domingo, 3 de agosto de 2008

Parpadeos


Sigo con mi rollo experimental. En el curro me engañan, sobre todo mi jefa, por lo que he investigado si hay algo que me permita saber cuando me miente.
Lo hay.

Cuando mentimos parpadeamos menos que cuando decimos la verdad. Está documentado que al mentir se genera una mayor demanda cognitiva, lo que se asocia a una disminución del parpadeo. Y una vez que la mentira se ha contado, se da un aumento del parpadeo. En pocas palabras, que un mentiroso fija la vista sin parpadear hasta que termina de mentir. Y luego se relaja y parpadea.

El método que se siguió para verificarlo fue estudiar el comportamiento de 13 personas que tenían que mentir y de otras 13 que no mentían en un total de tres períodos. El período en el que debían mentir se denominó período crítico, y se grabaron para su análisis los parpadeos durante los tres periodos. 

El patrón de comportamiento en las personas que mentían era notablemente diferente al de quienes decían la verdad: los que mentían mostraban una disminución de parpadeo en el período crítico comparado con los períodos en los que decían la verdad, en los que se observó un aumento considerable de parpadeos. 
El otro grupo, el que decía la verdad, mostraba un aumento de parpadeo durante el período crítico. Parpadeaban al decir la verdad, justo lo contrario que los mentirosos.

El porqué de todo esto hay que hilarlo con otros estudios previos, como el de Holland y Tarlow en 1972, en el que comprobaron que se parpadea menos cuando se memoriza un número de 8 dígitos que cuando se memoriza uno de 4 en el mismo plazo de tiempo. 
Mentir es cognitivamente más exigente que decir la verdad, y lo mismo sucede cuando se memoriza. La mentira daría lugar a una disminución del parpadeo, y una vez que se ha dicho la mentira, se produce un descanso en la demanda cognitiva que desemboca en un aumento de parpadeo. Mentir es complicado porque hay que preparar una historia y controlar que la está creyendo el observador. Además, los mentirosos deben recordar sus declaraciones anteriores para que parezcan consistentes cuando vuelven a contar su historia, sabiendo qué contaron y a quién. 

Si buscamos una conexión con situaciones reales, probablemente la más clara esté en el ámbito policial. Por lógica los entrevistados en estas situaciones tienen una fuerte motivación para hacer creer que su coartada es real. 
Los análisis de entrevistas reales de la policía con sospechosos indican lo mismo, que la mentira exige un esfuerzo mental extra sobre decir la verdad. En los interrogatorios de policía, las mentiras estaban acompañadas por disminución del parpadeo, aumento de pausas, y disminución en los movimientos de manos y dedos, todo ello signos de carga cognitiva. Lo mismo que en los experimentos, vamos.

Pero, ¿y los que dicen la verdad? ¿Parpadean? Pues resulta que los que decían la verdad también mostraron un aumento de parpadeo, pero durante el periodo crítico y no en los otros dos períodos. Este aumento no estaba previsto, pero puede explicarse en términos de ansiedad. 

Flipé con la idea. Podía leer la mente de mi jefa. Me planté delante de ella y hablamos. La miré fijamente a los ojos para percibir cuando me mentía. 

Ya tengo conclusiones. Me cago en sus gafas de sol.

* - Para más información, se trata de una investigación realizada por Sharon Leal y Aldert Vrij en la Universidad de Porstmouth

miércoles, 9 de julio de 2008

Los macacos y el apego

Harry Harlow (1905-1981) llevó a cabo experimentos con macacos para demostrar que los bebés desarrollan amor por sus madres porque estas les alimentan. 

Para probarlo, elaboró dos "madres": una de alambre y otra de trapo con una bombilla que daba calor. La primera proporcionaba alimento a la cría, mientras que la segunda proporcionaba calidez. Sorprendentemente, los macacos preferían a la madre de felpa, acudiendo a la de alambre solo para comer. 

Harlow se había equivocado. La motivación no era la alimentación, sino que esto era algo secundario que reforzaba el vínculo. Ante una situación de miedo, los macacos también acudían a las "madres" de felpa. Así, se concluyó que prevalecía el apego sobre la alimentación. Nos puede el cariño.

Ahora, ¿cómo se relaciona esto con el amor adulto? La respuesta es sorprendentemente similar. Aunque no nos guste admitirlo, los adultos también buscamos calidez y consuelo en nuestras relaciones, mucho más allá de la mera supervivencia o conveniencia. En el mundo de las citas modernas, donde las aplicaciones nos permiten "navegar" entre posibles parejas como si el amor fuera un supermercado, seguimos buscando algo más profundo y significativo.

Imaginemos una cita en un restaurante elegante. Friamente podríamos pensar que el exclusivo menú es lo que realmente importa, que el hecho diferencial para ganar el corazón del otro está en impresionar con la comida o el poder. Porque en cierto modo todos queremos impresionar de una u otra forma. Tengo la sensación de que los descapotables y la ropa juvenil cara están intimamente relacionados con esas idea. Sin embargo, igual que a los monos de Harlow, no es la exclusividad de la cena lo que nos atrae. Es la risa compartida, la sensación de seguridad al tomar la mano del otro, y la calidez de una mirada comprensiva lo que realmente nos conquista.

Consideremos ahora a la misma pareja que se conoció en la exclusiva cita. Tras una década juntos, se encuentran en medio de una discusión sobre qué cenar. Ella sugiere sushi, él quiere pizza. Tras una bronca que podría haber sido moderada por la OTAN, acuerdan pedir ambos platos. 

Al final de la noche, mientras saborean su mezcla culinaria, se dan cuenta de que no es la comida lo que los une, sino el hecho de que se preocupan lo bastante el uno por el otro como para intentar hacer las paces y permitir que el otro sea feliz. Y así, entre bocados de sushi y mordiscos de pizza, recuerdan que el verdadero sabor del amor es la compañía y la comprensión mutua.

En resumen, que igual que los macacos de Harlow, los adultos valoramos la conexión emocional y la calidez humana por encima de las meras necesidades básicas. Nos molan los coches, las mansiones, loa yates... pero el amor adulto, al final del día, se basa en el cariño, el apoyo y la presencia constante, mucho más que en los lujos o las comodidades materiales. 

Porque, como bien demostró Harlow, nos puede el cariño.