jueves, 8 de marzo de 2018
Cisnes de colores
sábado, 31 de diciembre de 2016
Enfermo de amor
jueves, 23 de octubre de 2008
Previo
La siguiente historia puede ser ficción. O no.
Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. O no.
En (casi) ningún momento se ha querido equiparar el ilustre ejercicio de mi trabajo con este texto.
Tras las recomendaciones, disfruta del relato.
Fue escrito hace años y lo he ordenado cronológicamente para que sea más sencillo de leer.
Tras las recomendaciones, disfruta del relato.
Fue escrito hace años y lo he ordenado cronológicamente para que sea más sencillo de leer.
miércoles, 22 de octubre de 2008
Introducción
Esto que os cuento ha pasado en una reunión con proveedores. Y la cuenta es real. Los pobres han venido a presentar un estudio y al final nuestro protagonista ha monopolizado la conversación babeando tonterías mientras la palabra “yo” se le caía de la boca permanentemente.
Aunque seguro que imagináis de qué hablo, mejor os lo cuento. Hablo de mi trabajo, que por mucho tiempo fue sitio tranquilo, con mucho y muy variado que hacer. Trabajar en equipo siempre fue un requisito aquí.
La cosa se jodió cuando mi jefa -de la que más adelante daré detalles- pensó en ampliar plantilla y al poco apareció el que será nuestro protagonista: Críspulo. No es su nombre real, pero le ajusta.
Intentaré perfilarle antes de entrar en materia.
¿Cómo es? Desagradable, con un matiz sombrío. Tiene un look mezcla de conductor de kundas y de cantante de hotel. Mide metro y medio y se desliza como husmeando el aire. Una alimaña erguida.
Su mirada es desafiante, con un brillo traducible acompañado de una sonrisa torcida y cínica. Un conjunto que lleva a concluir que nunca le comprarías un coche usado.
Lleva traje, pero le sienta regular. No sabría definirlo, pero es como si hubiese dormido en el coche.
Sus manitas son porcinas. Suele utilizarlas para girar compulsivamente un bolígrafo.
Y habla raro. Viene del Sur y tiene dos acentos, uno para todo el mundo que suena tan nítido como el castellano de Valladolid, y otro de andaluz gracioso (pisha, quillo…) que usa cuando le interesa, lo que sucede demasiado a menudo.
Para rematar, está convencido de poseer una infinita sabiduría en todas las artes y ciencias, sin excepción. Un artista del Renacimiento encerrado en una oficina. Y claro, tanto saber en tan escasa anatomía tiene consecuencias: se percibe más listo que los demás y se permite dar opiniones constantemente, sobre todo de aquello que no comprende. Opiniones por supuesto no solicitadas.
A su favor debo decir que aprende deprisa y que tiene cierta simpatía si le tratas fuera del trabajo. El problema es que trabajo con él y no le trato fuera. Es como los leones del circo. Si estás fuera de la jaula entretienen, pero si estás dentro es distinto, apetece guardar distancia.
Aquí empezamos. De eso va esto. De mis penurias junto a Críspulo, que ya intuía que serían unas pocas.
Ponga un trepa en su vida y tendrá algo de que hablar.
martes, 21 de octubre de 2008
Un "No" molesto
Que sí, que existen.
Como contaba en el post anterior, Críspulo apareció casi por sorpresa un mes de Marzo de hace unos años. En mi caso había cierta suspicacia previa. Sabía que mi jefa estaba buscando a alguien en el mercado y lo mantenía en secreto. No mola eso de los secretos, sobre todo cuando pueden afectar a más de 8 horas diarias. Nos ocultó hasta el nombre de nuestro nuevo compañero una vez fichado. Algo raro se venía encima.
Y llegó el día de la incorporación. Como casi siempre, la jefa llega tarde. Suena el teléfono y escucho su desagradable voz pidiéndome que vaya a buscar al pieza. Joderrrrrrr, no había otro.
Saludo y pregunto qué tal, si se encuentra nervioso en su primer día. ¿Respuesta? NO. Sin más, sin coletilla de cortesía. Dicho con un pasmoso aire de suficiencia y volviendo la mirada después de decirlo. Me sentí un poco agredido. Un gesto de cortesía se responde con otro, o al menos se adorna con palabras. Pero no era el caso, había venido para demostrarnos algo y empezaba pisando fuerte. Le faltó mear en el hall para marcar su nuevo territorio.
Fuimos hasta el departamento sin cruzar palabra. El paseo es corto, pero se me hizo largo mientras observaba al nuevo inquilino. Hasta sus andares son porcinos. Anda con los cuartos traseros rígidos, patita delante, patita atrás, separando mucho las pezuñas a cada paso, como si estuviese escocido. Cuando te mira levanta las napias en un ángulo de 45 grados, queriendo ser más alto que tú con la punta de la nariz. Pero da igual, aunque salte seguirá siendo de reducido tamaño, una talla S. El brazo derecho lo lleva doblado en ángulo recto como si llevase una chaqueta colgada. Críspulo desprende un cierto aire marcial, aunque no llega a la estatura mínima para el ejército.
Llegamos al departamento y le presento a mi compañero. Saluda y se va. Recorre el departamento husmeando rastros. Como buen depredador descubre el olor de los jefes y se acerca a ellos. Se une a la manada e inmediatamente comienza a cruzar conversaciones sin presentarse a los plebeyos que trabajan en el departamento. Parece que los jefes son los únicos con nivel suficiente para relacionarse con Su Alteza. Los demás, los que no tienen poder, no valen una mirada.
No recuerdo más de ese primer día. Creo que su “NO” rotundo y su aire sobrado fueron suficientes. Sólo recuerdo fogonazos del individuo arriba y abajo mientras mi instinto se alarmaba ante lo que parecía un niñato pelota y sin escrúpulos.
Os iré contando, pero mi teoría de los cinco minutos se enuncia así: cinco minutos son suficientes para saber si un libro nos gusta, una película nos interesa o una persona merece la pena. Conforme pasa el tiempo más científica me parece por las veces que la verifico. Y esta parece una ocasión más que adecuada para confirmarla.
Moraleja - Como decía Oscar Wilde, no hay una segunda oportunidad para una buena impresión.
jueves, 18 de septiembre de 2008
Causas efectivas
Y claro, tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. La causa-efecto ha llegado: mi adorada empresa quiere poner en la calle al 20% de la plantilla. Y me he acojonado.
miércoles, 27 de agosto de 2008
Casualidad o Causalidad
Martes. Previo al festivo.
Madrugué para aprovechar el día. Curré un huevo, y cuando ya tocaba la hora de salida con la punta de los dedos, mi jefa preguntó si nos importaba tener una reunión por la tarde. ¿¿¿Qué si me importaba??? ¡¡¡Pues claro que sí!!! ¡¡¡Que me jodes mi tiempo libre!!!
Mis compañeros, empezando por Borja Mari, callaron como putas. Y yo, pringao como siempre, me callé porque en mi situación no puedo ser polémico. Así que mi jefa, encantadísima de conocerse, nos convocó de 5 a 6 de la tarde. Su improvisación me impidió ir a ver una obra que tengo en curso. Como cuando llegase ya se habrían ido los albañiles, no pintaba nada allí.
Pasé la tarde en el curro rezumando mala hostia y acordándome de mi jefa y ancestros. Porque no penséis que la reunión era importante, no. Era una reunión “de departamento”, una estupidez que se convoca de vez en cuando para contarnos como van las cosas. Y claro, estos temas son mucho más interesantes fuera del horario laboral.
Miércoles
¡¡¡Al fin festivo!!! Duermo feliz y calentito. Algo suena. Parece mi móvil. Abro el ojo y compruebo que es de noche. Joder... cuando llaman a esas horas no es para nada bueno. Me levanto corriendo y cuando llego el teléfono ha dejado de sonar. Número desconocido. Deduzco que se han equivocado, pero por si acaso me llevo el móvil a la habitación. Suena otra vez. Y no, no se han equivocado. Es la vecina de debajo de la obra. Se la está inundando el piso y está sin luz. Caguen tó… Lleno de legañas me visto como puedo y salgo corriendo para allá. En el baño, un grifo chorrea sobre el suelo. Cierro el agua y bajo al piso de abajo. A la luz de las velas veo la chapuza. Y encima tengo que sonreír a la vecina y su hija, que tienen más ganas de lincharme que de abrazarme. Manda huevos.
A base de teléfono y buenas palabras consigo medio arreglarlo, pero he entrado con mal pie en la comunidad. Fijo que ya no voy a ser el vecino del año. Y mientras tanto mi jefa en Miami, tomando cubatas en la playa y mirando el paquete a algún negrazo.
¿Pero esto es casualidad o causalidad? Porque si es por casualidad, igual me toca la Lotería para compensar. No tiene pinta, la verdad. Demasiadas reuniones fuera de hora y pocas loterías. Será, entonces, causalidad.
Pero, ¿a qué me refiero con causalidad? La causalidad dice que cuando tenemos el suceso A también aparece el suceso B, por lo que podemos llegar a la conclusión de que A causó B. Gráficamente sería así:
[A => B]. En mi caso, la idea es que si tengo la tarde libre, voy a la obra.
Además, el opuesto también debe cumplirse: cuando no hay B, tampoco sucede A.
[No B => no A]. Si no voy a la obra, es porque no tengo la tarde libre.
Podemos incluso introducir más factores. Empecemos por un factor C.
[A => B =>C]
A) Mi jefa se va de vacaciones al día siguiente => B) Como se va de vacaciones, le importa tres cojones quedarse por la tarde => C) Convoca una reunión por la tarde que me jode la visita a la obra.
Añadir más elementos lo hace más descriptivo. Sin salirnos de la exactitud matemática, partimos de que mi jefa pasa de sus hijos, y encadenamos con precisión una cadena de acontecimientos. Llegamos a esta estructura:
[A => B => C => D => E => F => G => H =>I]
La detallo:
A) Mi jefa pasa de sus hijos => B) Como pasa de sus hijos, prefiere estar con sus amigas => C) Mi jefa se va de vacaciones con sus amigas => D) Como se va de vacaciones al día siguiente, a mi jefa le importa tres cojones quedarse por la tarde => E) Como convoca una reunión por la tarde, mi jefa me jode la visita a la obra => F) Como no visito la obra el grifo gotea toda la noche => G) El goteo genera una inundación => H) La inundación me ha jodido el festivo. A mis vecinos también => I) Como les he jodido la casa y el festivo, mis vecinos me odian.
Así que mis vecinos me odian (punto I) porque mi jefa pasa de sus hijos (punto A). Aplicando la lógica inversa, si mis vecinos me quieren (inversa de I), mi jefa querrá a sus hijos (inversa de A).
Como padre que soy estoy convencido de que mi acción debe dirigirse a que los niños reciban más cariño. Actuaré. Y lo haré apoyado en la evidencia matemática. He decidido invitar a unas cañas a los vecinos afectados por la obra. La demostración de arriba me dice que cuando brindemos mi jefa dejará de mirar el paquete al negro y empezará a pensar en sus hijos. Y que cuando por mi lado lleguemos a los cubatas, por el suyo notará morriña y echará de menos a sus hijos.
Siguiendo con las matemáticas, me resulta triste comprobar que el cariño no es conmutativo. El orden de los factores sí altera el producto. El amor de los hijos es incondicional y no es afectado por el orden. Siempre tiene el mismo valor. Sin embargo el de los padres puede depender de los planes con los amigos. Si hay plan, el cariño de los hijos suma menos.
sábado, 23 de agosto de 2008
Febrero y Orwell
Febrero. Mes de revisiones salariales y bonus. No releo lo que escribo –porque lo borraría-, pero estoy seguro de haber mencionado en algún sitio lo de mi salario. ¿Que no? Pues lo repito. Somos 5 incluyendo a la jefa, y mi sueldo no llega a la mitad que el de cualquiera de mis compañeros. Y me jode. Mucho.
domingo, 3 de agosto de 2008
Parpadeos
Lo hay.
miércoles, 9 de julio de 2008
Los macacos y el apego
Para probarlo, elaboró dos "madres": una de alambre y otra de trapo con una bombilla que daba calor. La primera proporcionaba alimento a la cría, mientras que la segunda proporcionaba calidez. Sorprendentemente, los macacos preferían a la madre de felpa, acudiendo a la de alambre solo para comer.
Harlow se había equivocado. La motivación no era la alimentación, sino que esto era algo secundario que reforzaba el vínculo. Ante una situación de miedo, los macacos también acudían a las "madres" de felpa. Así, se concluyó que prevalecía el apego sobre la alimentación. Nos puede el cariño.
Ahora, ¿cómo se relaciona esto con el amor adulto? La respuesta es sorprendentemente similar. Aunque no nos guste admitirlo, los adultos también buscamos calidez y consuelo en nuestras relaciones, mucho más allá de la mera supervivencia o conveniencia. En el mundo de las citas modernas, donde las aplicaciones nos permiten "navegar" entre posibles parejas como si el amor fuera un supermercado, seguimos buscando algo más profundo y significativo.
Imaginemos una cita en un restaurante elegante. Friamente podríamos pensar que el exclusivo menú es lo que realmente importa, que el hecho diferencial para ganar el corazón del otro está en impresionar con la comida o el poder. Porque en cierto modo todos queremos impresionar de una u otra forma. Tengo la sensación de que los descapotables y la ropa juvenil cara están intimamente relacionados con esas idea. Sin embargo, igual que a los monos de Harlow, no es la exclusividad de la cena lo que nos atrae. Es la risa compartida, la sensación de seguridad al tomar la mano del otro, y la calidez de una mirada comprensiva lo que realmente nos conquista.
Consideremos ahora a la misma pareja que se conoció en la exclusiva cita. Tras una década juntos, se encuentran en medio de una discusión sobre qué cenar. Ella sugiere sushi, él quiere pizza. Tras una bronca que podría haber sido moderada por la OTAN, acuerdan pedir ambos platos.
Al final de la noche, mientras saborean su mezcla culinaria, se dan cuenta de que no es la comida lo que los une, sino el hecho de que se preocupan lo bastante el uno por el otro como para intentar hacer las paces y permitir que el otro sea feliz. Y así, entre bocados de sushi y mordiscos de pizza, recuerdan que el verdadero sabor del amor es la compañía y la comprensión mutua.
En resumen, que igual que los macacos de Harlow, los adultos valoramos la conexión emocional y la calidez humana por encima de las meras necesidades básicas. Nos molan los coches, las mansiones, loa yates... pero el amor adulto, al final del día, se basa en el cariño, el apoyo y la presencia constante, mucho más que en los lujos o las comodidades materiales.
Porque, como bien demostró Harlow, nos puede el cariño.
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