lunes, 19 de octubre de 2020

Certezas sin Alcohol

“Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa.”  
Jacinto Benavente


Siempre me ha gustado la cerveza. Y en otro tiempo también las copas, qué cojones.  Al fin y al cabo, por algo los griegos acudían a la melopea para estar más cerca de Dios. El alcohol es refugio, y también cárcel.

Acodarse en una barra y tomar algo es como quitar las capas de cebolla que envuelven una personalidad retraída.

Porque en ese núcleo interno hay muchas cosas entrelazadas que influyen en tu bienestar. Mucho. Tristezas que empañan alegrías y viceversa. Colores sentimentales que se entremezclan formando tonos difusos.

Pero vamos, que es tomar unas cervezas y los colores parecen separarse. Puedo reír a carcajadas o llorar si toca, pero siempre de forma nítida y exclusiva para ese tema.

Mola esa seguridad. Y más aún porque tiendo a la alegría más que a la tristeza. Me da por sonreír y pensar lo bonito que es el mundo. Pero sobre todo alcanzo certezas que en situación normal no tendría: veo con claridad las decisiones a tomar o a descartar. 

Con los años noto que me voy desprendiendo de algunas de mis capas de cebolla. Soy menos reflexivo en muchos aspectos y mis sentimientos están más cerca de la piel que antes. Decido mejor y con menos carga de conciencia.

Por eso, porque voy pudiendo hacerlo, un día iré de bares con mis amigos y pediré una ronda de certezas sin alcohol. Tendré que explicar que no es algo que el camarero pueda servirme, sino una sensación, un bienestar del alma.

Un "algo" por dentro que reconforta.

Lo entenderán. Sin duda.


P.D. - Alguien dijo que no iba a beber en toda esta semana acaba de llegar a casa con cinco cervezas en su interior pero por respeto a su intimidad no os voy a decir quién soy.


sábado, 10 de octubre de 2020

La última copa

Horas de calor y atasco para llegar a un sitio que siempre le desagradó. Otro viaje en el 600 familiar para llegar a ese pueblo de tejas rojas y pocas, muy pocas casas.
Siempre le enfadó ir. Le separaban de sus rutinas y amigos para sumergirle tres largos meses en un tedio de trigales y caminos de tierra que parecían no variar nunca. Además, la familia del pueblo le resultaba insoportable. Odiaba recibir besos de gente que no conocía.

Compartía el verano con unos pocos niños con los que llenaba las tardes pescando o jugando al fútbol. Los días eran el tiempo que transcurría entre una cruz tachada con rabia en el calendario y el deseo imperioso de poner la siguiente.

Pero aquel verano fue distinto. Vino ella, la prima de uno de los niños del pueblo. En mitad de aquellos días áridos, algo surgió. Sus miradas se desviaban al verse. Algo parecido a las hormigas paseaba por debajo se su piel. 

Un día que jugaban a los puños (eso de amontonar uno encima de otro formando una torre) sus manos permanecieron en contacto un instante más de lo debido. Y se sostuvieron la mirada por primera vez. Hasta que ambos sonrieron. Fue un segundo que pareció durar mucho. 

Dejó de hacer cruces en el calendario. Ahora deseaba que los días no transcurriesen tan aprisa. Así podría verla un rato más y seguir notando esas cosas que tanto le sorprendían pero a la vez le gratificaban. Sensaciones desconocidas que le quitaban el sueño.

Un atardecer frente a un trigal trajo su primer paseo de la mano. Y el primer beso. El verano se convirtió en una sucesión de horas frente al río hablando de todo y queriéndose como sólo se quiere al primer amor.
Grabaron sus nombres en el árbol más grande de la plaza del pueblo. Lo adornaron con un corazón y prometieron amarse para siempre.
Pero el verano acabó. Una noche se soltaron las manos y lloraron mientras se susurraban la eternidad.

El largo invierno se pausaba los martes, día en el que el buzón se llenaba con cartas escritas en elegante letra redonda. Las cartas de amor se sucedieron hasta que el verano volvió. Y con él los paseos, los besos y los atardeceres frente al río. Y en esas conversaciones se iba creando un futuro que les hacía felices: una casa grande llena de niños, una vida juntos en la que cada día sería una fiesta de amor.

Con el tiempo, el 600 se convirtió en un coche alemán más grande y los viajes pasaron de ser tediosos a una dolorosa espera que duraba todos los meses de invierno.

Tiempo después, cuando los martes eran ya la rutina más excitante de la vida invernal, pasó lo inesperado. No hubo carta. Pensó que quizá se había retrasado, pero transcurrieron los días y nunca llegó. Los días se apilaron lentamente formando meses y cada carta enviada sin respuesta pasaba de esperanza a dolor que le atenazaba el pecho.
Ese verano ella no fue al pueblo y nadie supo decirle nada. Simplemente su familia no había ido.
Se desplazó a la dirección a la que enviaba las cartas y allí tampoco la encontró. La familia entera se había esfumado sin decir nada.

Todos los años volvía al pueblo con la secreta ilusión de volverla a ver. Había razones de peso para no cambiar de vida. Debía quedarse allí, esperando a que volviera la que un día le juró amor eterno. Él ya no vivía en la antigua casa familiar, por lo que ella sólo tenía las señas de su casa del pueblo. No podía permitirse desaparecer justo cuando ella volviese.

Los años pasaron amargamente. El pueblo se fue vaciando de familia. Y la jubilación le llevó a la decisión que le pareció más sabia: irse a vivir al pueblo. Así la encontraría cuando volviese a buscarle.
Todas las tardes, con su andar dificultoso iba hasta la plaza y se acercaba al árbol para comprobar que todo seguía en su sitio. 
Después se sentaba siempre en el mismo banco, con la mirada perdida y los codos sobre los muslos mientras agarraba con las dos manos un viejo sombrero que hacía girar lentamente. En ocasiones, cuando se levantaba, remarcaba los nombres que llevaban ya más de 50 años grabados en la corteza del enorme árbol. 
Ya de vuelta en casa algunas veces, demasiadas, le preparaba una copa de cava en la mesa del salón. Sabía que ella volvería al atardecer y adornaba la mesa con una flor y dos copas perfectamente alineadas.

Una tarde de otoño le echaron en falta. Su andar renqueante hasta la plaza había dejado de ser una constante. Visitaron su casa. Y le encontraron muerto con una ilusa cara de felicidad. Estaba sentado en la mesa con la cabeza apoyada en las manos. Parecía sonreír. 

Frente a él, dos copas vacías. Una, la más alejada, tenía marcados unos labios en carmín rojo.

lunes, 15 de junio de 2020

En mi hambre mando yo



Nos han convocado a un Away Day. Un día de esos en que te llevan al campo a hacer el garrulo para generar team-building, o hacer equipo, o como lo quieran llamar en ese lenguaje fashion-gilipollen de las multinacionales.


Dudo que el Away Day vaya a ser un Guay Day. Nos llevan un par de días a un pueblo de playa, turístico, molón. Caro. Hasta ahí, bien. Pero tenemos que dormir en habitaciones compartidas. Como en el cole, pero con canas y lorzas.
Tan indeseable oferta no es aplicable a todos. Los directores -por algún privilegio feudal- dormirán en habitaciones individuales. Rayas en el suelo que separan categorías. Ellos pueden roncar o tirarse pedos a solas.

Se ha generado una polvareda importante. Corros con gente levantando los brazos ofendida por semejante desprecio. “O para todos o para ninguno”, “pues yo no voy”.
Semejante ofensa será defendida con el puño en alto. O no. Lo digo porque nos han mandado un correíto solicitando que confirmemos quien va o no.

Y aquí, el Quijote de barrio, la ha vuelto a liar. He dicho que no sin mentir ni poner excusas. Y he encontrado un páramo de silencio. Nadie se pronuncia –ni se niega a ir-, y ya no veo corros ofendidos. Me pierdo en decisiones heroicas que no tienen mucho sentido. A lo mejor hasta me gano una hostia gratis.

Como soy un idealista, me da por pensar en mi admirado José Luis Sampedro. Le recuerdo en una entrevista en la tele contando una anécdota escrita por Salvador de Madariaga en su libro "España". La historia se refiere a las vísperas de las elecciones de 1935 en un pueblo de Andalucía.
El señorito del pueblo, para comprar los votos de los jornaleros desempleados, mandó a uno de sus mayorales a la plaza de la localidad a darles instrucciones para votar al candidato recomendado por el cacique, al mismo tiempo que daba a los que no tenían trabajo uno o dos duros. Hasta que tropezó con uno en concreto, que le tiró las monedas al suelo y le dijo al enviado del señorito: "en mi hambre mando yo".

Como afirmaba Sampedro, al referirse a esta historia, ¿Qué se le puede decir a un hombre que no tiene nada? "Pues muy sencillo, que sea consciente, que tenga libertad interior y que se apruebe ante sí mismo", con honradez y con dignidad.

No hay nada como ser y sentirse libre. Aunque sea para llevarse hostias. 

domingo, 26 de abril de 2020

Pureza

Al final se supo. La sangre de los curados sanaría a los enfermos.

Por eso Juan, que hervía en fiebre mientras boqueaba por un poco de oxígeno, esbozó una breve sonrisa. Sabía que la pequeña Lucía lo había superado sin síntomas. Y eso, con suerte, le permitiría verla crecer.

Después de unas lágrimas silenciosas y un rato al teléfono, Paula, su esposa, consiguió un doctor y una cama para curarle.

El doctor habló con dulzura y seguridad a Lucía. Y le preguntó si daría su sangre a papá. No dudó antes de sonreír y afirmar intensamente: "¡¡¡Si, lo haré!!!."

Se tumbaron cara a cara. Y mientras la sangre fluía, Juan retomaba el color y Lucía iba empalideciendo en silencio. Con un hilo de voz, Lucía miró al doctor y le preguntó con seguridad: "¿A qué hora empezaré a morirme? Porque antes quiero abrazar a papá."

No había entendido al doctor; sólo quería regalarle la vida a su padre.

sábado, 25 de abril de 2020

La Tormenta

Fue culpa de ella -que joder, también está acojonada-, pero fue ella la que me metió el miedo en el cuerpo. Si me preguntas por el miedo más intenso que he sentido, te diré que fue ese, el que ella me transmitió. Mira que no me gustan las historias de terror -antes de dormir me desvelan- pero piqué en el anzuelo. Y sé que parece una tontería, pero desde entonces busco marcas por todas partes.
Ese día hablábamos en voz baja, ya tarde, en el salón de su casa. Intentaré ser fiel a sus palabras.

- Te voy a contar lo que pasó un fin de semana en que alquilamos una casa rural para montar una juerga -me dijo-. Tenía tantas ganas de que llegase el día que me escapé del trabajo. Después de un sinfín de curvas y caminos estrechos, allí estaba. Un caserón antiguo en mitad de un páramo. Llegué la primera y aparqué cerca de la puerta.

Hacía un frío tremendo. El suelo estaba escarchado y crujía al andar. Intenté darme prisa porque ya quedaba poco del día y la luz estaba en ese punto en el que parecía no haber sombras.
Me detuve a buscar la llave frente el portón de madera. No sé si fue por el frío, pero tuve que empujar con el hombro para abrir la puerta. En contraste con la luz de fuera, el pasillo parecía una cueva. Tardé un poco en ver algo, pero pude intuir unos peldaños que subían al piso de arriba y algunas puertas en los laterales del pasillo. La electricidad estaba desactivada. Tuve que usar el mechero para localizar el cuadro eléctrico y dar la luz. Una bombilla pelada iluminó el corredor. La primera impresión me causó respeto. La casa era rústica y parecía muy antigua, pero al menos estaba limpia. Dediqué un rato a recorrer las habitaciones encontrando muebles de caoba bien conservados y mucho trasto antiguo. Me quedé en la planta baja, en una habitación con chimenea y un ventanal que daba al páramo. Y joder, me sorprendió el silencio. No se oía ningún ruido, ni tráfico, ni pájaros. Nada. El silencio era tan denso que se notaba. Pensé que al menos podría descansar. 

He pensado mucho en ello, y creo que todo comenzó mientras colocaba el equipaje y escuché lo que parecía un trueno lejano. Desde la ventana se veía una tormenta, un rayo tras otro que encendían nubes negras que no dejaban de moverse hacia la casa. Comenzó a llover y se levantó viento. En minutos la lluvia se hizo más fuerte hasta que se convirtió en granizo. El cielo oscureció, y el estruendo del granizo parecía que iba a derribar la casa. Fue entonces cuando recibí el mensaje en el móvil: mis amigos, en vista del temporal, aplazaban el viaje hasta el día siguiente.

- Hasta aquí muy peliculero todo, ¿no? –comentó ella-. Chica sola en caserón solitario. No soy miedosa, pero la situación era incómoda.
 
Anocheció entre lluvia y viento. Decidí encender la chimenea para caldear la habitación. Entré en calor y me relajé en el sofá. Creo que en parte por el fuego y en parte por el cansancio caí rendida. Dormía cuando un ruido me despertó. No llovía y el silencio intensificaba cualquier sonido. Agudicé los sentidos y escuché pisadas en el pasillo. La piel se me erizó. Alguien bajaba por la escalera. Lo peor era que quien fuese no se molestaba en disimular, bajaba con pasos firmes.
Me levanté corriendo a cerrar el pestillo. Lo conseguí justo antes de que el pomo empezase a moverse con insistencia. El suelo de madera crujía en el pasillo y podía oír como arañaban la puerta. Estaba aterrorizada. Luego llegaron el frío y los ruidos. El aire se enfrió. El fuego seguía encendido, pero se enfrió tanto que veía el vaho de mi aliento. Y durante horas escuché llantos y susurros al otro lado de la puerta. 

Pasé la noche muerta de miedo, vigilando el movimiento del pomo de la puerta y escuchando ruidos que me ponían la carne de gallina. Intenté usar el teléfono pero no había cobertura. Fue la noche más larga de mi vida.
Al amanecer todo volvió a la normalidad. En segundos se recuperó una temperatura razonable -aunque no  dejé de temblar-, y se silenciaron los ruidos. Me atreví a mirar al páramo, y todo seguía como cuando llegué. No había huellas sobre el suelo escarchado y lucía un sol de invierno. Incluso mi teléfono había recuperado la cobertura. Mis nervios habían recuperado algo de temple, pero no podía quitarme de la cabeza lo que había pasado.

Horas después llegaron mis amigos. Dudaba tanto de mi coherencia que no me atreví a contarlo. Sabía que no me creerían y me resultaba más fácil atribuirlo a un mal sueño. Por eso les dije que la casa había estado ruidosa por la tormenta, sin entrar en más detalle. Su compañía me tranquilizó un poco más. Cuando me sentí serena revisé el exterior de la habitación, encontrando pisadas de distintos tamaños, como si fuesen de adultos y niños. También encontré arañazos en la puerta que formaban un símbolo parecido a la inicial de mi nombre tachada. Había que fijarse, pero allí estaba. Sentí un escalofrío. Quien fuese, conocía mi nombre.

Lo cierto es que el resto del fin de semana transcurrió tranquilo, pero no pude evitar sentir miedo cada vez que volvía a mi habitación.

Durante semanas pensé que lo que pasó esa noche fue una jugada de mi imaginación. Pero lo que me da miedo no es lo de aquella noche. Tengo miedo porque a veces el ambiente se enfría y escucho susurros. Y he vuelto a ver el símbolo. Lo he encontrado dibujado en el polvo de un armario, en el salpicadero del coche, e incluso en el aseo de un avión en vuelo. Demasiados sitios para ser una broma. Otras veces siento frío y puedo ver el vaho de mi aliento aunque haga calor.

Te cuento esta historia porque hoy he vuelto a ver el símbolo. Pensarás que se trata de la broma un amigo, ¿pero sabes qué? Que nunca le conté a nadie lo del símbolo. A nadie. Y sigue apareciendo.

- Me has puesto la carne de gallina –dije-.
- Impactante, ¿verdad? –preguntó ella.
- ¿Lo has novelado para asustarme?
- Vuélvete y mira el cristal de la ventana –me indicó con voz cansada.

Allí, en la condensación del cristal estaba la inicial de su nombre tachada. La marca era tan reciente que aún goteaba. El ambiente se enfrió y tuve que esforzarme para no temblar al escuchar llantos y susurros que venían del otro lado de la puerta. Entonces sentí miedo.

* - Estoy aprendiendo a escribir. Por eso publico cosas y pido perdón anticipadamente por mi torpeza narrativa. Aprender implica hacer el ridículo. Lo asumo y me disculpo.
Entre mi amor por los libros y mis limitaciones como escritor, si quiero escribir no puedo permitirme tener vergüenza.

martes, 21 de abril de 2020

Bucles

Juan, algo nervioso, bebe agua de una botella de plástico. Está a punto de grabar un monólogo en la televisión. El regidor le da paso. Respira hondo, da un último trago a la botella y recuerda las meriendas de su infancia.

Porque de crío, a Juan le encantaba ver pelis cómicas mientras merendaba un sándwich con una botella de agua al lado. Al acabar, tiraba la botella al cubo amarillo. 

Aún no lo sabía, pero entonces empezaba ya a perfilar la idea de que de mayor quería hacer reír. 

Pasaron los años y Juan llegó a la universidad. Aquellas botellas de la infancia, tras un reciclaje, se habían convertido en una nueva botella que llevaba en su mano. Jugaba con ella de camino a la facultad mientras pensaba en escribir monólogos.

Años después Juan descubrió que le aburría la rutina del banco. Cada día, después de comer, limpiaba el tupper, depositaba la botella en el contenedor y miraba su reloj pensando en la hora de salir. Si era martes, al menos vería su programa de humor favorito y podría durante un rato olvidar tantas bolas de papel con borradores de sus textos.

Y llegó el día. Mientras esperaba a que su jefe le recibiera, Juan jugueteaba con su botella. Por fin se había decidido: iba a comunicar que no quería seguir en aquel trabajo. Y mientras observaba el plástico envase, pensaba que, si la botella de plástico puede reciclarse, él también.

Hoy Manuel, niño inquieto, disfruta viendo cómicos en la tele mientras cena. Acaba de ver a un tal Juan. Le ha encantado. Y cree que, aunque todavía es un niño, a él también le gustaría dedicarse a eso. Termina su botella de agua y la deja en el cubo amarillo sin saber que parte de esa botella un día estuvo en manos de Juan.

lunes, 2 de marzo de 2020

La Emergencia espontánea del orden. O lo que coño signifique eso.




Dios nos habla a veces tan claro, que parecen coincidencias.
Doménico Cieri Estrada




Os contaré una anécdota de esas que me molan: Anthony Hopkins, el actor, fue contratado para hacer la peli “Mujer de Petrovka”. Nada más enterarse de su nuevo papel salió a comprar la novela en que se basaba el guión pero no la encontró en ninguna librería. 
Luego, al regresar a su casa en metro, encontró ese libro, justo ese, abandonado en un asiento. Por supuesto le pareció una casualidad extraordinaria. Pero lo más asombroso fue que el libro que encontró, totalmente subrayado, era del autor de la novela, George Feifer, que lo había perdido.

¿Flipante? Quizá no tanto. 
Hay una teoría, chunga para mí, llamada Emergencia espontánea del orden. Resulta que el psicólogo Gustav Jung, el físico Wofangan Pauli y el escritor Arthur Koestler han coincidido en atribuir las coincidencias significativas -lo que otros conocemos como casualidades- a la intervención de un principio universal no causal que opera con total independencia de las leyes físicas conocidas. 
Un principio que se revelaría a través de las casualidades altamente improbables y con sentido para sus protagonistas. Esta “ley” sería como un principio rector de nuestras vidas, nos llevaría del caos al orden y guiaría nuestros pasos o nos salvaría en momentos de peligro.

Así que hay “casualidades altamente improbables”… Veamos.

Creo que en algún post anterior confirmaba mi retorno a la vida normal, a un trabajo como todos. Confirmo también la existencia de algún imbécil de gran calibre. Que es y está, pero estoy vacunado de esas cosas después de tanto Borja Mari soportado. 

El espécimen trepador de aquí tiene figura de señora de buen comer con voz de pito. No pide ni solicita, ordena. Monserrat Caballé en edición poligonera. La Montse, qué cojones.

Gracias a Dios no compartimos terreno de juego y me limito a sentirla de lejos, unas pocas mesas detrás de mí. Ufffff, me ha pasado rozando. 

Menos mal. Porque los tics de la Montse me resultan reconocibles. Mucho. Los he visto antes en otro sitio. Es de esas que cuando acaba el curro toma copas o cena con la autoridad competente. Con su jefa, vamos. Cualquier día entre semana. Muchas mañanas percibo un color amarronado en la comisura de sus labios. De tanto comerle el culo a la autoridad. A la competente.

En el fondo lo que me llama la atención es lo de arriba, eso de las casualidades raras. Porque como dicen esos señores importantes, hay un orden oculto. La Montse cayó por aquí con la consultora para la que trabajaba. Podrían haber contratado a cualquier otra consultora del planeta, pero no, tocó esta. E incluso desde su empresa, podían haber mandado a otras personas. O aún mejor, podrían no haberla contratado.
Porque la Montse venía a implementar un proyecto y al final se la quedaron. Craso error. 
No fue la única a la que adoptaron en mi departamento, pero de la tropa con la que vino era de largo -y sigue siendo- la persona más despreciable. Dos de sus “compañeras” ya han sucumbido a sus maneras y después de derramar demasiadas lágrimas incontroladas han pedido la cuenta y se han largado. Bien por ellas, que han vuelto a sonreír. Otros pobres a su servicio que todavía circulan por aquí ya sufren dolores estomacales que apuntan a úlceras.

Y vuelta a la casualidad. No lo vais a creer, pero la Montse es amiguita de Borja Mari. Resulta que nuestro despreciable amigo y la Montse trabajaban juntos hasta el día antes de venir a mi departamento. Definitivamente la aguas fecales del destino circulan por tuberías comunes. Se juntan en el mismo sitio. El antro de donde viene debía ser para verlo con estos dos. Granja urbana de joputas. Escrito en luces de neón.

Me enteré de milagro. Un día, volviendo de comer, una compañera mencionó a Borja Mari. La Montse, que estaba delante, puso cara de interés. Iba a decir algo, pero en el mismo instante otra compañera definió a Borja Mari como “un cabrón” y especificó que la autoridad competente le definía como “un hijo de puta” y que no podía ni verle.
La Montse estaba a punto decir algo cuando escuchó las palabras mágicas. Tenía la palabra ya engranada en la boca y la dejó a medias. Apretó la mandíbula y redujo el paso para quedar por detrás de nosotros y salirse de la conversación.

Fue llegar a la oficina y confirmar mis sospechas. LinkedIn verificó una genealogía laboral común. Y de paso que las putas casualidades no existen. Que los vericuetos del destino hacen círculos y terminan en la casilla de salida.

Cagüen tó.

miércoles, 12 de febrero de 2020

El entrevistador

Tengo la mente distraída. Frente a mí, al otro lado de la mesa, hay un gordo asqueroso. Suda y se intuyen manchas de sudor en los sobacos. Puedo ver saliva reseca en la comisura de sus labios. El traje le queda pequeño. La chaqueta le va a estallar de un momento a otro y debo tener cuidado porque si me atiza un botonazo me arranca la cabeza. Pero lo peor de todo es su boca. Parece el agujero de un culo. Redonda. Pequeña. Arrugada. Qué asco, coño.

Lo malo es que estoy en una entrevista de trabajo y hace ya una hora que aguanto sus preguntas incordiantes: que si sé usar una calculadora, que si sé poner un café o hacer una fotocopia. En fin, que se nota que valora mi título de Ingeniería. Le observo y no puedo quitarme de la cabeza que es una de las personas más repugnantes que he visto.

El gordo disfruta abusando de su posición y riéndose de mí. Porque esto parece más un interrogatorio policial que una entrevista. Me ha preguntado lo mismo veinte veces, del derecho y del revés, intentando encontrar contradicciones que sólo existen en su mente oronda.

Me vuelvo evadir. De repente me doy cuenta de qué va todo esto. Resulta que la entrevista es el pequeño momento de gloria del obeso. Es el placer supremo del hombre-porcino, el preciso momento en que su vida reseca se convierte en un oasis. Por unos minutos se siente superior a los demás.

Entonces vuelvo a la entrevista y pienso que los 600 Euros que me ofrece no son para tanto. Mi dignidad vale mucho más que eso. Escucho lejanamente que el gordo dice con voz babeante "en mis 10 años de experiencia..." Aprovecho el momento para levantarme lentamente. Me abotono la chaqueta mientras me giro y salgo sin abrir boca.

Casi ni me doy cuenta pero me voy sonriendo. Soy libre, y mientras me pierdo entre calles abarrotadas me da por pensar que el señor que me ha entrevistado nunca ha tenido 10 años de experiencia.
Tiene media hora de experiencia repetida durante 10 años.


* - Va por los que están en paro o buscan su primer trabajo. Para que nunca se encuentren en situaciones similares.

viernes, 10 de enero de 2020

Tiempo

Hace tiempo que mi muñeca izquierda es huérfana. A los 32 años noté que me picaba la muñeca con persistencia, justo debajo del reloj.

Intenté resistirme, pero pasaban los días y el picor se incrementaba hasta convertirse en obsesión.

Examiné cuidadosamente la correa del reloj. Estaba en buen estado. Aun así decidí cambiarla por otra, de titanio y antialérgica. Cara, pero según el vendedor, infalible. Ya. Durante tres días exactos. Porque al cuarto me picaba más que antes.

Acabé desistiendo y me quité el reloj. Empecé a llegar tarde a las reuniones. Comía en horarios irregulares y empleaba más tiempo del debido en algunas tareas. Pero también me di cuenta de que todo era más elástico. La tensión de los plazos que me aprisionaban se difuminaba. Mi agenda no era tan intensa. Me avisaban de las reuniones justo cuando comenzaban. Y duraban hasta que los temas se cerraban, no hasta una hora planificada.

Y en mi tiempo libre empecé a comer cuando tenía hambre y a dormir cuando tenía sueño. Me levantaba cuando estaba descansado. Mi vida empezó a llenarse de ratos y ratitos mientras se vaciaba de horarios y agendas.

Años después reflexioné y se me ocurrió ponerme una pulsera en la mano izquierda. De cuero, como la del reloj. No pasó nada. Luego una de acero, y después una de titanio. Tampoco pasó nada. Al final me las quité todas.

Mi piel no era alérgica al reloj. Lo era mi alma.

No sé para qué llevaba reloj si nunca tenía tiempo para nada.

martes, 10 de diciembre de 2019

La corbata

Tengo una foto en la que salgo con corbata. No es ni mala ni buena, pero mi cuello aparece aprisionado en una corbata.

Además de tener una foto, estoy haciendo un curso. El curso tiene asignaturas online en las que trabajas con gente que no conoces personalmente. Para suavizar un poco el anonimato nos han pedido que pongamos una foto en nuestra ficha. He puesto la de la corbata.

No sé muy bien porqué, pero que cada vez que alguien menciona mi foto hace alusión a la corbata, a la seriedad que representa llevarla, o directamente suelta una risita. A la gente le resulta divertido que lleve corbata. Por eso me he puesto a pensar en porqué la llevo.

Curro en un banco, y debo reconocer que en cierto tipo de trabajos el mayor o menor uso de la corbata va ligado al imaginario respeto que se asocia a esa profesión. ¿Qué esperamos de un banco al que le confiamos nuestro dinero? Pues un señor respetable, lleno de telarañas, quien sin duda cuidará diligentemente de nuestro dinero. Un banquero en chándal resultaría sospechoso.

Por otro lado, en el mundo de Internet se prescinde de la corbata como parte del atuendo. Desde el comienzo de la actividad de este sector ha habido un rechazo generalizado a esta prenda. Creo que está relacionado con valorar el mundo de las ideas por encima de la apariencia.

Pues bien, trabajo en un banco, en el área de Internet. Agua y aceite. Mala mezcla. ¿Qué hago? Llevarla, como me mandan, que al final son ellos los que pagan las rondas.

Pero además, como soy despistado, uso la corbata de recordatorio. Es una pequeña soga alrededor del cuello que me pongo todas las mañanas para no olvidar que soy como un condenado al patíbulo. El suelo se puede abrir debajo de mis pies en cualquier momento y tener consecuencias "incómodas". La tensión laboral es perpetua y no conviene olvidar donde estamos. Por eso la llevo.



De todas formas, mejor que no existan corbatas en Internet. Dejémoslas en los bancos, los ministerios y otras empresas que aún no se han enterado de que estamos en el siglo XXI.

viernes, 18 de octubre de 2019

Estúpidos tecnológicos


Me lo dijo mi abuelo. Hablar bien consiste en que todo el mundo te entienda. Y que razón tenía...

Os preguntaréis a qué viene esto. El otro día estuve en una conferencia en una consultora muy importante: planta alta de un rascacielos, trajes impecables, señores enérgicos con aspecto ejecutivo. Después de una ronda de cafés para soltar el ambiente, comenzó la charla. Y vino mi abuelo a la memoria.

Los ponentes empezaron a hablar en una lengua desconocida, en la que mezclaban palabras comunes con otras que no venían en el diccionario. Cosas como "el benchmarking es un KPI para rolar" o "el feed del RSS". Incluso a veces llegaban a lo exótico con términos como VPN, API, RSS o XML. Menuda pasada. Por un rato pensé que me había colado en una reunión de masones, como en los libros de Dan Brown. ¡Lo que iba a presumir cuando lo contase!

Pero que va. Era una charla profesional de señores que se hacían los interesantes diciendo cosas raras. Era su patio de colegio: en lugar de ser el abusón de la clase, allí ganaba el que más sandeces enlazase en la misma frase. Y joder, los había con talento.

Después de varias horas me dejaron irme. Volví a un mundo en el que las cosas tenían nombres conocidos.

Y pensé que cuando era pequeño a la gente así se les llamaba estúpidos. Ahora se les llama casi igual. Estúpi-2.0

jueves, 3 de octubre de 2019

La eficiencia

Dice Wikipedia que "La palabra eficiencia proviene del latín efficientia que en español quiere decir, acción, fuerza, producción. Se define como la capacidad de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado."

En mi trabajo es una palabra temible. Se nos eriza el cabello al oírla. Con "eficiencia" se refieren a la cantidad de dinero que hace falta invertir para ganar un Euro. Por poner un ejemplo, si nuestra eficiencia es del 100%, gastamos un Euro para ganar otro.
Una tontería, no? La cosa está en gastar muy poco para ingresar ese Euro.

Para conseguirlo fichan a gurús de la estupidez, indigentes intelectuales que desconocen de qué hablan, pero se llenan la boca de tontadas que recitan con mucha seguridad. Ahí empiezan los problemas, con los nuevos iluminados del PowerPoint. Mentes calenturientas que desconocen el negocio en el que trabajan pero ven gastos que recortar por todas partes.
Juro que nos han bajado la temperatura de la calefacción, y no es para mantenernos jóvenes...

Reflexionando, pensaba en qué sucedería si buscasen la eficiencia en las personas. Imaginad una presentación. Una pantalla con una lámina llena de flechas y cajas de texto y uno de éstos vendemotos con un puntero láser señalando la imagen de unas piernas. La reflexión podría ser algo como:

  • En la parte inferior del cuerpo existen dos apéndices (las piernas) que pueden ser sustituidos con facilidad por opciones estratégicas más rentables.
  • No tienen apenas utilidad. Los empleados no se desplazan mucho de sus mesas, o no deberían hacerlo. Con nuestra propuesta se mejora la productividad, evitando distracciones innecesarias.
  • El mercado nos proporciona una alternativa económica llamada silla de ruedas. Permite la misma funcionalidad y tiene bajo mantenimiento.
  • La implantación de las sillas de ruedas permitirá un considerable ahorro en instalaciones, dado que sólo tendríamos que pagar las mesas. La silla se la trae puesta el trabajador.
  • Existen importantes subvenciones para la compra de sillas de ruedas.
  • Los ayuntamientos están haciendo grandes inversiones en adaptar las ciudades a la movilidad en silla de ruedas, por lo que existe una sinergia que aprovechar.
  • Existe un movimiento social muy favorable a los lisiados, que sin duda generará un marketing viral de alto ROI.
  • Nuestra conclusión es que la empresa debe proceder a amputar las piernas de sus trabajadores con el fin de maximizar resultados sin afectar al rendimiento.
¿Exagerado? Los cojones. Si pudiesen, lo harían.

No os quepa duda.

miércoles, 2 de octubre de 2019

La Tercera Parca

Las parcas en mitología, son cada una de las tres diosas romanas del destino. 
Se representaban con figuras de viejas, y de ellas la primera hilaba, la segunda devanaba y la tercera cortaba el hilo de la vida humana.


Hoy me ha dado por hojear una revista corporativa que nos envían de vez en cuando. Sin querer me he detenido en un artículo sobre uno de los directivos de la entidad. Algo me llama la atención y no acabo de identificarlo... Miro y remiro sin saber lo que es. Por fin lo veo. Su pelo. Su pose. Impecables ambas, sobre todo la melenita, que es de anuncio de champú. Ni un puto pelo descolocado. 

La viva imagen del directivo moderno, enérgico, guaperas, de sonrisa blanqueada como los sepulcros de Jesús. Cuenta banalidades, estupideces vacías sobre ratios, estrategias y productividades. Y mientras tanto no puedo evitar fijarme en sus fotos poniéndose la chaqueta, cruzando la calle y sentado en su poltrona. Siempre mirando fijamente a la cámara, con aire sexy y el flequillo engominado. Vago de mierda.

Suelo buscar algún tipo de conclusión cuando veo cosas de estas. Hoy no. Sólo puedo decir que el artículo mola, que le representa y le hace justicia. Imagen. Posturas. Poses. De todo menos currar. Pertenece a esa nueva casta de reyes del pasillo que tiran de los hilos de tu vida casi sin notarlo.

Las nuevas Parcas llevan traje de sastrería y no nos hemos dado cuenta.

Actualización - He encontrado el documento gráfico. Impagable la foto del colega.  Se le ve tan currante como es.



martes, 1 de octubre de 2019

Pensamiento lateral


El otro día nos explicaron en un curso una técnica curiosa: el pensamiento lateral. Se trata de producir ideas que estén fuera del patrón de pensamiento habitual, que podríamos llamar vertical.

En mi caso, el pensamiento (al menos en el curro) es netamente vertical. Se plantea un objetivo y lo sitúo arriba del todo. Voy poniendo etapas por debajo hasta alcanzar la conclusión. Todo muy secuencial, comprensible, desagregado.

Como suele suceder cuando me explican algo nuevo, pensé en aplicarlo. ¿Sería fácil? Imaginemos que mi jefa me encarga un proyecto. Tal y como lo hago ahora, pienso en lo que me han pedido, y voy añadiendo etapas y pasitos que me conducen a ejecutarlo. De arriba a abajo.

Ahora apliquemos el pensamiento lateral. Eso de ideas extrañas aplicadas al proyecto. Para simplificar lo haremos por partes.

1) Aplico el pensamiento lateral izquierdo. A la izquierda de mi mesa está la puerta del departamento. Esa puerta me sugiere café, calle, libertad, ocio. Demasiadas cosas para aguantarlas en el curro. Lo más probable es que si incido en esa línea de pensamiento me levante y me vaya. A lo mejor si lo pienso mucho ni vuelvo.
Casi que descarto el pensamiento izquierdo.

2) Ahora veamos el pensamiento lateral derecho. A mi derecha tengo un compañero que es un trepa. Un trepa como no lo había visto nunca. Es tan trepa que debería donar su cuerpo a la ciencia para que lo examinen. Cuando pienso en él me pongo de una mala leche que no puedo. Se me eriza el vello de los brazos y me cargo de adrenalina. Si sigo pensando en él, me levanto y le suelto una hostia. Y luego le cogería del cuello hasta que se ponga rojo.
Mejor descarto también la derecha.

En fin, que soy de la vieja escuela. Si empiezo a pensar de lado me pierdo. Acabo despedido o en la cárcel.

Por mi salud y la de mi compañero, pensamiento vertical.









Nota - Mi compañero de la derecha es normal. Sólo mencionaba una situación pasada.

lunes, 30 de septiembre de 2019

La cortina





El olvido es el verdadero sudario de los muertos.
-George Sand.



Últimamente está preocupado porque algunas veces -pocas- piensa que de haber sido un poco más honesto, un poco más cercano, el móvil que tanto mira podría sonar con la llamada de algún amigo. Pero no suena, aunque constantemente revisa el volumen del timbre.

Piensa que debería haberlo visto, que si hubiese hecho tal o cual movimiento lo habría evitado. Pero el entramado del destino es tupido, y a veces no vemos lo que tenemos delante. No se explica que le hayan despedido. A él, que aterrorizaba empleados hablando en susurros mientras tomaba notas en su libreta.

A él, que siempre ha llevado la sartén por el mango y que en todo momento ha demostrado mayores capacidades que sus jefes. Se dice a sí mismo que es un error, que es temporal. Por eso prefiere quedarse en casa. Es humillante que los vecinos te vean así, desocupado y sin poder, sin ningún sitio a donde ir. 

Volverán las vacas gordas. Tarde o temprano todo se arreglará. Seguro. Entretanto se acuerda de alguien a quien despidió –el nombre ni lo sabe ni le importa-, pero recuerda que mientras firmaba su despido le dijo con voz firme que "se necesita más talento para saber perder que para saber ganar". La frase le resuena por la cabeza mientras coloca cuidadosamente la cortina. Con aire pensativo se acaricia el flequillo y comprueba una vez más el timbre del teléfono.

PD – Dedicado a uno de los estrategas del hundimiento de mi antigua empresa. Es el l listo del flequillo del que ya hablé antes, el ejecutivo que más gasta en peluquería. Está en su puta casa. Sorprendido, se acaba de dar cuenta que los que tanto le sonreían por los pasillos no le aprecian. Vaya por Dios.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

La Experiencia Laboral

Mientras ella repasaba con la vista el curriculum, el candidato permanecía en silencio. A sus veintipocos, confiaba en la presencia que le otorgaban su traje a medida y el pelo engominado. Levantando la mirada del documento se dirigió al candidato y dijo:

- Ciertamente un buen curriculum, pero me gustaría que ampliases un poco la información sobre tu último trabajo, en el que indicas que has estado más de 10 años. ¿Qué puedes contarme al respecto?

Se miró las uñas con ojos entrecerrados antes de responder.
-Na. Lo de siempre. Dirigiendo multinacionales, fusionando compañías petrolíferas y eso. Ya te he dicho que soy muy flexible. Soy el Rambo del management, el terror de las empresas ineficientes.

-No, si ya... Pero veo que defines tu actividad principal como "cremento". ¿A qué te refieres?

-Pues a eso, a que básicamente he sido un cremento toda mi vida laboral.

-¿Podríamos decir que eres un ex-cremento?

-Sin duda. Soy el mayor excremento que nunca haya trabajado en una empresa.

lunes, 23 de septiembre de 2019

El precio de las cosas

Ya se han terminado las vacaciones de verano. He tomado muchas cañas mientras charlaba con amigos actuales y con otros que hacía tiempo que no veía. He sido razonablemente feliz y sigo pensando que esa es la esencia de la vida, compartir ratos desinteresados con gente a la que quieres y volver a casa con la sonrisa puesta.

Por eso, con la vuelta a lo cotidiano me pregunto si los abundantes y ambiciosos trepas se han planteado que todas las fantasías que les brinda el poder del dinero, absolutamente todas, las obtienen PAGANDO.

Existe una sutil diferencia entre pasar y pagar un buen rato. No se trata de pagar las cañas, sino de tener con quien tomarlas. 

jueves, 19 de septiembre de 2019

Las aristas del destino

Admiro a Mario Conde. Hoy le he visto en la tele y sigue desprendiendo esa desafiante seguridad en sí mismo. Tiene buena planta, refinada cultura, y una  inteligencia que destila por cada poro de su cuerpo. Oírle hablar es un placer. Estructura sus ideas con claridad, se hace entender, y si lo necesita  puede ser demoledor argumentando. 

Son tantas cosas a su favor que la vida le acompañó hasta un punto en el que no está claro si se hundió o le hundieron, pero ciertamente consiguió una ascensión meteórica en la escala social. Fue el referente del triunfo para  toda una generación. Admirado por todos, se extralimitó hasta hundirse en su leyenda.

Verle me ha hecho reflexionar sobre el destino y la capacidad que tenemos  para modificarlo. Nos gusta pensar que dominamos nuestras vidas y que el esfuerzo es  recompensado, pero  muchas veces las aristas de la vida están tan afiladas que no nos permiten rodearlas.

Pensaba en los factores que llevaron a Mario Conde a triunfar. Mucho esfuerzo, y porqué no, una pizca de suerte. Y pensé que todo se compone de un encadenamiento de factores sencillos. Se me ocurrió que desconozco el segundo apellido de Mario Conde. Podría ser que lo esconda, o podría ser que simplemente no lo conozcamos. Porque factores como este pueden condicionar una vida.

Imaginad por un momento que su segundo apellido fuese Playa. Ahora leed deprisa su nombre y los dos apellidos.

Creéis que alguien con ese nombre llegaría a dirigir un banco? Seguro que no. 

Porque las aristas del destino a veces se afilan, pero otras veces, pocas, se redondean.

PD - Poco se habla entre los que pronunciamos en castellano de que la madre de Orson Welles. Si está buena mujer se llega a apellidar Achoto, él se habría llamado Orson Welles Achoto.

lunes, 9 de septiembre de 2019

El curso

Nueve de la mañana. Una academia en el centro de Madrid, y 10 personas sentadas en sillas que forman una “U”. En la base de la U, un señor con traje trabaja silenciosamente en una cámara de video. En el extremo opuesto, una tarima elevada.

Estamos en el “Curso de Presentaciones Eficaces”. El nombre es tan rimbombante que seguro que nos convertiremos en ejecutivos agresivos.
Nos conocemos de vista -somos de la misma empresa-, pero nadie dice nada. Nos miramos esperando acontecimientos.

El de la cámara termina, pasa lista desde el centro de la sala, y nos anuncia que vamos a salir uno a uno a la tarima a presentarnos mientras nos graba en vídeo. Como cerdos al matadero. Tenemos tres minutos para presentarnos y contar quienes somos. Afortunadamente no fui el primero, por lo que tuve algo de margen. A unos les tembló la voz y a otros nos temblaron las manos, pero todos pasamos por el aro. La experiencia nos permitió conocer el ridículo en primera persona del singular.

Mientras llegaba mi turno, me fijaba en lo que hacían los demás para intentar aprender. Me di cuenta de que el discurso era uniforme: –Hola, me llamo Pepe, y trabajo en el departamento de no-se-qué dirigiendo cosas muy importantes. Antes estuve en el departamento de no-sé-cuantos y también dirigía cosas muy importantes-. Todos directivos con grandes responsabilidades. Ratas de moqueta con currículos espectaculares.

Eso del currículo siempre me ha gustado. Compactar la vida laboral en pocas líneas es todo un reto. Si lo haces bien, cualquier analfabeto te podrá juzgar -y descartar- en diez segundos. 
Lo curioso era que, aunque nadie lo había pedido, las presentaciones se ceñían exclusivamente a logros laborales. La vida personal, gustos o aficiones, no aparecían. Me molestaba ver tan claras las prioridades de mis compañeros.

Por eso me presenté diciendo algo distinto: -Hola, me llamo X. Leo libros y colecciono comics-. Supongo que sonó extraño porque me prestaron tanta atención que la sala pareció oscurecerse.
Creo firmemente que para presentarme, la vía más adecuada es contar lo que me hace disfrutar, no lo que hago. Porque lo que hago, trabajar, es una mera circunstancia a la que me veo obligado. Si mañana me toca la lotería, dejaré de trabajar, pero nunca de leer o coleccionar comics. Mi currículo pasará a un plano secundario.

Intenté explicarlo, pero me miraban como si fuese gilipollas. Da igual. Me quedé muy a gusto. 

Después del curso nada cambió. Mi presentación siguió siendo ineficaz. No tanto por la forma sino por el fondo, porque lo pintes como lo pintes, hay cosas que no gusta oír. Mientras tanto sigo aquí, mano sobre mano, esperando a que toque la lotería para ser yo mismo 24 horas al día.

* - Como todo lo que publico aquí, se basa en una experiencia real. Así me presenté, y así me fue...

sábado, 10 de agosto de 2019

La crisis de los 40


Decía Víctor Hugo sobre el paso del tiempo: "El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes, es la oportunidad”.





Se acerca el otoño. Los días se acortan y he vuelto a cumplir años, tarea que empieza a resultar tediosa.

Creo que estoy envuelto en la crisis de los 40. Este verano he sentido un punto de inflexión tan salvaje que he escuchado nítidamente como me crujía el alma. Resulta que esto no aparece justo el día en que soplas 40 velas. Sucede cuando empiezas a analizar qué es lo has hecho hasta ahora y lo que te queda por hacer: básicamente lo que has hecho para ser feliz, completamente feliz. Y libre, completamente libre de horarios y espíritu.

Muchas veces pienso en el retiro y la jubilación como momentos para lograr la ansiada paz interior y el tiempo para nosotros y los demás que tanto necesitamos. Pero en otras ocasiones veo el ejemplo de otros que han hecho cosas distintas y los envidio: como ese compañero inadaptado que lo dejó todo -trabajo, amigos y casa- para irse a vivir a un cortijo junto al mar. Y allí sigue, dedicado a la pesca y a sus olivos. Feliz. Más joven que cuando se fue.

Y cuando entro en esa espiral de dudas acabo recordando algo que me sucedía cuando iba a trabajar en coche. Todas las mañanas, mientras amanecía, atravesaba un puente sobre un tráfico denso. Y veía en el horizonte un evocador cielo sonrosado.  Y pensaba en pasarme el desvío que iba a mi oficina y coger el siguiente, el que lleva a las montañas y al mar... Pero nunca lo hice. 
Ahora, mayor ya,  me pregunto si debería haberlo hecho. O mejor, si debo hacerlo.

Porque la vida es ahora.  Y siento que hay dos tipos de cansancio: uno es la extrema necesidad de dormir, y el otro es la extrema necesidad de paz. Estoy en el segundo tipo.
Quizá le doy demasiadas vueltas a las manchas de humedad de la memoria y olvido la base, que la vida es (justo) ahora.

miércoles, 7 de agosto de 2019

La tele

Estoy de Rodríguez. Echo de menos a mi hija, pero a modo de compensación disfruto de pequeños placeres  como ver la tele.

Ayer por ejemplo, me escapé del curro a las 15.00 h, y a las 16.00 ya me encontraba frente a la tele con una birra fresquita en la mano. Armado con el mando a distancia me puse a recorrer canales. Aluciné. La televisión parecía un coto privado de mariquitas cotillas que se autodenominan periodistas. Cambié insistentemente de canal, siempre con el mismo resultado: maricas ignorantes pastoreando gentuza aún más analfabeta que ellos. Los programas no tenían tema definido, pero sí una mecánica similar: escarbar en vidas ajenas para despedazar al personaje, demostrando que la estupidez va de la mano de la ignorancia. Todos tenían razón y defendían su postura, fuese la que fuese, chillando como energúmenos.

No pude evitar acordarme de un documental que vi hace años. Un astrónomo afirmaba que las señales de radio y televisión, al viajar a la velocidad de la luz, serían con seguridad las primeras huellas que llegarán a una civilización marciana. Si por casualidad fuese nuestra tele, llegarían a la conclusión de que La Tierra está poblada por habitantes amanerados, vociferantes y poco leídos. Qué coño, sabrían que hay vida, pero la inteligencia estaría por demostrar.

Mi asombro creció al ver simultáneamente en varios canales a una tertuliana de una ignorancia sonrojante, demostrando una ubicuidad que para sí quisieran los políticos en campaña. Mira que ha pasado gente y gentuza por la tele, pero lo de ahora llega al esperpento. Cuanto más ignorante y brutal el tertuliano, mejor. En mi rato de televisión he visto como a esos “periodistas”, pagados como directivos de grandes empresas, se les fundían los plomos cuando les preguntaban por la capital de un país cualquiera.

Lo malo es que estos individuos -por llamarlos de alguna forma-, ya son un modelo cultural, un ejemplo de triunfo construido a base de hacer públicas las más secretas intimidades horizontales.
Si tuviese 20 años también me plantearía para qué cojones sirve estudiar si estos tíos, adinerados y fiesteros, lo último que han leído ha sido Blancanieves. Debían ir con una mano delante y otra detrás pero, a mi pesar, son los nuevos yuppies. Y no les culpo. El modelo existe porque encendemos la tele y elegimos un canal y un programa concreto. La culpa no es del canal, sino nuestra. No existe la televisión basura: existe el espectador basura.

Como consuelo, hay un remedio de fácil aplicación. Es de color rojo y se encuentra en la parte superior izquierda del mando a distancia. Podemos cambiar las cosas con sólo pulsarlo. 
Hagámoslo. Porque si vemos que hoy día cualquiera es periodista, por algo será. Apuesto que no llegará el día que todos seamos ingenieros.

martes, 6 de agosto de 2019

Control + Z

Madrid en verano. Un calor de esos que cuando miras la calle parece bambolearse a lo lejos.

Mi hija alivia este infierno en una piscina de goma mientras mis sueños paternales me hacen rodear con bolígrafo anuncios de chalets con piscina. Es la androgenia que me grita al oído que mi mujer y mi hija merecen nadar en una piscina de verdad mientras tomo cervezas aderezadas con el sonido de carcajadas y chapoteos.

Choca con mi exiguo salario, pero soy positivo. Las cosas van encajando, y si después de todo lo que he pasado soy feliz en el trabajo ¿porqué no un chalet con piscina?

Mis días discurren entre complejas tablas Excel que no terminan de cuadrar, cifras con vida propia y mi Santo Grial: una función sencilla -pulsar Control y Z-, para volver atrás y deshacer destrozos. Coño, que cuando todo está bien hay que dejarlo estar. Los equilibrios hay que recomponerlos.

Tan alambicada introducción viene a cuento por mi hija y sus cinco dulces años. Y también por las lágrimas que me asoman cuando recuerdo ciertas cosas de su mundo especial.

Hoy, cenando los tres, mi hija ha elegido un postre distinto al que quería. Ha pedido un helado con forma de elefante con la trompa hacia arriba: mi símbolo de la suerte.
Cuando lo ha traído el camarero, mi hija me lo ha entregado y me ha dicho: -papi, lo he pedido porque sé que te gusta y quiero que te dé suerte-. Y yo, blandengue hasta lo peliculero, me he emocionado. Mucho. 
He agarrado su diminuta cintura y la he besado mil veces mientras prometía que si el elefante funcionaba quería ganar la lotería para comprar un chalet con piscina. Para que pueda nadar feliz con su madre. 

Se ha quedado pensativa con la mirada perdida y reflexionando en profundidad. Ha cogido el elefante entre sus manos y se ha alejado un par de pasos. Ha vuelto lentamente y con seriedad me ha dicho:
- papi, lo importante es que estés aquí, con nosotras- mientras ponía su elefante encima de la mesa. Se me encendían los ojos de lágrimas. Su pureza de sentimientos me abate, me descompone.

Pon favor, poned un Control-Z en mi vida. Porque quiero llorar, quiero volver a ese momento una y otra vez.

No se  puede decir tanto con tan poco.

Te quiero, hija. No merezco tanto.

domingo, 28 de julio de 2019

Talento

Si tienes algún talento, en vez de usarlo para llegar más lejos, úsalo para llegar más acompañado.

miércoles, 24 de julio de 2019

Pequeña declaración de amor

Amanecer el primer día después de las vacaciones. Mi hija se revuelve somnolienta en la cama mientras se desarrolla esta conversación.

- Levanta, cariño, que tienes que ir a la guarde - dice su madre entre besos.
- ¿Porqué Mami?
- Porque Mamá tiene que ir a trabajar para ganar dinero y comprar cosas.

Medio dormida, mira fijamente a su madre y dice - Mamá, no quiero cosas . Quédate.