismo, y los personajes son lógicos y previsibles. Por eso disfruta mi hija, porque con pocos elementos puede imaginar una historia y anticipar conclusiones.
Y joder, a mí también me gusta eso de moverme en un mundo controlable, pisar terreno firme y anticipar lo que va a pasar mañana. Pero tengo claro que no puede ser. En la vida real hay ambición, desamor e infartos, demasiadas variables para cada pequeña historia, y casi todas apuntando a convertirse en potenciales desgracias. Así que cuando percibo tantas variables juntas me viene a la cabeza esa gran verdad que dice que un pesimista es un optimista bien informado.
Sin embargo, también creo que a todos nos gusta jugar con la ruleta rusa del destino. Es la parte que jode los cuentos -los hace imprevisibles-, pero también lo que nos conduce a situaciones inexploradas y al éxito o al fracaso. La incertidumbre da interés a la vida, pero también causa la desesperación.
Muchos de nuestros problemas viajan paralelos a la ambición y a los riesgos e incertidumbres que asumimos para alimentarla. Por eso simplificar es un ingrediente de la felicidad, porque tener una casa más pequeña -pero mía-, un trabajo sencillo, o regalar besos en lugar de objetos pueden ser la fórmula para una vida apacible. A lo mejor con menos elementos encuentro una certidumbre que ahora no tengo. Quizá deba girar menos pelotas en el aire a cambio de tranquilidad. Como mi hija cuando escucha un cuento.
Creo en los cuentos. También en la sencillez, y sé que si le doy la espalda al horizonte que conozco, lleno de ambiciones y deseos, encontraré otro. Más sencillo, pero horizonte a fin de cuentas.