miércoles, 7 de agosto de 2019

La tele

Estoy de Rodríguez. Echo de menos a mi hija, pero a modo de compensación disfruto de pequeños placeres  como ver la tele.

Ayer por ejemplo, me escapé del curro a las 15.00 h, y a las 16.00 ya me encontraba frente a la tele con una birra fresquita en la mano. Armado con el mando a distancia me puse a recorrer canales. Aluciné. La televisión parecía un coto privado de mariquitas cotillas que se autodenominan periodistas. Cambié insistentemente de canal, siempre con el mismo resultado: maricas ignorantes pastoreando gentuza aún más analfabeta que ellos. Los programas no tenían tema definido, pero sí una mecánica similar: escarbar en vidas ajenas para despedazar al personaje, demostrando que la estupidez va de la mano de la ignorancia. Todos tenían razón y defendían su postura, fuese la que fuese, chillando como energúmenos.

No pude evitar acordarme de un documental que vi hace años. Un astrónomo afirmaba que las señales de radio y televisión, al viajar a la velocidad de la luz, serían con seguridad las primeras huellas que llegarán a una civilización marciana. Si por casualidad fuese nuestra tele, llegarían a la conclusión de que La Tierra está poblada por habitantes amanerados, vociferantes y poco leídos. Qué coño, sabrían que hay vida, pero la inteligencia estaría por demostrar.

Mi asombro creció al ver simultáneamente en varios canales a una tertuliana de una ignorancia sonrojante, demostrando una ubicuidad que para sí quisieran los políticos en campaña. Mira que ha pasado gente y gentuza por la tele, pero lo de ahora llega al esperpento. Cuanto más ignorante y brutal el tertuliano, mejor. En mi rato de televisión he visto como a esos “periodistas”, pagados como directivos de grandes empresas, se les fundían los plomos cuando les preguntaban por la capital de un país cualquiera.

Lo malo es que estos individuos -por llamarlos de alguna forma-, ya son un modelo cultural, un ejemplo de triunfo construido a base de hacer públicas las más secretas intimidades horizontales.
Si tuviese 20 años también me plantearía para qué cojones sirve estudiar si estos tíos, adinerados y fiesteros, lo último que han leído ha sido Blancanieves. Debían ir con una mano delante y otra detrás pero, a mi pesar, son los nuevos yuppies. Y no les culpo. El modelo existe porque encendemos la tele y elegimos un canal y un programa concreto. La culpa no es del canal, sino nuestra. No existe la televisión basura: existe el espectador basura.

Como consuelo, hay un remedio de fácil aplicación. Es de color rojo y se encuentra en la parte superior izquierda del mando a distancia. Podemos cambiar las cosas con sólo pulsarlo. 
Hagámoslo. Porque si vemos que hoy día cualquiera es periodista, por algo será. Apuesto que no llegará el día que todos seamos ingenieros.

martes, 6 de agosto de 2019

Control + Z

Madrid en verano. Un calor de esos que cuando miras la calle parece bambolearse a lo lejos.

Mi hija alivia este infierno en una piscina de goma mientras mis sueños paternales me hacen rodear con bolígrafo anuncios de chalets con piscina. Es la androgenia que me grita al oído que mi mujer y mi hija merecen nadar en una piscina de verdad mientras tomo cervezas aderezadas con el sonido de carcajadas y chapoteos.

Choca con mi exiguo salario, pero soy positivo. Las cosas van encajando, y si después de todo lo que he pasado soy feliz en el trabajo ¿porqué no un chalet con piscina?

Mis días discurren entre complejas tablas Excel que no terminan de cuadrar, cifras con vida propia y mi Santo Grial: una función sencilla -pulsar Control y Z-, para volver atrás y deshacer destrozos. Coño, que cuando todo está bien hay que dejarlo estar. Los equilibrios hay que recomponerlos.

Tan alambicada introducción viene a cuento por mi hija y sus cinco dulces años. Y también por las lágrimas que me asoman cuando recuerdo ciertas cosas de su mundo especial.

Hoy, cenando los tres, mi hija ha elegido un postre distinto al que quería. Ha pedido un helado con forma de elefante con la trompa hacia arriba: mi símbolo de la suerte.
Cuando lo ha traído el camarero, mi hija me lo ha entregado y me ha dicho: -papi, lo he pedido porque sé que te gusta y quiero que te dé suerte-. Y yo, blandengue hasta lo peliculero, me he emocionado. Mucho. 
He agarrado su diminuta cintura y la he besado mil veces mientras prometía que si el elefante funcionaba quería ganar la lotería para comprar un chalet con piscina. Para que pueda nadar feliz con su madre. 

Se ha quedado pensativa con la mirada perdida y reflexionando en profundidad. Ha cogido el elefante entre sus manos y se ha alejado un par de pasos. Ha vuelto lentamente y con seriedad me ha dicho:
- papi, lo importante es que estés aquí, con nosotras- mientras ponía su elefante encima de la mesa. Se me encendían los ojos de lágrimas. Su pureza de sentimientos me abate, me descompone.

Pon favor, poned un Control-Z en mi vida. Porque quiero llorar, quiero volver a ese momento una y otra vez.

No se  puede decir tanto con tan poco.

Te quiero, hija. No merezco tanto.

domingo, 28 de julio de 2019

Talento

Si tienes algún talento, en vez de usarlo para llegar más lejos, úsalo para llegar más acompañado.

miércoles, 24 de julio de 2019

Pequeña declaración de amor

Amanecer el primer día después de las vacaciones. Mi hija se revuelve somnolienta en la cama mientras se desarrolla esta conversación.

- Levanta, cariño, que tienes que ir a la guarde - dice su madre entre besos.
- ¿Porqué Mami?
- Porque Mamá tiene que ir a trabajar para ganar dinero y comprar cosas.

Medio dormida, mira fijamente a su madre y dice - Mamá, no quiero cosas . Quédate.

lunes, 22 de julio de 2019

Magos y Brujos




El que sabe de qué habla no necesita Powerpoints. 
Steve Jobs




No sé en vuestras empresas, pero por los pasillos de las mía circulan vendedores de humo, pseudo-gurús, expertos de etiqueta y auténticos genios de los efectos especiales capaces de crear un ambiente cargado de "pequeñas partículas en el aire resultado de la combustión incompleta de un combustible". Lo que vulgarmente se conoce como humo, vamos. Algunos lo generan en proporciones tan desmesuradas que impiden ver lo que hay detrás. Es la nueva tarea de los falsos Mesías, que se suman a cualquier fiesta aunque no tengan ni puta idea de lo que dicen.

Son nuevas formas de comunicación empresarial que relaciono con la dialéctica griega. Porque la palabra procede del griego dialegomai, que significa diálogo, conversación, polémica, y refleja la manera de llegar a la verdad mediante la discusión y la lucha de opiniones. En contraposición tenemos la "retórica", donde el diálogo está ausente, y una sola persona argumenta defendiendo su postura. ¿Qué opináis, que en mi empresa se utiliza la dialéctica o la retórica? La retórica. A saco. Pasando ampliamente de las opiniones ajenas. Las reuniones y las presentaciones se hacen con el exclusivo fin de aprobar una idea prefijada, sin margen de reacción. La idea la comparto con Steve Jobs, quien entre otras citas soltó la de arriba, la del Powerpoint. Para mí tiene especial sentido porque me recuerda el coñazo del día a día en el que asisto a multitud de reuniones que sólo tienen en común su improductividad y el Powerpoint. Las presentaciones son al directivo lo que el lápiz al tonto.

Si analizáis cualquier presentación, comprobaréis que interesa más la exhibición que la demostración. Buscan hipnotizar al público y usan eslóganes, verbos en infinitivo, imágenes que no tienen nada que ver con lo que se está diciendo. Los poetas del Powerpoint contaminan el discurso generando documentos llenos de palabras huecas como "implementación", "roll-out" o "vertebración". Usan términos que no entienden, pero siempre con muchas sílabas. Así, con proyectar una lámina espectacular, cualquier ignorante puede hablar de  lo que desconoce con una soltura aberrante.  Esto no va de mejorar o pulir ideas, sino de convencer, de que se haga o se compre algo. Se busca aprobar ideas inamovibles, no sujetas a discusión. 

Estos magos de Powerpoint simplifican el discurso hasta el límite en un ejercicio de reducción y jerarquización. Impiden elegir dando un punto de vista hecho. Consiguen que nos sumemos a su pensamiento, evitando toda capacidad de razonar, de discutir, de criticar. Nos convencen con tres imágenes y cuatro lemas. Como si fuésemos niños.

Hasta hace unos años los magos llevaban traje y chistera.  Envolvían todo en un aura de misterio, hasta que sacaban algo inesperado de la chistera, convenciéndonos de que la magia existe. Hoy llevan un USB, utilizan proyectores y su chistera se llama Powerpoint. De la chistera sale humo y nos confunden hasta convencernos de que su opinión es correcta. Aunque no lo sea. 
¿Siguen siendo magos, o se han convertido en brujos? Habrá que buscar detrás del humo.

Ampliación con un poco de culturilla

Para demostrar el efecto del humo y de las frases deslumbrantes (y vacías) el físico Alan Sokal ideó hace unos años un experimento bastante aclaratorio.
Escribió un artículo para una revista norteamericana con un título memorable: Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravitación cuántica. En él, hablaba con un lenguaje incomprensible, de todo lo que se le iba ocurriendo: psicología, sociología, antropología...
El artículo pasó la criba del Comité de Selección y recibió críticas muy elogiosas de los lectores, que alababan, entre otras cosas, su “claridad de expresión”.
Un mes después, el autor del engendro confesó que era una broma, nada de lo que decía en el artículo tenía pies ni cabeza. Había creado el texto usando las palabras más enrevesadas que conocía y, en muchas ocasiones, había copiado y pegado de artículos que hablaban de temas diferentes. Pero de fondo no había absolutamente nada, solo humo: ni una teoría, ni un dato, ni un ápice de información real. Cuando se trató de averiguar cómo había podido tener éxito, la respuesta más habitual de los que cayeron en la trampa es que se habían dejado engañar por la mezcla entre frases y humo que no podían rebatir, y el prestigio académico del autor.

Como nosotros.

sábado, 20 de julio de 2019

Ser Feliz

Voy cumpliendo años con la extraña sensación de que la gente de mi edad es mayor que yo.
Me siento joven pero (y me suena que ya lo dije antes) el espejo es más testarudo que yo. También son testarudos los adultos que me llaman de usted, porque los niños lo hacen desde tiempo inmemorial. Y mientras voy recibiendo esa ducha fría de realidad veo como naufragan los restos de mis ilusiones de juventud contra la orilla de la realidad: no soy rico, no soy astronauta, ya no tengo padre… 

En el fondo la vida son unos pocos verbos separados por comas y muchas veces, escritos con mala letra. Porque la vida te va poniendo en tu sitio a bofetadas, sin delicadezas ni preavisos.

He llegado a una edad en la que empiezo a percibir la vida un poco desde arriba, como si mirase un juego de tablero. Veo que las casillas avanzan a toda velocidad. El tiempo pasa sin anunciar su prisa y avanza hacia una casilla con la palabra FIN en mayúsculas.

Pero seamos positivos, por favor. Como lección aprendida me quedo con que lo único que hay que hacer necesariamente en esta vida es morir. El resto es una elección. Está en nuestra mano hacer cosas grandes.
Seamos felices, coño. Seamos felices YA.

miércoles, 10 de julio de 2019

Creo en los cuentos

Muchas cosas me llevan a pensar que soy infantil. Un ejemplo: en el día a día no me gustan las situaciones complejas ni los proyectos en los que participa mucha gente. Otro: creo que manejar demasiados elementos es como girar pelotas en el aire. Si excedemos el número que podemos controlar, al final se nos cae alguna.

Llegué a esa conclusión observando a mi hija. La pequeña señora vive fascinada por los cuentos pese a que todavía no los entiende en su totalidad. Pero bueno, el caso es que sé porqué le gustan. Le gustan porque tienen pocos elementos: alguien bueno, alguien malo y una trama sencilla. No hay paro ni terrorismo, y los personajes son lógicos y previsibles. Por eso disfruta mi hija, porque con pocos elementos puede imaginar una historia  y anticipar conclusiones.

Y joder, a mí también me gusta eso de moverme en un mundo controlable, pisar terreno firme y anticipar lo que va a pasar mañana. Pero tengo claro que no puede ser. En la vida real hay ambición, desamor e infartos, demasiadas variables para cada pequeña historia, y casi todas apuntando a convertirse en potenciales desgracias. Así que cuando percibo tantas variables juntas me viene a la cabeza esa gran verdad que dice que un pesimista es un optimista bien informado.

Sin embargo, también creo que a todos nos gusta jugar con la ruleta rusa del destino. Es la parte que jode los cuentos -los hace imprevisibles-, pero también lo que nos conduce a situaciones inexploradas y al éxito o al fracaso. La incertidumbre da interés a la vida, pero también causa la desesperación.

Muchos de nuestros problemas viajan paralelos a la ambición y a los riesgos e incertidumbres que asumimos para alimentarla. Por eso simplificar es un ingrediente de la felicidad, porque tener una casa más pequeña -pero mía-, un trabajo sencillo, o regalar besos en lugar de objetos pueden ser la fórmula para una vida apacible. A lo mejor con menos elementos encuentro una certidumbre que ahora no tengo. Quizá deba girar menos pelotas en el aire a cambio de tranquilidad. Como mi hija cuando escucha un cuento.

Creo en los cuentos. También en la sencillez, y sé que si le doy la espalda al horizonte que conozco, lleno de ambiciones y deseos, encontraré otro. Más sencillo, pero horizonte a fin de cuentas.

martes, 2 de julio de 2019

Ideas

Decía Sócrates que la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia. Pero la realidad es tozuda y el único sitio donde la gente reconoce su ignorancia es un juzgado, y además casi siempre es mentira.

Entiendo que nuestro amigo griego habla de tener la mente abierta a las novedades o la experiencia de otros, y por eso me pregunto si las ideas son un destino o un punto de partida.

Si son un destino, son el resultado de lo que has visto y reflexionado, de los datos que tienes, de la información que manejas. Nunca tendrás todos los datos ni toda la información, pero al menos puedes cambiar tus ideas cuando tengas nuevos datos. Tu pensamiento evoluciona y está abierto a nueva información que intentas asumir sin prejuicios.

Si por el contrario las ideas son un punto de partida, el marco de referencia con el que juzgas todo, incluidos nuevos datos o información, siempre creerás que tienes la llave para entender el universo. Tienes ideas inamovibles. Sin saberlo perteneces a una hermandad milenaria de cuñados que sabe más que nadie de todo.

Porque todos tenemos creencias, pero lo que diferencia las creencias racionales de las irracionales es que las primeras están sujetas a revisión y las segundas no. Si vemos un barco en el mar, es racional y razonable pensar que flota por el principio de Arquímedes. Creer que flota por el buen karma del capitán es, cuando menos, raro. Y siendo ambas creencias, no son iguales. Una está sujeta a la ciencia, a la experimentación y a la opinión de muchos. La otra no. Cualquier intento de verlas como equivalentes es una traición a la razón, a la herramienta que nos ha permitido avanzar hasta donde estamos.

Mantener una opinión cuando tienes nuevos datos es poco inteligente. La coherencia consiste en mantener una lógica, no una afirmación.
Aunque tengamos que agachar la cabeza.

lunes, 1 de julio de 2019

Para mi hija

¿Sabes? Hoy, no sé porqué, me he acordado de lo que lloré cuando naciste. De pura emoción, claro. Te tuve en brazos y se me encogió el corazón por un amor tan intenso que me desarmó. Lloré lágrimas de alegría, lágrimas ajenas a la vergüenza. 

Ya tienes poco más de un año. Y te sigo queriendo con locura. Tu diminuta humanidad me hace buscar tus sonrisas y desear tus abrazos. Verte es el faro que guía mi vida.

Aunque todavía eres pequeña para que podamos hablar, ansío decirte un montón de cosas; que se me encoge el estómago si te veo llorar y que cuando me abrazas con tus brazos aún torpes noto un torbellino de sentimientos que no sé como trasladar a un papel. También ansío preguntarte si sientes el inmenso amor que te tengo, este amor que no me cabe en el pecho. 

Sé que crecerás y seguirás tu camino. Nunca te pediré que seas ingeniero, artista o rica, sólo te pediré que seas feliz y me permitas disfrutar tu sonrisa tanto como el tiempo nos deje. 

Y además quiero que sepas que siempre respetaré tus decisiones y que si alguna vez te equivocas y caes, encontrarás mi mano tendida para recogerte.

Por último, quiero decirte que para ser feliz tendrás que dejar que tu corazón sea libre, que podrás ser buena sin temor a que te dañen, y que podrás llorar con libertad si te apetece hacerlo.

Hace unos días has dado tus primeros pasos. Pasos que en parte me entristecen porque poco a poco te alejarán de mí y te llevarán a tener una vida propia. Pero nunca olvides que si vuelves tu mirada, estaré detrás para apoyarte.

Siempre.

sábado, 29 de junio de 2019

Micología griega



Si, pone micología.




Cuando trabajaba en un banco inglés, uno de mis jefes era un individuo de mi edad que siempre llevaba traje. Era la excepción porque allí todos llevábamos vaqueros. 
En fin, una forma más de marcar paquete en el entorno laboral. También usaba gomina. Mogollón. Tanta que parecía llevar la cabeza barnizada. 

Tiempo después, seguimos trabajando juntos. Sigue con el traje y la gomina. Y para terminar el perfil, es de esos que susurra y al hablar mueve la cabeza como asintiendo mientras entrecierra los ojos . 

Tan sofisticado andamiaje es sólo un intento por disimular que transita por la vida con las luces justas para ir por carreteras secundarias. No es mal tipo, pero creo que todos conocemos alguien así: un pavo real de oficina.

Total, que por aquel entonces entró al departamento un compañero bastante gayer. Maricón, para entendernos. De los que se perciben aunque no abran boca. 
Nuestro engominado favorito mantuvo unos días la distancia social que marcaba su rango. Hasta que se acercó a saludar en modo coleguita.
Se aproximó al cubículo del esclavo. Éste se encontraba sentado, y el hombre del traje permaneció de pie con los brazos cruzados y afirmando con la cabeza mientras susurraba. 
Inició una de esas conversaciones supuestamente distendida que circula bajo estrictos cánones: lugares de veraneo, restaurantes y comidas favoritas. Buscando conexiones con la plebe. 

La charla duró hasta que al hombre barnizado se le ocurrió mencionar su pasión por buscar setas. Chás. La conexión. El empleado levantó la vista de sus papeles mientras se le iluminaba la cara:

- Sí, me encanta!!! Respondió sonriente.

El señor del traje plantó las palmas muy separadas sobre la mesa y preguntó con su mejor susurro:

- ¿Entonces, eres setero?

En algún sitio se abrió la puerta de una nevera industrial. Bajó la temperatura. Había más orejas atentas de lo que parecía, porque se hizo el silencio. Ni un papel se movía. El compañero se tapó la boca con la mano mientras contestaba balbuceante:

- ¡¡¡Dios mío!!! ¿Pero eso es importante? Me parece una pasada lo que me estás preguntando.

El otro, en su tiniebla intelectual, se examinaba las uñas sin comprender. E insistió:

- Que si eres setero, joder.

Con la cabeza gacha contestó:

- No. Soy gay. ¿Pasa algo?

Se encendieron todas las luces en la autopista mental de nuestro amigo engominado. Una indescriptible mezcla entre rojo, verde y blanco le recorrió la faz. Entendió.
Miró alrededor en mitad del silencio y con su ronroneo más perfecto soltó:

- Que me refería a si eras aficionado a la micología.

Hizo un giro de compás, y volvió a su mesa con el culo apretado. Se sentó a remover papeles y así pasó la tarde. Callado y con el culo prieto. Porsiaka.

A veces hay que pensar en ponerse luces de Xenón en la cabeza... justo por debajo de la gomina.

*** La situación ha sido novelada, pero la conversación es absolutamente real. Se intercambiaron esas palabras letra por letra.

martes, 25 de junio de 2019

Educación y cultura

Prefiero tener educación a tener cultura, como prefiero ser listo antes que inteligente. 

Me explico: de poco sirve conocer la genealogía de los reyes Godos o las provincias de El Congo si no sabes comportarte razonablemente. Por eso me llama la atención la gente que ha tenido oportunidad de formarse pero no lo ha hecho, o mejor dicho, sólo ha adquirido conocimientos formados por listas de nombres. Por el lado contrario, admiro a la gente sin formación que es amable y sabe comportarse en cualquier sitio.

No sé qué pensaréis, pero creo que educación y cultura son términos muy distantes. Se puede tener una y no la otra, en ocasiones ninguna, y algunos afortunados -pocos- las dos a la vez. Son ejemplos casi de laboratorio, como fue José Luis Sampedro.

Vaya por su memoria.

sábado, 22 de junio de 2019

Treinta y todos


Ya no me gusta poner la edad que tengo. Piso tanto la raya de los 40, que mañana cruzaré al otro lado. Una frontera tan jodida que prefiero hablar de treinta y todos, un eufemismo más, pero que me mantiene un poco más en la treintena.

Soy tan bobo que me agarro como puedo a los restos de mi juventud, como si pudiese estirarla. Lo intento a base de deporte, un poco de dieta y la negación de lo que me susurra el espejo. Aún así el reloj es más persistente que yo.
No queda otra que adaptarse. Lo hago paso a paso: he empezado por reconciliarme con la báscula, que parecía dirigir una conjura contra mi autoestima. La he declarado inocente, no es culpa suya. También he hecho las paces con el puto espejo, que me martiriza mostrándome carnes fláccidas y un pelo blanco extrañamente parecido al de una rata. Aún así, no me preocupan las canas de la cabeza –que en un momento dado pueden quedar hasta elegantes- sino las de los cojones. No quiero tener canas en los huevos. Paso de teñirme las pelotas.

Creo que cumplir años es una segunda pubertad. Cuando tenía veinte años era un saco de hormonas revolucionadas. Ahora, a mis cuarenta tacos, vivo con la permanente sensación de tener algo pendiente, sin saber muy bien qué. Es como si el cuerpo -por si acaso- te pidiese ir resolviendo asuntos.

Otra sensación de la madurez es notar que la vida ya no es un constante desarrollo, sino que empieza a contraerse. Pierdes ilusiones, pierdes familiares, los fracasos se consolidan. Y aunque todavía no noto la muerte aporreando la puerta, comienzo a  intuirla al final del pasillo.

Lo bueno, que también existe, es la serena estabilidad que produce la experiencia. Disfruto de mi hija como no lo haría con otra edad. Entiendo lo efímero de sus besos y los recibo como verdaderos tesoros. Estoy enfermo de amor.

Así que, como ya he plantado un árbol, tenido una hija y escribo un blog, me voy preparando para volver a ver a mi abuelo. Porque cada día queda menos para que volvamos a vernos.

Pese a todo, hay días en los que me pregunto qué edad tendría si no supiese qué edad tengo. Porque no dejamos de jugar cuando nos hacemos viejos. Nos hacemos viejos cuando dejamos de jugar. Y me apetece seguir jugando.

viernes, 21 de junio de 2019

Mercados


Me encantan los mercados de barrio, aunque no siempre ha sido así. De joven me molestaba enormemente esperar colas y me preguntaba por qué en las colas siempre me tocaban delante señoras que parecían avituallarse para sobrevivir al Apocalipsis. He cambiado. No es que Carrefour me desagrade, es que con los años voy descubriendo encantos que desconocía. Me deslumbra la abundancia y el anonimato de las grandes superficies. Cargar el carro sin que nadie moleste es divertido, pero el mercado tradicional tiene algo especial, una cercanía que me llena.

Un día, no recuerdo bien porqué, bajé al mercado que hay frente a mi casa. Es uno de esos pequeños que todavía aguantan en los bajos de un edificio con casi todas las tiendas forradas con polvorientos carteles de Se Vende. Me acerqué a un par de las pocas que todavía funcionan, donde me recibieron con ese saludo de tendero pronunciado con voz grave y tono alto. Me atendieron de forma enérgica y se permitieron recomendarme cosas en las que ni había pensado -compra estas manzanas, que son puro azúcar, llévate este jamón que está exquisito-. Seguí sus consejos, y reconozco que no me defraudaron.
Al éxtasis llegué 6 meses después –sí, 180 días- cuando volví a bajar al pequeño mercado. Me recibieron como si fuésemos íntimos amigos. Me arrasaron con su Marketing cuando el frutero me preguntó si me habían gustado las manzanas y si quería más. Y el charcutero hasta me ofreció jamón “de ese que tomo yo”. Fue como lo del profesor que empezó la clase con “decíamos ayer”.

Me gusta comprar allí. Los sábados por la mañana aprovecho para deleitarme con el soniquete de los tenderos que vocean las virtudes de su género. Disfruto al bajar y ponerme en colas en la que “pido la vez” para mantener el orden. A veces no la pido para observar a las viejas calibrarme intentando saber si podrán colarse. Miden mi voluntad mientras dan pataditas a la cesta ganando terreno. Me divierten sus esfuerzos, y procuro esperar hasta el último segundo para girar el cuerpo entero y echar una mirada de Rayos X. El orden retorna con facilidad. Que no me habían visto y eso.

Fascinado sigo con este Marketing intuitivo. Sé que compro más caro, pero les siento como a una pequeña familia. Y coño, que se lo merecen. 

jueves, 20 de junio de 2019

Papá


Mi padre es administrativo, tiene las manos pequeñas y cuando yo era un niño, olía a tabaco negro y al frío de la calle.

Cuando volvía de trabajar traía cara de sueño porque madrugaba mucho, y muchas veces, una sorpresa.

Mi padre ya no vive. Le echo de menos.

Tuvo manos pequeñas, y hasta hace poco, muy poco, siempre me trajo sabios consejos y soluciones cariñosas.

Mi Padre hoy ya no me puede invitar a comer.

Te quiero Papá.

*- Escrito el primer día del padre sin mi padre.

#quesuertehetenido

viernes, 14 de junio de 2019

Lógica

Los meteorólogos, cuando coinciden en el ascensor, hablan de cosas profundas.

PD – Hoy he tenido un viaje incómodo en el ascensor y hemos hablado, como no, del tiempo.

miércoles, 12 de junio de 2019

Proverbios chinos

Siempre he creído en los proverbios chinos. Como hay tantos chinos, entiendo que alguno llevará razón y tomo en serio sus cosas.

Quizá por eso recuerdo una conversación con una amiga con la que después de un rato arreglando el mundo, terminó con una frase lapidaria: "He pensado mucho en estas cosas y la solución estaba en un libro que leí hace años —dijo mientras miraba al suelo pensativa—. En una aldea china, una chica joven e inexperta preguntó a la mujer más anciana si la vida es triste o no, y la anciana le respondió con un escueto sí."

Desconozco el título del libro, pero la frase es cierta. Como a la anciana, la vida te enseña que sufres para tener un respiro y después, volver a bajar. No sé qué me deparará el futuro, pero por si acaso, putos chinos.

Añado un epílogo: creo que el hombre, cuando alcanza la madurez, percibe la realidad de la vida. A veces el viaje no ha merecido la pena. Y lo que queda es aún peor.

lunes, 10 de junio de 2019

El miedo de mi amigo

Tengo un amigo grandote con pinta de bruto y una fina inteligencia que habitualmente lo lleva a pisar las alfombras de la lógica y lo razonable. Es de provincias y adorna lo que dice con un aire rústico que le hace muy auténtico. Estas, otras muchas virtudes, y una amistad de años hacen que confíe en él y en su criterio. Por eso es el único en el trabajo que sabe de mis pastillas.

El otro día andaba con él tomando algo junto a la máquina de café y surgió la historia de Melendi, el compañero que se sienta frente a mí.

Melendi es un tío delgado, cuarentón y risueño que una mañana se encontró regular y fue al médico para que le diagnosticaran tensión alta. Un par de días después volvió a suceder, y su tensión todavía más alta la resolvió el médico con una recomendación de que no tomar sal y algo de dieta. Al final, en una de sus demasiado habituales visitas, topó con alguien competente que le dedicó tiempo y resolvió que  a pesar de su aspecto exterior, su corazón estaba seriamente enfermo. Tanto que le han operado de urgencia para implantarle tres bypass. 

Ha tenido suerte. Tiene críos y una esposa a la que adora, de no operarse cualquier mañana habría caído muerto sobre el teclado para convertirse en una simple historia de esas que llenan los pasillos de corros. De momento tiene tiempo extra, por lo que la vida no ha sido mala del todo.

Entre sorbos, mi amigo grandote y yo hablábamos de lo frágiles que somos y de que por mucho que lo ignoremos, colgamos de un hilo tan fino que puede quebrarse en cualquier momento. Pensé que no me da miedo morir, pero quiero ver crecer a mi hija. No hacerlo sería horrible, por lo que deseo febrilmente vivir.

Mi amigo decía que las enfermedades físicas le dan miedo, pero las percibe tangibles y cercanas y le dan menos respeto que las del alma -o la cabeza, por decirlo en claro-. Piensa, con su innata sensatez, que enfermedades como la depresión o la angustia son globos pinchados que vuelan descontrolados y no se sabe donde acabarán. Y es cierto que alguien como Melendi tiene un cuerpo enfermo pero una mente sana que lucha por vivir, y sin embargo la otra enfermedad, la que da miedo a mi amigo, produce cuerpos sanos que quieren morir. Y eso me da miedo. 

Como a mi amigo.

lunes, 3 de junio de 2019

Pensadlo


Cuando alguien, hablando de otro, dice "es muy inteligente, pero..." habla de un jodío vago.

Pensadlo.

jueves, 30 de mayo de 2019

El descubrimiento

Nunca estudió, pero tampoco le hizo falta. Era despierto y habilidoso con las manos, por lo que no tuvo problemas para ganarse la vida.

Desde pequeño le gustó desmontar cosas para conocer su funcionamiento. Quería entender los pequeños componentes del todo, separándolos en sus piezas básicas para luego volver a unirlas.
Acabó convenciéndose de que los tornillos eran la clave. Pequeños giros en espiral que componían y descomponían cualquier cosa en elementos mas fáciles de comprender. Hombre previsor, siempre llevaba en el bolsillo de su camisa un destornillador y una libreta en la que apuntaba las cosas importantes.

Hace ya tiempo noté que su cuerpo se consumía y su mirada se tornaba vidriosa. Pero era reservado y resultaba difícil preguntarle. Una mañana me llevó a un rincón del bar donde habitualmente desayunábamos. Con voz entrecortada me contó lo que había descubierto.
Sacó su libreta y con dedos temblorosos se puso a señalar las cosas que ya sabía. En tono confidencial me hizo saber que nunca se lo había contado a nadie, pero se acercaba a la clave y necesitaba compartirlo.

La primera vez que lo notó fue una mañana mientras se afeitaba. El giro del agua en el lavabo formaba una espiral. Comprendió que el agua era atornillada por fuerzas que no adivinaba a comprender. Y su mente despertó.

Vio guiños de conocimiento en aspectos más complejos. Descubrió que el 666 que simboliza al Demonio representaba tres pequeñas espirales que sólo los más despiertos percibirían como tres giros de tornillo.

Su contrapeso eran las iglesias. Sus plantas, siempre en forma de cruz, representaban cabezas de tornillos con los que Dios clavaba su presencia a la tierra.

Descubrió los tornados y su destrucción. Percibió con total claridad la espiral que los componía y la energía con que el Demonio azotaba la tierra. También supo que Dios creó galaxias que giraban en espiral, y olas que rompían cuando su espiral terminaba. El misterio funcionaba a todas las escalas.

Su descubrimiento se tornó en asombro cuando en un documental vio que el ADN, la esencia de todos nosotros, se componía de dos espirales, una imbricada en la otra. Una era de Dios y otra del Diablo. Representaban el inestable equilibrio de fuerzas que nos hace a cada uno distinto de los demás.

También vio en el movimiento de los relojes una espiral inmensa que conducía a un final después de muchos giros.

Concluyó que todo era cierto. Un plan de dimensiones cósmicas.

Unos días después de nuestra conversación no acudió a desayunar. Al día siguiente fueron a buscarle y le encontraron sentado en el sofá. Su cuerpo seguía vivo, pero su mente se había ido. Tenía un destornillador fuertemente agarrado y clavado en una radio que reposaba en sus rodillas. El tornillo que intentaba quitar tenía la rosca pasada y giraba sin fin.

Desde entonces he pensado mucho en lo que me contó. Por cierto que la hoja en la que escribo acaba de caer al suelo.

Girando en espiral.

jueves, 23 de mayo de 2019

Narcosabiduría

Ya sabemos que toda oficina cuenta con empleados ambiciosos, A.K.A. trepas: todos hemos coincidido con alguno.

Tienen la inexplicable capacidad de escalar posiciones. Y sobre como lo hacen ya he escrito bastante.


En principio no parecen tener más experiencia ni ser más inteligentes que el resto, pero poseen alguno de los rasgos de la personalidad que los psicólogos llaman la “triada oscura”:


  • manipulación o tendencia a influir en otros para beneficio propio
  • narcisismo que denota una gran admiración hacia uno mismo,  
  • personalidad antisocial, asociada a una falta de empatía por los demás.

Pero falta un factor, que no es de personalidad, sino social. Me resulta cuando menos llamativo, tratándose de seres antisociales: también son expertos en forjar alianzas políticas con los demás, pero sobre todo entre ellos. Resulta que estarían dispuestos a matarte por un puesto, pero entre ellos se respetan.

Y el mejor resumen que he escuchado sobre este punto lo escuché el otro día viendo la serie Narcos. Don Berna, uno de los personajes, explica a otro el porqué de una inesperada alianza.

- Usted y yo somos como la serpiente y el gato. Si la serpiente puede, mata al gato. Y si el gato puede, mata a la serpiente. Pero a veces, los dos ven una rata bien grande... y ambos se la quieren comer.

Que no es necesario ser culto para ser sabio, vaya. El amigo Berna me tuvo rascándome la cabeza un buen rato después de escuchar su frase.

viernes, 10 de mayo de 2019

Apuestas

Siempre fue brutal. El padre de mi madre, digo. Porque Maximino era brutal. Tuvo un perro al que pegaba a menudo, y años antes un burro al que dio tantos palos que un buen día se rebeló y  le devolvió tal coz que casi le deja en el sitio.

Escarbando en su vida, esa atroz personalidad parece casi normal. Nació en un pueblo donde todos debían ser un poco salvajes. Siendo ya anciano me contó una historia sobre dos paisanos suyos que apostaron para ver quién era capaz de comer más guindillas. Uno de ellos era “Ovejoto” -apodo ganado por ser pastor- y del otro no sé nada, pero sé que llevaron la apuesta tan lejos que uno de ellos falleció en el intento. Quiero pensar que al menos ganó, pero esa parte no la conozco.

Pese a todo, Maximino fue un chico guapo y de buena familia. Además contaban que era inteligente. Un chico con futuro. Esas virtudes le llevaron a comprometerse con Ciriaca, la hija de los ricos del pueblo.

A su vez, en el mismo pueblo, la joven Juliana estaba comprometida con un tal Santiago, el guapo del pueblo. Juliana era conocida como “la niña”, por ser una niña bonita. De su familia sé poco, pero debían tener dinero porque una hija de Juliana, con muchos años ya, recuerda que la casa familiar era grande y tenía cuadros por las paredes. Además, todo el mundo se dirigía a su abuela llamándola “Doña”.

Comprometidos Maximino y Juliana, surgió una apuesta. Otra. Alguien, probablemente ellos mismos, quiso saber si eran capaces de abandonar sus compromisos y casarse con la prometida del otro. Dicho y hecho. Abandonaron los trajes de boda pensados para otro, las promesas matrimoniales, y trataron de casarse con la otra pareja.

De Santiago no sé nada, pero de la pobre Ciriaca sé que siguió soltera para siempre. Su familia, herida en el orgullo, desafió de tal forma a Maximino que tuvo que dejar todo atrás y huir en bicicleta  -casado, eso sí- a otro pueblo.

Mi madre me contó que mi abuela siguió toda la vida mencionando a Santiago de vez en cuando. Pero lo impresionante se da al fallecer Juliana. Maximino, al poco de enviudar, envió a un hijo a buscar a Ciriaca, a la que ya no encontró. Tanto la recordó, que pidió ser enterrado con el traje que tenía para casarse con Ciriaca. Lo guardó toda su vida,  esperando usarlo algún día. Y doy fe que lo consiguió, porque con esa ropa está enterrado. Sesenta años y ocho hijos después, honró a la novia que abandonó y no a la esposa que tuvo. Cuatro vidas destrozadas por un orgullo que les llevó al delirio y al infortunio.

Hasta esto tiene una moraleja. Nuestro tiempo es tan breve que en materia de felicidad siempre es mejor una hora antes que un minuto después. Ciertas cosas hay que resolverlas a tiempo.

* - La historia parece literiaria, pero es cierta como la vida misma.

jueves, 2 de mayo de 2019

Preposiciones deshonestas

Al banco que me dió la primera oportunidad llegué para currar en el departamento de Banca Telefónica. Un sitio lleno de gente joven trabajando en una colmena de cabinas alineadas por pasillos. El ambiente mezclaba hormonas, ilusión y bullicio a partes iguales. Pagaban poco, currabas mucho, y prometían promoción si lo hacías bien.

El jefe era una bestia. Conocido como “el Yayo”, o “la gárgola”, era bruto y listo a un tiempo, uno de esos viejos que se hacen notar y destilan mala hostia cada vez que respiran. Decía que su departamento era un cortijo y tenía razón: lo que pasaba detrás de la puerta era muy distinto a lo que pasaba fuera. Allí mandaba él, y punto.

El Yayo gestionaba su cortijo con la actitud de un sargento en un campo de concentración. Cuando se aburría salía del despacho con las manos a la espalda y caminaba lentamente entre los pasillos volviendo la cabeza a  derecha e izquierda. Todos disimulábamos acojonados, porque se estaba cociendo una hostia. Una vez elegía víctima, se detenía tras su silla y escuchaba la conversación. Transcurrían  a veces segundos, a veces minutos, pero al final aparecía el fallo, daba igual si real o imaginario, porque entonces surgía el Aníbal Lecter de Carabanchel. Arreciaba su cólera y gritaba soltando perdigones de babas mientras aleteaba con los brazos para argumentar sus razones. Ahora me hace gracia, pero coño, a primera hora resultaba un pelín brusco.

También resultaba divertido saber que no tenía ni puta idea de lo que se hacía en el departamento. Cuando le surgía una duda, llamaba a  una víctima a su despacho. Si te quedabas fuera te reías viendo los sudores del que entraba. Pero si te tocaba entrar, ya no molaba.
Entrabas, te sentabas y te preguntaba como resolverías la cuestión. Una vez respondías, ya tenía argumento. El tuyo. Y el muy perro te lo agradecía montando un pollo de los suyos (aleteando, babeando…), para acabar diciendo que no tenías ni puta idea -como él, vamos- y que lo correcto era su respuesta, que era la tuya levemente matizada. Menudo cambio... Le dabas una respuesta y te llevabas una hostia. 

Lo bueno de un tío tan obtuso es que cohesionaba el departamento. En su contra, claro. Tengo buenos amigos, y en gran parte creo que se lo debo al Yayo. Todavía me río con sus historias, como cuando llamó a un director para echarle la bulla y después de diez minutazos chillando como un energúmeno se dio cuenta de que se había equivocado de persona, o cuando mis compañeros encontraron una caja de condones en su mesa y los pincharon uno a uno…
Pero como decía al principio, también era listo. Mucho. Enorme en la visión estratégica, era capaz de ver las cosas desde arriba y trocear los problemas en lonchas finitas que manejaba con facilidad. Y lo hacía casi sin pensar. Nunca ha dejado de asombrarme tanta clarividencia.

Como la vida es larga y donde las dan las toman, al final apareció un nuevo jefe alemán, y con la frialdad que le caracterizaba, le quitó la silla y el trabajo. Le jubiló a la fuerza y le cambió  el cortijo por su piso de Carabanchel y el despacho por un sofá frente a la tele.

Ahora el Yayo hace cuentas de que ha tenido más de doscientas personas a su cargo, pero sólo mantenemos el contacto cuatro amigotes que de vez en cuando quedamos con él a cenar. No depender de él ha facilitado las cosas, porque nos permitimos hablar como colegas y le vemos desde un prisma distinto, más de abuelo bonachón que de señor Lecter de barrio. Incluso hablamos de las ganas que tuve de  abandonar ese trabajo. Y como siempre, lo resumió con afilada inteligencia. 
El problema es sólo una cuestión de preposiciones: -nunca te vayas “de” porque te equivocarás y asumirás riesgos innecesarios. Vete “a”, porque será una decisión meditada-.
Así de fácil.

Pero qué feo, qué viejo y qué listo que eres, Yayo. 

* - Yayo, sabes que en el fondo, te aprecio.

jueves, 28 de marzo de 2019

El salón blanco

El pasado viernes mi jefa nos invitó a comer. Algún libro de management debe sugerir organizar comidas, porque con su profunda sociopatía, sé que no le apetecía. Estaba fuera de lugar.
Pensé mil excusas para escaquearme, pero no pudo ser. 

Nos llevó a la calle Serrano, a un sitio fino de cojones. Tanto que me costó entender que el señor que nos recibió era un camarero. Parecía un directivo el cabrón. Con inmaculadas maneras nos guió hasta una sala al fondo del local. Una estancia minimalista, decorada en un blanco tan luminoso que hacía daño a la vista. Mesas blancas, sillas blancas, paredes blancas. Sin cuadros ni adornos. Una versión cara del purgatorio. 

En un visto y no visto una horda de camareros –estos sí que lo parecían- colocaron platos y cubiertos, hasta que aquello pareció una mesa normal. Se esfumaron tan deprisa como aparecieron. La carta, enorme y por supuesto, blanca, indicaba platos de ingredientes desconocidos del tipo "deseo marino con crema agria nocturna" y precios astronómicos. 

Acomodado en la mesa miré alrededor. Vi señores pavoneándose graves, importantes, seguros de sí mismos. Pelo largo y amplias sonrisas. Ropa cara, siempre una talla por debajo de la correcta. Relojes grandes que brillaban con estridencia. Apuesto a que la mitad de esos señores se llamaban Borja Mari. Y no pierdo.

Como ruido de fondo sonaban carcajadas ostentosas mientras estos individuos, arrogantes y sobrados, brindaban con sus copas. El camarero-ejecutivo se acercaba por allí y les hablaba bajito, como avergonzado. Ni caso le hacían al pobre. Se comportaban como estrellas del cine con sus deplorables maneras de nuevos ricos.

No lo puedo evitar. Me repugnan sus maneras. Ya sea el éxito o su despreciable dinero, algo les hace distintos. Al mundo que conozco, digo. Porque se nota que viven sin miedo a la cola del paro, que no saben lo que es madrugar para ir a trabajar, que no conocen los escrúpulos ni la vergüenza. 
A su lado me siento mal. Percibo mi vida como algo cutre, un poco de otra división. Viéndoles sé que ellos cada mañana se felicitan ante espejo por quienes son y que después dedican el día a celebrar su buena suerte. Como hicieron ayer y como harán mañana. Porque la vida es más bella para algunos.

Al salir del restaurante me crucé con un señor que trasladaba sus escasas pertenencias en un carro de supermercado. Nadie parecía verle. Creo que rompía el paisaje. Me acerqué a darle una moneda y volví a pensar en los señores del restaurante. Sentí un intenso desagrado. Aún hoy noto que ese sentimiento me sale de dentro. Está por encima de mi control.

Mientras paseaba de vuelta a casa tuve una revelación: el restaurante era blanco para que no perdamos de vista la obscena prepotencia de Borja Mari y sus mariachis, para que cada segundo seamos conscientes de la enorme distancia que nos separa. Doy fe que lo han conseguido.

Y ya que hablamos de colores, me cago en tu sangre, Borja Mari. Que, según dices, es azul.

miércoles, 20 de febrero de 2019

El "eco mental"

"Si cada español hablase de lo que entiende, y nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio".

A. Machado


Es curioso. Borja Mari no tiene idea de casi nada. Habla de casi todo pero sin tener apenas idea. Dice burradas sin pestañear, como los buenos actores, o como los locos de verdad... No es más ignorante porque no amanece antes.

Lo que he verificado es su capacidad de adaptación. Acude a una reunión y la monopoliza con sus rebuznos sin conocer el tema tratado. Cualquiera que coma una sopa de letras puede cagar argumentos más sólidos que los suyos, pero como le gusta oírse y que le oigan, es la penitencia que nos toca.

Hay otra característica curiosa: cuando desconoce la materia de que se habla -cosa que sucede a menudo- surgen términos que le resultan nuevos. Y cuando oye uno de esos términos se produce una reacción física, tangible: entrecierra los ojos como prestando más atención, haciendo perceptible como graba la palabra en su memoria.
Ahí comienza el “eco mental”. El muy zote piensa que si usa las nuevas palabras parecerá más listo y los demás alucinarán. El “eco mental”, consiste en repetir constantemente y por todos los medios posibles el nuevo término.

Va un ejemplo. En una reunión con Marketing surgió el término “lead”. Lo utilizamos para referirnos a la intención de compra de un cliente. Durante los siguientes días parecía que el mundo sólo estaba compuesto de leads. Borja Mari enviaba correos hablando de leads, comentaba con sus queridos jefes lo que teníamos que hacer para conseguir leads...

Pero lo peor del "eco mental", su faceta más nociva, es el efecto acumulativo. Días después aprendió lo que era un “copy”, término que usamos para referirnos a textos comerciales. Ya lo habéis pillado, ¿no? Sí, justo eso. Que desde entonces empezó a usar combinaciones como “copys para los leads”. Los rebuznos pasaron de notas a sinfonías.
Así llevamos tiempo, viendo como Borja Mari une cada vez más palabritas para ir creando un nuevo lenguaje. No me cabe duda que algún día será tan hablado como para alcanzar la categoría de idioma oficial.

Todo esto me lleva a un par de conclusiones:

- Podríamos pensar que nuestro personaje tiene algo de camaleón y se adapta al entorno. Sin embargo lo veo más como una rata que aprende a escapar de laberintos. Usa lo que aprende para llegar al queso, no para adaptarse a los demás.

- La segunda es sobre el “eco mental”. El eco sólo se produce en lugares diáfanos. Si en su cabeza las nuevas palabras rebotan y producen eco, por cojones tiene que haber espacio libre. Mucho. Borja Mari tiene la cabeza muy hueca.

Un día de estos probaré a inventarme algún término y soltarlo delante de él. A ver qué pasa.

sábado, 5 de enero de 2019

El cristal

El otro día tuvimos la cena anual del trabajo. Alcohol, palmaditas en la espalda, carcajadas y… Borja Mari.

Los plebeyos quedamos un rato antes en un bar cercano. Borja Mari no vino porque no tiene amigos. Estamos hablando de trabajo y en ese terreno él solo tiene conocidos. Sabe el nombre de casi todos, pero no intima con nadie. Teniendo amigos no se progresa en la escala laboral.

Tomamos unas cuantas -o para ser sinceros, muchas- cervezas. Casi a regañadientes fuimos al restaurante. Nos distribuimos entre las mesas por afinidades: chicos, chicas, compañeros. Llegó Borja Mari y buscó su afinidad con la mirada. Y la encontró junto al jefe. Como bien dijo un amigo mío, también allí estaba trabajando.

Si habéis visto el título de esta entrada, veréis que se llama El cristal. Se me ocurrió que Borja Mari y los de su calaña son transparentes. Puedes ver su interior. Están tan vacíos que sus intenciones se perciben con nitidez. Pero ¿las veo sólo yo o las vemos todos?, porque creo que ciertos jefes sufren ceguera con estas cosas. Respetan, toleran y fomentan la figura del trepa. Si notas el aliento de alguien permanentemente en tu nuca y además a ese alguien le hacen gracia todos tus chistes -malos incluidos-, quizá tengas algo que plantearte. Pero si eres uno de esos jefes hinchados de ego puede que ese algo sea de tu agrado.

Pero volvamos al restaurante. La cena bien, salvo las intervenciones fuera de lugar del enano. Cuando la gente aplaudía o celebraba alguna intervención simpática, siempre la remataba Borja Mari con alguna alusión al protagonista, seguida de un incómodo silencio del resto. Lo hacía como demostrando que tiene coleguitas y que él tiene algo que ver en la gracia. Patético.

Llegamos a las copas y todo siguió igual. Borja Mari revoloteando de grupo en grupo, sin poder posarse en ninguno. Ni caso. El jefe se fue y el enano detrás. La jornada laboral había terminado.

Ser un trepa tiene esas cosas. También pasa con el cristal y los puticlubs. El que jode, paga.
Sé que soy malo, pero también sincero.

QUE SE JODA.