domingo, 9 de septiembre de 2018

Verborrea

Ha vuelto a pasar. Ha vuelto a pasar y no puedo resistirme a contarlo. Prometo que es la última vez.

Nada más llegar esta mañana ha sonado el teléfono y me han pedido que suba a una reunión a la que no estaba convocado. Así, a jugármela sin red.

Al llegar he mirado alrededor. Por allí andaban un jefe alemán, Borja Mari y unos individuos de Marketing. He intentado ser cauto y enterarme de qué iba aquello. El germano contaba sus cosas y Borja Mari correspondía asintiendo lentamente y soltando frases en ese espanglish que tanto le gusta. Lo suyo es llevarle el botijo al jefe, pero usando palabritas de fina hondura intelectual.

Todos ponen cara de entender, afirmando con los ojos entrecerrados. A ver quién tiene huevos a decir que no sabe -y son palabras literales- qué es “el deadline de un worksteam de EBC”. A ver quien coño reconoce a estas alturas que no tiene la mínima idea de lo que hablan. 

He estado callado, tomando notas intrascendentes y mirando con cara de estar muy interesado. Como ellos. Y ciertamente me ha parecido un espectáculo: verborrea cabalística, exótica. Esgrima dialéctica en varios idiomas a la vez. He flipado con la mitad de lo que han dicho, pero más con la otra mitad, la que no he comprendido.

Me he acordado de un proverbio árabe que dice: “Soy esclavo de mis palabras y dueño de mis silencios”. Hago caso, pero para contrarrestar los silencios hará falta que se entiendan las palabras, ¿no?

miércoles, 22 de agosto de 2018

Ventanas

Hace un par de años investigué mi árbol genealógico. Me sorprendió la cantidad de datos que obtuve, y sobre todo lo lejos que llegué. En algunas ramas hasta el año 1.450. Lo pasé bien. Entre toda esa información descubrí infidelidades, asesinatos y más de un secreto familiar. 

También me di cuenta de lo deprisa que pasa el tiempo y de lo insignificantes que somos. Cada uno de estos señores había tenido una vida como la mía, con alegrías, tristezas y esperanzas. Y ahora esas vidas se resumen en una celda en Arial 10 dentro de un Excel con forma de rama. 
Pero lo que más me llamó la atención fue encontrar suicidas. Muchos, más de los debidos. Y todos apelotonados en línea directa por rama paterna. Parece que hay algo que se transmite con la sangre.

Aunque es un tema un poco tabú, sobre todo porque no me gusta hablar de ello, soy muy consciente de que mi abuelo, mi querido abuelo, se lanzó hace unos años desde la ventana de su habitación. Se sintió enfermo y decidió no envejecer más. Siempre se sintió joven, pero el tiempo le impidió serlo para siempre. 
Nunca olvidaré la desazón que sentí esa mañana en que sonó el teléfono demasiado temprano. Y he recordado que cuando era pequeño mi abuelo me decía con media sonrisa que cuando muriese le tirásemos al río para dar de comer a los peces.

Ya tengo más años de los que me gusta tener y empiezo a entender algunas decisiones difíciles. A veces la violencia con la que se muestran pueden dificultar su comprensión, pero estoy empezando a comprender algunas conclusiones a las que se llega con serenidad.
Porque no siempre el futuro es tan prometedor como parecía años atrás. No siempre puedes girar esquinas y cambiar la dirección de tu vida. Y sobre todo porque he constatado que tenemos una percepción cíclica de la vida, aunque la vida raramente pasa dos veces por el mismo sitio. No siempre existen segundas oportunidades y, a veces, la renuncia es una opción.

Ahora, cada vez que me asomo a una ventana me fijo en el paisaje del otro lado. Y si me gusta y la altura es la adecuada, tomo nota de una alternativa más de las muchas que da la vida. Porque en el fondo todas las ventanas están enamoradas de un suicida. Y porque el suicidio es la manera en que el humano le dice a Dios: "No puedes despedirme, ¡Renuncio!".

viernes, 17 de agosto de 2018

Las masas y las moscas

¿Debo conformarme con mi curro de mierda porque dicen que soy un privilegiado? Dicho de otra forma, ¿debo modificar mis convicciones por lo que piensan otros?

La repuesta es no. No quiero cambiar mis ideas por opiniones ajenas, aunque a veces me da cosica quejarme después de tanto oír el mismo mantra: que soy afortunado por tener trabajo y que las cosas están muy mal. Reitero que sólo me quejo de mi posición relativa -eso de que todo el mundo cobre el doble que yo- y no de la posición absoluta, porque al final tengo un curro que me permite vivir. Y joder, me mantengo en mis trece. Que no está bien eso de tener remuneraciones distintas para el mismo trabajo.

Pero si la presión llegase a ser desmesurada, ¿le echaríamos huevos y mantendríamos nuestra postura, o cambiaríamos de opinión? Hala, a pensar. Mi dilema, como siempre, llegó tarde. Un tal Salomón Asch ya había realizado un experimento para saber si la opinión de la mayoría vinculaba las decisiones individuales. Cogió a unos cuantos señores y los metió en una clase. Todos, salvo uno, eran actores. Se les planteó una tarea muy sencilla: decidir si una línea era igual de larga que otra. Gráficamente se les mostraba algo como esto, pero en dos tarjetas:


Los participantes debían responder cuál de las tres líneas de la segunda tarjeta era igual de larga que la de la primera tarjeta. De manera deliberada, la tarea era fácil y la respuesta obvia. Los turnos se organizaban de forma que el sujeto estudiado siempre era el último o el penúltimo en responder. Cada participante iba respondiendo en voz alta a su turno.

El estudio de Asch mostró lo que todos sabemos: que existe un alto porcentaje de conformidad grupal (o conformismo) en las respuestas. Aproximadamente, un tercio de las personas daban respuestas incorrectas a pesar de que sabían la respuesta correcta. La conclusión es que para estar en sintonía con el grupo, una persona modifica su respuesta aunque sepa que tiene razón. Y si esto pasa con un problema obvio, ¿qué ocurre con problemas más complejos o con más variables en juego? Que nos dejamos llevar por la corriente. Y que ésta arrastra nuestros principios.

Me salva que nací cabezón, y ya lo pueden repetir tantas veces como quieran, que seguiré pensando que lo mío es injusto. Además tengo la convicción de que ese enfoque positivista que te hace verte como un privilegiado cuando no lo eres es malo. Tenemos derecho a ser negativos y podemos quejarnos aunque haya casos peores que el nuestro. Está mal visto ser objetivo, sobre todo en los aspectos negativos de la vida: al que llama a las cosas por su nombre se le tilda de cenizo, de negativo o de no tener perfil triunfador. Ese optimismo barato lo empapa todo a su paso y el que no es como Pepe Sonrisas se queda fuera de juego.

En la vida real todo es distinto. Supongamos que me levanto con actitud positiva y voy silbando al trabajo mientras disfruto del canto de los pájaros. Llego y encuentro fracaso, decepción, arbitrariedad y falta de relación entre lo que hago y lo que obtengo.
Supongamos ahora que me levanto de mala hostia, con pocas ganas de trabajar, maldiciendo el tráfico y el calor. Me dirijo a la oficina pensando en lo mal que irá el día y sabiendo que nada de lo que haga será apreciado. Sin embargo, gracias a que estoy en una organización abierta, al trabajo en equipo, y al sistema de motivaciones y remuneraciones implantado en mi empresa transcurre un día perfecto. ¿Seguro que la actitud positiva tiene algo que ver con el “resultado final” en alguno de los dos casos?

Pienso que la vida es Marketing. Tratamos todo con eufemismos para no ver la realidad. Resulta que ya no hay despidos sino etapas de transición, y tu pareja ya no te deja, sino que te da la oportunidad de tener una nueva vida. Por los cojones. Lee. Piensa. Que estás en la puta calle y tu mujer te ha dejado. Que eres un fracas pero todavía no te has enterado.

Por todas esas razones trataré de ser objetivo. Que la mayoría piense una cosa no significa que sea cierta. Pensar "por volumen" es un error. Y si no, mirad las moscas y sus conductas.

jueves, 2 de agosto de 2018

El psicópata enano


Con Borja Mari he explorado casi todas las opciones para racionalizar su conducta. He tratado sin éxito de encontrar una línea argumental que justifique su comportamiento. Probablemente haya acertado en algunas cosas, pero he llegado a una sorprendente conclusión en la que, ahora sí, encajan todas las piezas: el enano es un psicópata.

¿Exagerado? No tanto. Hace unos años el doctor Paul Babiak analizó los rasgos de la personalidad de más de 200 profesionales corporativos en Estados Unidos, usando la Lista de verificación de psicopatía desarrollada por Robert Hare.

Encontró que el 4% de los profesionales estudiados alcanzaban o excedían el punto de la psicopatía, eso es un promedio de uno de cada 25, cuatro veces más de lo que se espera encontrar en la población en general. No está mal, ¿no? Ha llegado el momento de que mires alrededor y empieces a localizar a tus compañeros psicópatas.

Históricamente muchos expertos han pensado que los psicópatas no serían capaces de tener éxito en los negocios. Pensaban que sus comportamientos se harían evidentes y, en consecuencia, sus abusos y manipulaciones conducirían a fallos dentro de la empresa. Los llamados “expertos” estaban equivocados.
Babiak -junto a Robert Hare- no sólo descubrió los métodos mediante los que los psicópatas se infiltran y ascienden en las empresas, sino que además acabó con la idea de que los psicópatas no podrían triunfar.

En el mundo empresarial de hoy en día, ambicioso hasta la extenuación, los rasgos más radicales de los psicópatas han sido confundidos con virtudes: su narcisismo se ha confundido con un “rasgo de liderazgo positivo”. Además se manejan satisfactoriamente bajo presión por no poseer la habilidad de sentir miedo o estrés. ¿Ha visto mi jefa alguna de estas virtudes en el enano? Sin duda

Algunos de los signos delatores de un psicópata evaluados por el test utilizado por Babiak son los siguientes: son superficialmente encantadores; se creen los mejores; no tienen metas específicas; mienten fácilmente; no sienten remordimiento; sus afectos no son profundos; son fríos, inconsiderados y despectivos; sólo ayudan cuando les conviene; son irritables, se enfurecen a menudo y son impacientes e impulsivos. ¡¡¡Es la definición de Borja Mari!!!

Siempre he dicho que Borja Mari no tiene ni puta idea de su trabajo y que va de simpático, asociándose exclusivamente a los poderosos. Tiene un punto fantasioso. Se refiere a sus superiores con sus nombres de pila, como si acabase de estar con ellos. Los psicópatas, como él, siempre dan una buena primera impresión: son a veces encantadores y casi siempre grandiosos. Tienen una baja capacidad de gestión y poseen cero capacidades para las profesiones. Sólo se preocupan es por sí mismos.  Hasta aquí encaja, ¿no?

Otro de los rasgos del puto enano es su capacidad para hablar de temas que no conoce. Según señalan Babiak y Hare, los psicópatas habitualmente se aprovechan de que para muchas personas el contenido del mensaje es menos importante que su forma. Por eso un estilo de charla cargado de argot, clichés, y frases floreadas- suple la falta de conocimiento del terreno que pisa. Son maestros del manejo de las impresiones. Su superficial -pero convincente- fluidez verbal les permite modificar sus personalidades con habilidad para que encaje con la situación. De esto también he hablado antes, ¿no?

Pero, ¿hay más coincidencias? Sí, al menos una más. Los psicópatas buscan una forma fácil de vivir, así que son naturalmente atraídos donde está el dinero: el sector financiero. Los bancos. Como este. Como la empresa en la que trabaja el enano.

A modo de valoración final, me baso en el estudio de Iñaki Piñuel en su libro “Mi jefe es un psicópata”, en el que expone pistas para descubrir psicópatas. Hay ocho características básicas:

  1. La capacidad superficial de encanto. Tienen labia y facilidad de palabra, aunque habitualmente mienten.
  2. Su estilo de vida parasitario. Se aprovechan de los logros de los demás trabajadores.
  3. El sentido grandioso pero irreal de los propios méritos. Tienden a maximizar cualquiera de sus logros.
  4. La capacidad de conectar con el poder. Buscan relacionarse con altos cargos, en su camino al poder.
  5. La excelencia en el mentir. Siempre lo hacen, y lo hacen muy bien.
  6. La incapacidad de sentirse responsables o culpables. Nunca sienten remordimientos y eso los hace muy peligrosos.
  7. Son expertos manipuladores. Consiguen que los demás hagan lo que ellos quieren sin que lo adviertan.
  8. Frialdad emocional. Saben dominar las situaciones de riesgo y no les tiembla el pulso.

¿Las cumple Borja Mari? Todas, sin excepción. 

* - Para más información "Snakes in Suits: When Psychopaths Go to Work" - Paul Babiak, Robert D. Hare y "Mi jefe es un psicópata" - Iñaki Piñuel

miércoles, 1 de agosto de 2018

Ultimátum

Ser un hijo puta por dinero, ¿es normal? ¿Hay que hacer todo por dinero? ¿Lo de Borja Mari es correcto?

Mis amigos, que son muy éticos, no me venderían por dinero. Además ven lo mismo que yo y miran al enano como si llevase "trepa" escrito en la frente. Se trata de una simple elección entre ética y dinero.

La elección de ser un trepa hijo puta va hilada a la propia definición de economía. Hay un concepto, el “Homo Economicus” que ya define Adam Smith en su libro “La riqueza de las naciones.” Según su idea cada persona intentará invertir todos los recursos de que dispone con intención de procurarse un disfrute presente o un beneficio futuro. Esto incluye el trepar, medrar y lamer culos.
  
La idea básica que rige el comportamiento de este Homo Economicus es la negación de cualquier comportamiento diferente al suyo. Hay que maximizar las ganancias o beneficios hasta el límite. Por lo tanto  esta idea considera al sujeto a la vez egoísta y calculador. Un hijo puta, vamos.

En cuanto a la ética, parece que se enfrenta demasiadas veces al dinero. Pero hay un atisbo de esperanza. Se ha podido demostrar que la gente esencialmente tiene ética, y que la norma imperante no es ser como el enano. Se demostró en un curioso experimento llamado el juego del ultimátum.

El juego del ultimátum consiste en ofrecer a una persona una cantidad de dinero (p. ej. 10 Euros) a condición de que comparta esta cantidad con otro. Si el segundo acepta la oferta, ambos reciben su parte. Si no, ambos se quedan sin nada. Como premisa, podemos pensar que si se reparte la cantidad a partes iguales lo lógico es aceptar, ¿no? Pero si el dueño del dinero lo piensa por un momento y se da cuenta de que, dado que es él quien hace la oferta, se podría quedar con 9,50 y entregar 0,50 Euros. ¿Aceptaría la otra parte? Probablemente no.

La idea es esperanzadora porque contradice la teoría del Homo Economicus que guía al puto enano y los de su cuerda. Rechazar dinero no es racional, porque quedarse sin nada es peor que una mala oferta. 

Pero ¿por qué se comporta así la gente? Como hemos visto, la idea más común entre los economistas era asumir que las decisiones económicas estaban basadas en procesos de pensamiento racionales. Pero lo que evidencian los juegos de ultimátum es que no sucede así con los individuos, porque también influyen factores emocionales. Los científicos sugieren como causa principal mecanismos evolutivos o éticos: rechazar una cantidad irrisoria sirve para mantener la reputación. Y los científicos creen que, a largo plazo, la reputación social de un individuo puede aumentar sus posibilidades de supervivencia.

Investigadores de las Universidades de Princeton y Pittsburgh estudiaron en 19 personas los procesos fisiológicos que se dan en el cerebro durante el juego del ultimátum. Los jugadores, que tenían que competir contra humanos y ordenadores, eran examinados mediante un escáner de resonancia magnética, viendo las regiones del cerebro donde había un aumento de actividad.

Sorpresivamente, no sólo se activaban las regiones que se suelen usar durante el proceso de pensamiento, sino también la región que asociada a las emociones negativas. Y cuanto más injusta la oferta financiera, más intensa se hacía la actividad en la zona de las emociones negativas. Curiosamente, es el mismo lugar que se activa en casos de fuertes aversiones, como los olores o sabores desagradables. Además, la respuesta del jugador dependía de si la oferta venía de una persona o de un ordenador. Las ofertas injustas que hacían las máquinas provocaban  menos actividad y se rechazaban con menos frecuencia que las ofertas irracionales que hacían los humanos. 

Hay gran diversidad de respuestas a las ofertas injustas, posiblemente relacionadas con la personalidad. En un estudio reciente, el porcentaje de respuestas negativas a ofertas razonables fue un 16,9% y a ofertas claramente injustas un 78,8%, por lo que es mucho más probable que se rechacen las ofertas injustas que las razonables. En cualquier caso, indica que los principios están por delante del dinero.

Además, se aclara otra presunción: la creencia de que las personalidades más agresivas se rebelan con más ardor ante la injusticia. Los resultados de este trabajo apuntan en el sentido contrario: la confianza y la honradez implican franqueza y claridad al tratar con los demás. Las personas honradas y confiadas tienden a pensar que el resto de las personas también lo son, y que son decentes y merecedoras de confianza. No se registró correlación entre el rechazo a las propuestas injustas y el carácter impulsivo. El rechazo no es más probable en gente que se enfada con más facilidad o es más impulsiva.

¿Qué debemos pensar de todo esto? Que ser tan hijo puta como Borja Mari es la excepción en lugar de la regla, y que todos llevamos dentro un mínimo de justicia. Me da confianza saber que la gente distingue lo justo de lo injusto. 

No sólo mis amigos ven al enano como un listo. Todos lo ven. Como si estuviese permanentemente bajo un foco.

Aunque algun@s lo permitan.

Fuentes: “Honesty mediates the relationship between serotonin and reaction to unfairness” y “La vida secreta de los numeros” (George G. Szpiro)

sábado, 14 de julio de 2018

Café frío

Otro café frente a la ventana. Llueve y me apetece estar en casa jugando con la niña. De fondo resuena mi jefa envuelta en sus conversaciones políticas. Propone una cena a algún directivo para discutir no se qué tontería. Rodeo la taza con las manos para confirmar que el café está frío mientras me evado de su conversación. No acabo de entender esa lógica de vivir como no te gusta para poder vivir como te gusta.  

Tiro el café en la papelera y dejo de pensar en cosas que no puedo corregir. A veces lo más simple me resulta inexplicable. Porque cuando llueve por dentro no hay paraguas que tape.

domingo, 8 de julio de 2018

sábado, 7 de julio de 2018

Robinsón

Me encanta una canción. se llama Robinsón y es de Ana Belén. Habla de alguien que siente que ha perdido el control de su vida y ve como su tiempo e ilusiones se le escapan entre los dedos. Dice la canción que ese alguien sólo piensa en escapar "como un Robinsón de regreso al mar". Frase evocadora, sí señor. Volver al orden, simplificar, reconducir... 

Me dice una amiga que esa canción me gusta porque escucho mi historia. Dice también que así seguiré mientras no me arme de valor y me lance a ciegas a por mi sueño. Que esas decisiones, en las que acabas haciendo y haciéndote daño, son complicadas porque terminas atrapado en tu laberinto interior hasta que reconoces -dolorosamente- que el camino a la salida está ahí dentro, en alguna de las rutas desconocidas que has de recorrer. Y qué coño, que si mi felicidad va por ahí, que debo tener los huevos para tomar las riendas y cambiar el rumbo. Hacia donde rompen las olas.  A hundirme en el mar.

Y así, como dice mi amiga, no volveré a oír la canción con la sensación de que habla de mí. Ni a mirar por la ventana buscando horizontes azules.

Gracias, amiga.

miércoles, 4 de julio de 2018

Tácticas




Todos los que son estúpidos lo son, y además la mitad de los que lo parecen.
Quevedo




En este deslumbrante mundo de reuniones improductivas también hay tácticas. Suelo aburrirme y desconectar ante las sandeces que llego a escuchar. Eso sí, cuando no tengo ni idea de lo que me están contando y quiero parecer inteligente, uso una táctica.
Pongo cara de interesante y pregunto muy serio: “¿En qué te basas para sostener esa afirmación?”. Sin excepción, al que explica le entran sudores fríos y se aturulla explicando cifras y conclusiones. Mirándole fijamente guardo unos incómodos segundos de silencio y remato con un contundente “Entiendo” acompañado de más silencio. No falla. 

Salgo sin tener ni puta idea, pero todos piensan que lo he pillado. 

Ilusos!!!!

domingo, 1 de julio de 2018

La carta

Me siento un poco apagado. Supongo que inconscientemente me he acordado de mi abuelo, que murió tal día como hoy hace años. Lo cierto es que desde por la mañana he ido encadenando pensamientos hasta llegar pensar en la soledad. Normal. Siempre percibí a mi abuelo como un solitario a su pesar. Y un día pude confirmarlo por una de esas extrañas casualidades que la vida nos ofrece. Escribiré sobre este tema de un tirón, porque si repaso seguro que borro cosas necesarias para entender esta historia.

Vayamos al principio. Cuando falleció mi abuelo comenzó el proceso de deshacer su vida en cajas. Con más de ochenta años vividos, me asombra lo poco que pervive de una persona después de su muerte. Aparte de los recuerdos, casi nada.
Sin embargo esta vez había algo distinto. Rebuscando en un cajón encontré una carta escrita por mi abuelo. Estaba terminada pero no fue enviada. Iba dirigida a una mujer murciana de la que tenía apenas información: sabía que mi abuelo la conoció al poco de casarse, que eran los tiempos complicados de la Guerra Civil y que durante un tiempo esta mujer alojó en su casa al joven matrimonio. En la carta mi abuelo escribió que la recordaba y la echaba de menos, e incluso mencionaba la posibilidad –o deseo- de verla en alguna ocasión. Era una discreta carta de amor.

Comprendí que amó a esa mujer y que probablemente todavía la amaba cuando falleció. No tengo dudas de que quiso a mi abuela, pero también creo que si escribió una carta de adolescente a una mujer octogenaria es porque durante sesenta años tuvo el corazón en dos sitios. Si no hubiese implicado hacer daño a mi abuela, probablemente alguna vez habría subido en un tren con dirección a Murcia. Pero los caminos de la vida son obstinadamente tortuosos.

Estos sentimientos se congelaron la mañana en que mi abuelo se lanzó por una ventana. Mi abuela despertó y le preguntó qué quería desayunar. Pidió como otras veces chocolate y cuando mi abuela se dirigía a la cocina, saltó sin dudas y sin despedidas. Un plan perfectamente trazado y ejecutado. Muchas veces he querido saber qué pasó esa noche. Debió ser una noche muy larga y echo de menos un último consejo. ¿Habría cambiado algo de su vida? Después de leer la carta, creo que sí. Por eso me gustaría tener su consejo, porque valoro la experiencia como guía y quiero creer que todavía queda bastante de mi vida por escribir.

Hoy, desde una indeseada madurez comprendo que mi abuelo fue un hombre retraído por una vida interior demasiado compleja. Le bullían unos sentimientos que los demás no podíamos ver. Se le escapaba la vida que no vivió y le condujo a la soledad pese a estar rodeado de gente.

Conociendo este caos de vidas no vividas me sorprende que no haya cambiado la imagen que veo cuando recuerdo a mi abuelo. Siempre es la misma. Está de pie, en su huerto, con mi abuela a su lado. La tiene cogida del hombro y ambos sonríen satisfechos. Supongo que eso debe ser el cielo, una felicidad sin final ni fisuras.
Mi abuela también está feliz, sonríe con la misma intensidad. Y cuando lo pienso, deduzco que ella también debió tener un murciano en el que pensar. Nunca encontré su carta, pero sospecho que existe. Como algún día existirá la mía.

Abuelos,  no os olvido. Un beso para los dos.

viernes, 15 de junio de 2018

Zapatos

He dado muchas vueltas últimamente. De un banco a una filial de otro, y finalmente repescado por ese mismo banco para hacer cosas más molonas.

He visto y conocido a mucha gente de la que no tenía referencias y en más de una ocasión me ha tocado calibrarles de un vistazo para no meter la pata.

De tanto hacerlo llegué a una pequeña conclusión: si queréis saber algo de una persona, la primera mirada no la hagáis a la cara: mirad sus zapatos. Con calcular el precio, ver el estilo, color y condición, podemos intuir muchas características personales del propietario.

Porque las cosas por debajo de la cintura siempre son más interesantes.

viernes, 1 de junio de 2018

La putada

Una tarde se Septiembre, al poco de llegar al departamento, mi jefa andaba estresada repasando un PowerPoint. De vez en cuando levantaba la vista de la pantalla y me miraba como maquinando algo. 
Un rato más tarde me miró fijamente y se deslizó hasta mi sitio empujando la silla con los pies. Me susurró que “había surgido un imprevisto” y que no podía hacer una presentación que había comprometido para el día siguiente. Para disipar dudas lo remató con un clarificador “así que si no te importa, vas tú”. ¿Me importaba? Claro. Pero recién llegado al departamento si la jefa te hace esa oferta, hay dos vertientes: una que confía en ti –la buena-, y otra que te pide/impone un favor –esa no tan buena-. Pero de negarme, los cojones. Que me miraba a los ojos mientras me endosaba el marrón.

Al minuto, y sin agradecimiento, recibí un mail con un PowerPoint, una dirección y un horario. Nada menos que una hora de presentación. Se me iba a secar la lengua. Leí la presentación en diagonal -era un desastre- y me encomendé al patrón de los asalariados.

Al día siguiente cogí un taxi y me dirigí a la dirección de la convocatoria. 

Primera sorpresa: aquello estaba en La Moraleja. En un Palacio de Convenciones lujoso y casi infinito.

Segunda sorpresa: fui atendido por dos chatis que parecían modelos de alta costura. Huy, que eso no era lo que parecía… Me llevaron hasta una puerta doble y me indicaron que entrase por allí, avisándome de que el ponente anterior estaba a punto de terminar.

Y la tercera, que casi me muero al abrir la puerta. Aquello era como un cine: una sala enorme, oscura, con cientos de cabezas y un pasillo central. Al fondo había una pantalla gigante llena de gráficos que explicaba un señor desde un púlpito.

No me cagué encima porque no tenía la necesidad, pero podría haber pasado. Me senté temblando en un asiento del fondo, y tres minutos después se encendió la luz. Se acercó al púlpito un individuo con pinta de lacayo que portaba un micrófono y dijo: “Así que despidamos con un fuerte aplauso a D. XXXX, Consejero del Banco Mundial, y recibamos igualmente al próximo ponente, D. XXXXX (-> yo)“. 

Aprovecho para confirmar que la tierra no puede tragarte por mucho que lo desees. Creedme. 
Dado que el suelo seguía firme, se volvieron los cientos de cabezas y tuve que andar desde el final de la sala y escalar hasta el púlpito. El lacayo, con movimientos entrenados, me levantó el faldón de la chaqueta, me colgó una petaca en el cinturón y un micrófono en la solapa. Me dejó en la mano una especie de boli con botones, y desapareció. Se apagó la luz y me alumbró un foco. Silencio absoluto. Cabezas que me miraban. Alguna tos. Y mi miedo. Un miedo primario que me atenazaba.


No soy yo, pero casi

Prefiero no pensar esos sesenta minutos que transcurrieron segundo a segundo, pero fue como pasar por un túnel sin luces. No soy muy consciente de lo que dije, pero hablé. Hablé hasta que llegó la última lámina y volvió el lacayo a recuperar la petaca y su boli con botones.

Cuando pienso en ese día, recuerdo todo como visto desde arriba, y soy consciente de haber vuelto odiando a mi jefa y con la conciencia anestesiada. 

¿Sabéis lo que pasó cuando llegué a la oficina? Que mi jefa me preguntó con indiferencia como había ido y me dijo que “había surgido otro imprevisto” para el día siguiente. ¿Quieres caldo? Pues eso.

Si alguien de buena conciencia piensa que mi jefa me dio una oportunidad, clarifico que fue de esas en las que te llevas cornadas. Y me las llevé. Dos veces.



P.D. - Pasado el tiempo sigue sin hacerme gracia. Tampoco pienso que lo hice bien. Esa presentación sigue archivada en la caja de las putadas y me recuerda la absoluta falta de ética de mi jefa, quien para cubrir sus miedos, me mandó al matadero sin miramientos. 


martes, 15 de mayo de 2018

Hare Krishna

Siempre he pensado que las mujeres son más complicadas que los hombres. Dos tíos cabreados se revientan a hostias y al final se matan o se van de cañas, pero las mujeres pueden sonreírse durante años mientras se ponen veneno en el café.

El curro me ha permitido verificar mi teoría a través de tres individuas del departamento que se llevan a matar. Una parece un Hare Krishna de esos pesaos: todo buen rollo, paz interior y una vocecita infantil que no casa con su mala hostia. Otra es la versión femenina de Julio Iglesias, con un moreno perenne y un acento arrastrado que apunta al barrio de Salamanca. Y la tercera es una oveja descarriada que va a su bola y no comparte información. Disimulan lo que pueden, pero se odian. 

Su relación nos afecta porque el Alemán de Valladolid nos ha metido en el lío de cerrar oficinas (para eso de hacernos más fuertes, más compactos y no se qué más chorradas) y tenemos que ayudar a los compañeros de las sucursales resolviendo sus dudas. Y por decirlo claramente, no tenemos ni puta idea. Dependemos 100% de la información que nos proporcionen estas señoras.

Y el alemán, tan avispado para algunas cosas, no ha pillado esto. Por algún extraño motivo piensa que son amigas y trabajan en equipo, pero la realidad es que las tres aspiran a ser la única cabeza visible, y eso no puede ser. Así que pasa lo que pasa: en función de a quién preguntes, la respuesta es distinta. Se me ocurrió que preguntarlas a la vez podría ser la solución, pero tampoco. Automáticamente empiezan a discutir como gallinas locas y se olvidan de ti. No responden. 

Como podéis imaginar, las reuniones con el alemán son un circo. Como cree que se llevan bien y ellas están interesadas en mantenerle engañado, priman las sonrisas y el amor universal.  Hasta que una interviene. Justo entonces se acaba el amor. Si las otras pueden contradecirla y argumentar en contra, lo hacen. Aplican una compleja política de alianzas que varía en función de su conveniencia, pero siempre suma dos contra uno. De modo que no hay decisiones unánimes y siempre alguna se lleva una mano de hostias. Y mientras tanto en las sucursales flipan con nosotros porque según el día contamos cosas distintas. 

El caso es que este tema tiene un punto dramático. Porque cuando el alemán no las ve lo pasan mal, con llantos y mucho llevarse la mano al corazón. Incluso la Hare Krishna ha estado al borde del desmayo en una ocasión. Pedazo de arpías. Menos soponcios y más profesionalidad, please.

Doy por confirmada mi teoría de que las mujeres pueden ser perversas de cojones. Además puntualizo que no me gustan los rebaños, porque peor que el propio rebaño es tener varios perros pastores empujando cada uno hacia un lado. Al final te quedas en medio y te llevas la hostia del pastor.

Y para el alemán: tres estrellas en el mismo cielo pesan demasiado. Que lo sepas.

martes, 1 de mayo de 2018

Fermentación estomacal


Se ha hecho la luz. Casi sin darme cuenta he pillao la táctica para ligar. Consiste en ir a discotecas con el jersey en los hombros, el cubata firmemente sujeto y entrar a las tías contando lo importante que eres.  ¿Que cómo me he enterado? Pues como va a ser… a través de Borja Mari, el despreciable trepa que se sienta a mi derecha.
Aunque no estoy seguro de si lo he mencionado antes, quiero aclarar que el enano es soltero y sin compromiso. Además creo que le mola todo lo que se sostenga sobre dos patas, sea carne o pescado. De hecho a veces parece que pierde más aceite que la furgoneta de los Locomía.
Y coño, que en el fondo no me extraña lo que he visto hoy, cuando el cielo me ha regalado la oportunidad de ver un patético intento de ligar. Para los que tenéis la suerte de no conocerle, os aporto una ayuda para entender su personalidad.

He publicado este post casi en tiempo real. He radiado lo que sucedía a mi lado, todo en presente salvo la necesaria revisión de errores. 
Estaba en mi mundo cuando ha bajado una compañera para tratar un tema con el individuo que medra a mi derecha. He abierto el blog y me he puesto a escribir. No quería perder la oportunidad de plasmar mis sensaciones. Lo que más me ha llamado la atención ha sido que mi despreciable vecino ha sufrido una rápida mutación y le ha cambiado la voz. Hablaba bajito poniendo voz ronca y gesticulaba con las manos como si abanicase el aire. Muy expansivo en los gestos. Y joder, menuda sarta de tontadas que se ha soltado. Algunas perlas:

- He decidido que España esté en este Workstream.
- No pienso gastarme el presupuesto en esas cosas.
- Ya le he dicho a XXXX -la directora mundial del área- que me dé personal y yo se lo hago.
- He encontrado una empresa en Suiza que me puede servir. Estoy gestionando la compra, pero no está bien integrada en redes sociales.
- En el próximo Roundtable le diré a la gente de Western Europe como hacerlo.

Así que ya sé como se liga. La pobre mujer ladeaba la cabeza como si no supiese si creerle o no. Supongo que incluso ya le habrá pasado a la impresionada compañera su teléfono en un papelito, porque no es para menos. Se acaba de enterar de que las decisiones relevantes para Europa Occidental las toma un enano con chepa que trabaja en un sótano. Soltero de toda la puta vida y permanentemente escaso de talla e intelecto, pero importante de cojones. Si le escucha la jefa le suelta una hostia que le hacer átomos. Porque ni tiene atribuciones ni permiso para gestionar esas cosas, pero aprovecha que la jefa está de baja para contar soplapolleces.

Y si dejamos a un lado lo de ligar, lo que mola es leer entre líneas la parte estratégica de lo que ha hecho el enano, eso de ir de amo del universo. Mañana vuelve mi jefa de su baja por maternidad y querrá sus galones de vuelta. A lo mejor todavía no lo sabe, pero ahora los lleva el enano y no le va a resultar fácil recuperarlos. Si no me echan antes disfrutaré desde la barrera de los empujones por ocupar el trono del departamento. Será una guerra envuelta en sonrisas, pero se sacarán los ojos por figurar delante del alemán.

En conclusión, que con esto de la reconversión del banco a lo mejor me echan a tomar por culo, y sin embargo no estoy muy preocupado. Tanto MBA y tanta leche, he llegado a la conclusión de que si me echan me compro un taxi y me pongo a conducir por ahí. Lo bueno de estudiar es que te permite conocer lo que quieres hacer y lo que no, y a estas alturas tengo muy claro lo que NO quiero hacer. Sé que no está el horno para bollos, pero salir de aquí tampoco es tan grave. Aquí, el de mi derecha, el del botijo, el intelectual de cercanías, sigue haciendo que me fermente el estómago cuando le miro. Y qué coño, también cuando no le miro.

Que vivan los taxis.

domingo, 15 de abril de 2018

Ginguay

Un día cualquiera a las 9 de la mañana. Reunión con un departamento llamado “Customer Insight”. Por nuestra parte estamos convocados Luisito, Borja Mari y yo. Por la otra, una compañera y su jefe. Este último no ha llegado aún porque el horario le coincide con otra reunión. 

 A las 9.20, la reunión está en marcha, pero Borja Mari aún no ha llegado. Sigue en su puta casa pese a vivir a 300 metros del curro. Luisito, avergonzado, le llama al móvil y el enano nos honra con su presencia a eso de las 9.35. 

Llega despacio, con desgana. Se sienta junto a Luisito, saca el móvil y se pone a hurgar en Twitter. No hace ni caso a la compañera. Ni siquiera disimula. Con un par.

Diez minutos más tarde Luisito y yo seguimos escuchando a la compañera mientras el enano juega con el móvil sin levantar la vista. Pero ¡¡¡milagro!!! todo cambia cuando aparece el jefe, un ciudadano del Este con un acento que recuerda al de Michael Robinson. La compañera se calla para dejarle la voz cantante, el puto enano se endereza, guarda el móvil y entrecierra los ojos escuchando al señor importante.

Se produce este diálogo:

- Hemos determinado que existen dos perfiles de cliente: los menores de treinta años con perfil técnico y los mayores de esta edad, que funcionan de otra forma – dice el jefazo con su acento soviético.

- Es curioso. Eres la segunda persona que me habla de “Ginguay” –dice el enano mientras pone morritos y asiente con la cabeza de medio lado.

Luisito y yo nos miramos. El jefazo sigue con su discurso como si lo hubiese entendido, pero se ha quedado como nosotros.

¿Sabéis qué es “Ginguay”? Es “Gen. Y” pronunciado en inglés. En castellano y sin abreviaturas “Generación Y”, o en sencillo, los señores que tienen entre veinte y treinta años. ¿Se puede ser más gilipollas? Es de una estupidez tan sublime, tan superlativa, que llego al éxtasis cuando oigo estas cosas.

Un rato después del éxtasis, llaman al señor del Este y se tiene que ir sin terminar la reunión. El enano se reclina en la silla, vuelve a sacar el móvil y a distraerse con sus memeces. Cinco minutos después se levanta y dice que se tiene que ir a preparar otra reunión. Nos volvemos a quedar Luisito, la compañera y yo.

El episodio final tiene lugar a última hora de la mañana. Mi jefa vuelve por aquí y nos comenta -a Luisito y a mí- que Borja Mari ya le ha contado lo que se ha tratado en la reunión…
Manda huevos. Otra vez.

miércoles, 11 de abril de 2018

Viva mi padre

Dedicado a un jefe alemán que tuve hace años. Una biografía paralela. Sin más.

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Todo el mundo piensa que soy alemán, pero qué va, soy de Valladolid, de un pueblo de cien habitantes tirando por lo alto. Mi vida actual es una labor de años y mucha concentración, pero he logrado mi objetivo. Lo que tengo me lo he ganado, aunque  en una vida como la mía te enredas tanto en tus mentiras que no puedes ni volver al pueblo.

Hasta los ocho años me dediqué a correr por el pueblo y pegarme con otros niños. Pero mi padre tenía un proyecto para mí: quería que triunfase y diseñó un plan para conseguirlo.

Tengo recuerdos difusos de esa etapa, pero aún veo a mi padre hojeando mapamundis y tomando notas. Por eso, cuando un buen día me dijo: “Hijo mío, tengo un plan para ti” no me extrañé demasiado. Me explicó que a los extranjeros les iba mejor que a los de aquí, y en consecuencia a partir de ese momento me convertía en ciudadano alemán. Así, por sus cojones, y por los de su amigo funcionario que consiguió un nuevo pasaporte con mi nombre en la primera página.

Según mi padre me hizo alemán porque no conocía a nadie que hablase ese idioma, pero creo que  podría haberme convertido en nacional de cualquier país que le hubiese venido a la cabeza. Una noticia en un momento inadecuado me podría haber convertido en afgano o mongol, pero hubo suerte y salió la bolita buena.

En definitiva, de un día para otro pasé de ser Tobias el Zote (así me llamaban en el pueblo), a Tobias Zotik, que según mi padre, tenía más empaque. Ese nombre se grabó en mi flamante pasaporte y desde entonces, en todos mis documentos. Mi nuevo yo.

Todo fue muy deprisa. Después de unas pocas charlas aleccionadoras, mi padre puso en marcha su plan: me hizo la maleta, puso dentro un diccionario hispano-alemán, unos folios con instrucciones de comportamiento y fechas concretas para cada cosa, y me matriculó en el internado de una ciudad lejana. Me convertí en un alemán que venía a estudiar a España.

Mi nueva personalidad me obligó a cortarme el pelo, teñirme de rubio y llevar gafas sin cristales, básicamente porque no las necesitaba. Pero lo más difícil de esos primeros meses  fue no hablar con nadie. Se supone que no hablaba castellano y no podía permitirme excepciones, solo podía gesticular y gruñir, costumbre que tengo grabada desde entonces. Aún hoy se me escapan gruñidos en algunas reuniones.

Reconozco que en el colegio no me fue tan mal. Los niños me respetaban porque era distinto a ellos, un poco exótico. Ellos eran morenos de piel oscura y yo rubio de piel clara. Me costaba un huevo que no me diese el sol, pero supe mantenerme blanco. Fui metódico: lo del sol venía en los papeles de mi padre, y como buen alemán, lo seguía a rajatabla.
Además, chapurreaba historias de mi pueblo en Alemania. No tenía la más mínima idea del nombre de ningún pueblo alemán, así que miré en el diccionario y elegí uno de los términos para la palabra mentira: “Unwahrheit”. Mi nuevo pueblo. Yo era de allí.

Los niños hacían corro cuando contaba historias de Unwahrheit. Resulta que en ese pueblo pasó su infancia Hitler, y acabó haciéndose íntimo amigo de mi padre. De hecho, era mi padrino. Aunque no le veía mucho, tenía entendido que mi padrino prosperó en la vida. Cuando se lo contaba a mis profesores me miraban ojipláticos, se daban codazos y cuchicheaban, pero nunca dijeron nada, supongo que por si acaso. 

Los años fueron pasando y aprendí inglés. Sólo inglés. Nunca he tenido ni idea de alemán, pero nadie lo ha notado. Aún hoy, no tengo ni puta idea. De vez en cuando compro una revista en alemán y hago que leo en voz baja. Emito sonidos guturales mientras paso el dedo por las líneas y todo el mundo parece muy satisfecho. No sé que pone, pero ellos tampoco. Estamos en tablas.

En los últimos años mi progresión laboral ha ido como un cohete. Enviaba un currículo, y en cuanto veían que era de Unwahrheit (estado de Baviera), me llamaban a la entrevista. Un hombre viajado y adaptado a una vida internacional tiene cabida en todas partes.
Manda huevos que nunca me entrevistaron en alemán. Bendita ignorancia española. Me he limitado a hablar un poco en inglés, que a priori es mi tercer idioma, y a cambiar las “r” por “g” cuando hablo castellano. Así que cuando digo “cuggiculum” quedo muy bien. Me pagan mucho dinego, y me guío mogollón cuando pienso en la panda de imbéciles para la que tgabajo.

Y aquí sigo. El provinciano de Valladolid que ocupa puestos de responsabilidad. Si les digo donde nací y quien es mi padre, no sería ni bedel. Pero soy germano, de Unwahrheit para más señas, y me tienen en cuenta. Y me pagan de cojones, aunque el que se merece la pasta es mi padre, más listo que toda esta panda de consultores ignorantes.

¡¡¡Que viva mi padge!!!

* - El señor Zotik fue mi jefe. Y es alemán. O eso dice.

jueves, 8 de marzo de 2018

Cisnes de colores

Estoy dándole vueltas al caos de mi empresa. Debería ir viento en popa, pero se cae a trozos. Me jode porque en un banco hay poco que inventar y todo se ha hundido por una generación de incompetentes cuya ignorancia sólo es superada por su presunción. 

Gestionar este negocio es sencillo. No hay que modificar sistemas que funcionan para incorporar vuestras brillantes ideas, basta con dejar las cosas como están. Los procesos simples como la respiración o la digestión funcionan mucho mejor que vuestros sistemas revolucionarios. Vuestra incompetencia nos ha traído hasta aquí, pero creedme, un hormiguero no necesita listos como vosotros para encontrar el camino. La colaboración basta para encontrar la mejor ruta.

Lo peor es que estáis convencidos de que sois la solución y no el problema. Dice Nassim Taleb en El Cisne Negro que los humanos somos víctimas de una asimetría en la percepción de los sucesos aleatorios: atribuimos los éxitos a nuestras destrezas y los fracasos a sucesos externos que somos incapaces de controlar. Estoy de acuerdo en lo esencial con el amigo Taleb, pero en vuestro caso la asimetría es mayor. No sólo apuntáis los éxitos propios a vuestras destrezas. También los ajenos. Si algo en lo que participáis sale bien, es gracias a vosotros. Y si no intervenís y sale bien, también es gracias a vosotros. Qué habéis aportado es lo de menos, ya se os ocurrirá algo. Mientras tanto os subiréis al carro para contar que vosotros, y sólo vosotros, habéis llevado las riendas que conducen al éxito.

Sin embargo, los fracasos tienen algo en común: nunca estáis implicados. Si una iniciativa es un desastre, es culpa de otros, cosa de plebeyos ignorantes en los que se proyectan todo tipo de vicios laborales. No han sabido entenderos, no han comprendido vuestra genialidad. Los consultores y ejecutivos agresivos sois almas piadosas encargadas de señalar el camino recto a trabajadores descarriados.

Tenéis un extraño concepto de la empresa. El éxito es sólo vuestro, pero socializáis el fracaso. Los errores son de todos, por no decir exclusivamente ajenos. Y mientras vosotros os dais palmaditas en la espalda celebrando tanto éxito, nuestro trabajo pende de un hilo. Me jode que juguéis a la ruleta rusa con mi cabeza y mis balas. Porque si me pegáis un tiro, la culpa no será vuestra por apretar el gatillo, sino mía por estar delante del cañón, ¿verdad?.

sábado, 31 de diciembre de 2016

Enfermo de amor

Dice Gabriel García Márquez que “cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre.”

Mira que lloré al nacer mi hija, pero cada día la quiero más, la necesito más.

Estoy enfermo de amor.

Bendita enfermedad.

jueves, 23 de octubre de 2008

Previo

La siguiente historia puede ser ficción. O no.
Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. O no.

En (casi) ningún momento se ha querido equiparar el ilustre ejercicio de mi trabajo con este texto.
Tras las recomendaciones, disfruta del relato. 
Fue escrito hace años y lo he ordenado cronológicamente para que sea más sencillo de leer.


miércoles, 22 de octubre de 2008

Introducción

Otro palito horizontal. Con este tacho otros cuatro verticales y van ¡¡¡¡60!!!! Increíble. Ha dicho “yo” 60 veces en menos de una hora. Para alguien así la existencia de otros es anecdótica. Yo, mi, me, conmigo.

Esto que os cuento ha pasado en una reunión con proveedores. Y la cuenta es real. Los pobres han venido a presentar un estudio y al final nuestro protagonista ha monopolizado la conversación babeando tonterías mientras la palabra “yo” se le caía de la boca permanentemente.

Aunque seguro que imagináis de qué hablo, mejor os lo cuento. Hablo de mi trabajo, que por mucho tiempo fue sitio tranquilo, con mucho y muy variado que hacer. Trabajar en equipo siempre fue un requisito aquí.

La cosa se jodió cuando mi jefa -de la que más adelante daré detalles- pensó en ampliar plantilla y al poco apareció el que será nuestro protagonista: Críspulo. No es su nombre real, pero le ajusta.

Intentaré perfilarle antes de entrar en materia.
¿Cómo es? Desagradable, con un matiz sombrío. Tiene un look mezcla de conductor de kundas y de cantante de hotel. Mide metro y medio y se desliza como husmeando el aire. Una alimaña erguida.
Su mirada es desafiante, con un brillo traducible acompañado de una sonrisa torcida y cínica. Un conjunto que lleva a concluir que nunca le comprarías un coche usado.
Lleva traje, pero le sienta regular. No sabría definirlo, pero es como si hubiese dormido en el coche.

Sus manitas son porcinas. Suele utilizarlas para girar compulsivamente un bolígrafo.
Y habla raro. Viene del Sur y tiene dos acentos, uno para todo el mundo que suena tan nítido como el castellano de Valladolid, y otro de andaluz gracioso (pisha, quillo…) que usa cuando le interesa, lo que sucede demasiado a menudo.
Para rematar, está convencido de poseer una infinita sabiduría en todas las artes y ciencias, sin excepción. Un artista del Renacimiento encerrado en una oficina. Y claro, tanto saber en tan escasa anatomía tiene consecuencias: se percibe más listo que los demás y se permite dar opiniones constantemente, sobre todo de aquello que no comprende. Opiniones por supuesto no solicitadas.

A su favor debo decir que aprende deprisa y que tiene cierta simpatía si le tratas fuera del trabajo. El problema es que trabajo con él y no le trato fuera. Es como los leones del circo. Si estás fuera de la jaula entretienen, pero si estás dentro es distinto, apetece guardar distancia.

Aquí empezamos. De eso va esto. De mis penurias junto a Críspulo, que ya intuía que serían unas pocas.

Ponga un trepa en su vida y tendrá algo de que hablar.

martes, 21 de octubre de 2008

Un "No" molesto

¿Existen los trepas? Me ha dado por mirar qué se cuentan en la Real Academia y sí, parece que sí. Uno de los significados de la palabra trepar es “elevarse en la escala social ambiciosamente y sin escrúpulos.” Es curioso que escrúpulo suena un poco como Críspulo, aunque hay una enorme distancia entre sus significados. También, por eso de los segundos diagnósticos, he consultado un diccionario de botánica y he visto que trepador es un término que se aplica a las plantas que "no pudiéndose valer de sí mismas para mantenerse enhiestas, se encaraman a cualquier soporte, como otra planta, un muro, un peñasco, etc."
Que sí, que existen.

Como contaba en el post anterior, Críspulo apareció casi por sorpresa un mes de Marzo de hace unos años. En mi caso había cierta suspicacia previa. Sabía que mi jefa estaba buscando a alguien en el mercado y lo mantenía en secreto. No mola eso de los secretos, sobre todo cuando pueden afectar a más de 8 horas diarias. Nos ocultó hasta el nombre de nuestro nuevo compañero una vez fichado. Algo raro se venía encima.

Y llegó el día de la incorporación. Como casi siempre, la jefa llega tarde. Suena el teléfono y escucho su desagradable voz pidiéndome que vaya a buscar al pieza. Joderrrrrrr, no había otro.

Subo al hall y allí está. Pequeño, enjuto, mirada de ojos entrecerrados. El traje que lleva es el que se pondría tu primo del pueblo en una boda. Lleva los pelos de la coronilla levantados. Así a primera vista me recuerda a Joselito, el niño ese de las películas, pero se intuyen rasgos de tiburón. Malas sensaciones con apariencia humana.

Saludo y pregunto qué tal, si se encuentra nervioso en su primer día. ¿Respuesta? NO. Sin más, sin coletilla de cortesía. Dicho con un pasmoso aire de suficiencia y volviendo la mirada después de decirlo. Me sentí un poco agredido. Un gesto de cortesía se responde con otro, o al menos se adorna con palabras. Pero no era el caso, había venido para demostrarnos algo y empezaba pisando fuerte. Le faltó mear en el hall para marcar su nuevo territorio.

Fuimos hasta el departamento sin cruzar palabra. El paseo es corto, pero se me hizo largo mientras observaba al nuevo inquilino. Hasta sus andares son porcinos. Anda con los cuartos traseros rígidos, patita delante, patita atrás, separando mucho las pezuñas a cada paso, como si estuviese escocido. Cuando te mira levanta las napias en un ángulo de 45 grados, queriendo ser más alto que tú con la punta de la nariz. Pero da igual, aunque salte seguirá siendo de reducido tamaño, una talla S. El brazo derecho lo lleva doblado en ángulo recto como si llevase una chaqueta colgada. Críspulo desprende un cierto aire marcial, aunque no llega a la estatura mínima para el ejército.

Llegamos al departamento y le presento a mi compañero. Saluda y se va. Recorre el departamento husmeando rastros. Como buen depredador descubre el olor de los jefes y se acerca a ellos. Se une a la manada e inmediatamente comienza a cruzar conversaciones sin presentarse a los plebeyos que trabajan en el departamento. Parece que los jefes son los únicos con nivel suficiente para relacionarse con Su Alteza. Los demás, los que no tienen poder, no valen una mirada.

No recuerdo más de ese primer día. Creo que su “NO” rotundo y su aire sobrado fueron suficientes. Sólo recuerdo fogonazos del individuo arriba y abajo mientras mi instinto se alarmaba ante lo que parecía un niñato pelota y sin escrúpulos.

Os iré contando, pero mi teoría de los cinco minutos se enuncia así: cinco minutos son suficientes para saber si un libro nos gusta, una película nos interesa o una persona merece la pena. Conforme pasa el tiempo más científica me parece por las veces que la verifico. Y esta parece una ocasión más que adecuada para confirmarla.

Moraleja - Como decía Oscar Wilde, no hay una segunda oportunidad para una buena impresión.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Causas efectivas

Conozco dos formas de estar colocado. Una, con cosas que se beben o fuman, y otra referida al ámbito laboral. Por no entrar en terrenos pantanosos, hablaremos de la segunda. Mi abuela me enseñó que uno de los objetivos primarios de la vida era “colocarse" en una empresa. Y por como lo decía, implicaba mucho más que empezar a trabajar. Se trataba conseguir un trabajo para toda la vida, en el que pudieses empezar de bedel y jubilarte como director.

Aunque mi abuela ya no estaba para verlo, seguí su consejo y hace años conseguí colocarme en un banco. Tenía razón. Salvando algunas compañías despreciables –ya sabéis de qué/quién hablo-, una empresa de este tipo ofrece una solidez que ayuda a vivir tranquilo. Por eso he comprado un sitio donde vivir y tengo una hija preciosa.

Pero hoy estoy acojonado. Lo peor es que se veía venir: los Críspulos han pasado de ser la excepción para convertirse en la regla. Hay tanta preocupación por ponerse medallas que alguno parece un general ruso.

Y claro, tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. La causa-efecto ha llegado: mi adorada empresa quiere poner en la calle al 20% de la plantilla. Y me he acojonado.

Vivimos tiempos líquidos, en los que no hay certezas sólidas a las que agarrarse.
Esto se ha convertido en un campo de minas en el que si escuchas el rin rin del teléfono, puede sonar como el detonador de una bomba. Así que sigo agachado y sin moverme, esperando que sieguen por encima de mi cabeza.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Casualidad o Causalidad

¡¡¡Semana de puente!!! Miércoles festivo, por lo que toca jugar con los primeros o los últimos días de la semana para hacer una Semana Santa invernal. Mi jefa decide primero y se ha quedado con la segunda mitad   de semana para abandonar a sus hijos. Se va unos días a Miami con sus amigas. Cosas del instinto maternal, ¿no? Otro día profundizaré más, pero mi jefa es capaz de hacer complejos encajes de bolillos para no pasar tiempo con sus críos.
Mi festivo no transcurriría tan lejos. El Convenio nos permite irnos a las 15.30 antes de un festivo, por lo que me había asignado algunas tareas para esa tarde. En Madrid, para que quede claro.

Martes. Previo al festivo.

Madrugué para aprovechar el día. Curré un huevo, y cuando ya tocaba la hora de salida con la punta de los dedos, mi jefa preguntó si nos importaba tener una reunión por la tarde. ¿¿¿Qué si me importaba??? ¡¡¡Pues claro que sí!!! ¡¡¡Que me jodes mi tiempo libre!!!
Mis compañeros, empezando por Borja Mari, callaron como putas. Y yo, pringao como siempre, me callé porque en mi situación no puedo ser polémico. Así que mi jefa, encantadísima de conocerse, nos convocó de 5 a 6 de la tarde. Su improvisación me impidió ir a ver una obra que tengo en curso. Como cuando llegase ya se habrían ido los albañiles, no pintaba nada allí.
Pasé la tarde en el curro rezumando mala hostia y acordándome de mi jefa y ancestros. Porque no penséis que la reunión era  importante, no. Era una reunión “de departamento”, una estupidez que se convoca de vez en cuando para contarnos como van las cosas. Y claro, estos temas son mucho más interesantes fuera del horario laboral.

Miércoles

¡¡¡Al fin festivo!!! Duermo feliz y calentito. Algo suena. Parece mi móvil. Abro el ojo y compruebo que es de noche. Joder... cuando llaman a esas horas no es para nada bueno. Me levanto corriendo y cuando llego el teléfono ha dejado de sonar. Número desconocido. Deduzco que se han equivocado, pero por si acaso me llevo el móvil a la habitación. Suena otra vez. Y no, no se han equivocado. Es la vecina de debajo de la obra. Se la está inundando el piso y está sin luz. Caguen tó… Lleno de legañas me visto como puedo y salgo corriendo para allá. En el baño, un grifo chorrea sobre el suelo. Cierro el agua y bajo al piso de abajo. A la luz de las velas veo la chapuza. Y encima tengo que sonreír a la vecina y su hija, que tienen más ganas de lincharme que de abrazarme. Manda huevos.
A base de teléfono y buenas palabras consigo medio arreglarlo, pero he entrado con mal pie en la comunidad. Fijo que ya no voy a ser el vecino del año. Y mientras tanto mi jefa en Miami, tomando cubatas en la playa y mirando el paquete a algún negrazo.

¿Pero esto es casualidad o causalidad? Porque si es por casualidad, igual me toca la Lotería para compensar. No tiene pinta, la verdad. Demasiadas reuniones fuera de hora y pocas loterías. Será, entonces, causalidad. 

Pero, ¿a qué me refiero con causalidad? La causalidad dice que cuando tenemos el suceso A también aparece el suceso B, por lo que podemos llegar a la conclusión de que A causó B. Gráficamente sería así:

[A => B].  En mi caso, la idea es que si tengo la tarde libre, voy a la obra.

Además, el opuesto también debe cumplirse: cuando no hay B, tampoco sucede A. 

[No B => no A]. Si no voy a la obra, es porque no tengo la tarde libre.

Podemos incluso introducir más factores. Empecemos por un factor C.

[A => B =>C]

A) Mi jefa se va de vacaciones al día siguiente => B) Como se va de vacaciones, le importa tres cojones quedarse por la tarde  => C) Convoca una reunión por la tarde que me jode la visita a la obra.

Añadir más elementos lo hace más descriptivo. Sin salirnos de la exactitud matemática, partimos de que mi jefa pasa de sus hijos, y encadenamos con precisión una cadena de acontecimientos. Llegamos a esta estructura:

[A => B => C => D => E => F => G => H =>I]

La detallo:

A) Mi jefa pasa de sus hijos => B) Como pasa de sus hijos, prefiere estar con sus amigas  => C) Mi jefa se va de vacaciones con sus amigas =>  D) Como se va de vacaciones al día siguiente, a mi jefa le importa tres cojones quedarse por la tarde  => E) Como convoca una reunión por la tarde, mi jefa me jode la visita a la obra  => F) Como no visito la obra el grifo gotea toda la noche  => G) El goteo genera una inundación  => H) La inundación me ha jodido el festivo. A mis vecinos también  => I) Como les he jodido la casa y el festivo, mis vecinos me odian.

Así que mis vecinos me odian (punto I) porque mi jefa pasa de sus hijos (punto A). Aplicando la lógica inversa, si mis vecinos me quieren (inversa de I), mi jefa querrá a sus hijos (inversa de A).

Como padre que soy estoy convencido de que mi acción debe dirigirse a que los niños reciban más cariño. Actuaré. Y lo haré apoyado en la evidencia matemática. He decidido invitar a unas cañas a los vecinos afectados por la obra. La demostración de arriba me dice que cuando brindemos mi jefa dejará de mirar el paquete al negro y empezará a pensar en sus hijos. Y que cuando por mi lado lleguemos a los cubatas, por el suyo notará morriña y echará de menos a sus hijos.

Siguiendo con las matemáticas, me resulta triste comprobar que el cariño no es conmutativo. El orden de los factores sí altera el producto. El amor de los hijos es incondicional y no es afectado por el orden. Siempre tiene el mismo valor. Sin embargo el de los padres puede depender de los planes con los amigos. Si hay plan, el cariño de los hijos suma menos.

sábado, 23 de agosto de 2008

Febrero y Orwell



El dinero no da la felicidad pero ayuda a buscarla en lugares más interesantes.



Febrero. Mes de revisiones salariales y bonus. No releo lo que escribo –porque lo borraría-, pero estoy seguro de haber mencionado en algún sitio lo de mi salario. ¿Que no? Pues lo repito. Somos 5 incluyendo a la jefa, y mi sueldo no llega a la mitad que el de cualquiera de mis compañeros. Y me jode. Mucho.

Aquí solo vengo por pasta. Me importan tres cojones las mierdas corporativas, los objetivos estratégicos y las palancas de acción. ¡Ah! y también odio los trepas de escalafón, esos cretinos que tanto daño hacen en cualquier empresa. Por eso y por alguna cosa más que me dejo en el tintero, puedo prometer y prometo que si me toca la primitiva no vuelvo en la puta vida. Hasta entonces, vengo por dinero. Como los demás, pero por menos.

Cuando llegue la reunión de revisión me arderá el estómago mientras sonríen contando que soy muy simpático, y que me aprecian mucho. ¡¡¡Qué cuento más bonito!!! Se me saltarán las lágrimas al visualizar los arco iris y los duendes cogidos de la mano... y luego me acordaré de la verdad. Que mi profesión me gusta, pero oigan, que tengo la mala costumbre de querer pagar mis deudas y tener una vida acorde con la de mis compañeros. Y eso no lo consigo ni con vocación ni con cariño. Y aunque algunos parezcan no saberlo, las tiendas rechazan esos valores como forma de pago. Sólo aceptan dinero. Así que sólo me vale la pasta como retribución. Como a mis compañeros. Como a todos. 

Por eso en Febrero se me infla la vena del cuello. Durante las vacas gordas sólo me subieron el variable -poco, además- y ahora, durante las vacas flacas, ni el fijo ni el variable. El puto trepa enano que repta por el departamento, que no sabe lo que es currar antes de las 10 de la mañana, me dobla con amplitud el salario. También el resto de compañeros. Y cada vez que lo pienso se me pone una mala sangre que pa qué... Va a ser que en el boxeo y en mi oficina, al contrario que en el fútbol, cuanto más malo eres, más cobras.

Que sí, que a lo mejor no merezco ganar lo mismo que ellos, pero la diferencia no puede ser tan grande. Que en los últimos 4 ó 5 años no me he acercado al resto de mis compañeros. Es injusto y me jode que la igualdad en mi departamento sea de tipo orwelliano, con unos son más iguales que otros. 

No me reconcilio con esta realidad. Lucho por cambiarla, pero conociendo los antecedentes, sólo me consuela  saber que Febrero tiene 28 días. 

domingo, 3 de agosto de 2008

Parpadeos


Sigo con mi rollo experimental. En el curro me engañan, sobre todo mi jefa, por lo que he investigado si hay algo que me permita saber cuando me miente.
Lo hay.

Cuando mentimos parpadeamos menos que cuando decimos la verdad. Está documentado que al mentir se genera una mayor demanda cognitiva, lo que se asocia a una disminución del parpadeo. Y una vez que la mentira se ha contado, se da un aumento del parpadeo. En pocas palabras, que un mentiroso fija la vista sin parpadear hasta que termina de mentir. Y luego se relaja y parpadea.

El método que se siguió para verificarlo fue estudiar el comportamiento de 13 personas que tenían que mentir y de otras 13 que no mentían en un total de tres períodos. El período en el que debían mentir se denominó período crítico, y se grabaron para su análisis los parpadeos durante los tres periodos. 

El patrón de comportamiento en las personas que mentían era notablemente diferente al de quienes decían la verdad: los que mentían mostraban una disminución de parpadeo en el período crítico comparado con los períodos en los que decían la verdad, en los que se observó un aumento considerable de parpadeos. 
El otro grupo, el que decía la verdad, mostraba un aumento de parpadeo durante el período crítico. Parpadeaban al decir la verdad, justo lo contrario que los mentirosos.

El porqué de todo esto hay que hilarlo con otros estudios previos, como el de Holland y Tarlow en 1972, en el que comprobaron que se parpadea menos cuando se memoriza un número de 8 dígitos que cuando se memoriza uno de 4 en el mismo plazo de tiempo. 
Mentir es cognitivamente más exigente que decir la verdad, y lo mismo sucede cuando se memoriza. La mentira daría lugar a una disminución del parpadeo, y una vez que se ha dicho la mentira, se produce un descanso en la demanda cognitiva que desemboca en un aumento de parpadeo. Mentir es complicado porque hay que preparar una historia y controlar que la está creyendo el observador. Además, los mentirosos deben recordar sus declaraciones anteriores para que parezcan consistentes cuando vuelven a contar su historia, sabiendo qué contaron y a quién. 

Si buscamos una conexión con situaciones reales, probablemente la más clara esté en el ámbito policial. Por lógica los entrevistados en estas situaciones tienen una fuerte motivación para hacer creer que su coartada es real. 
Los análisis de entrevistas reales de la policía con sospechosos indican lo mismo, que la mentira exige un esfuerzo mental extra sobre decir la verdad. En los interrogatorios de policía, las mentiras estaban acompañadas por disminución del parpadeo, aumento de pausas, y disminución en los movimientos de manos y dedos, todo ello signos de carga cognitiva. Lo mismo que en los experimentos, vamos.

Pero, ¿y los que dicen la verdad? ¿Parpadean? Pues resulta que los que decían la verdad también mostraron un aumento de parpadeo, pero durante el periodo crítico y no en los otros dos períodos. Este aumento no estaba previsto, pero puede explicarse en términos de ansiedad. 

Flipé con la idea. Podía leer la mente de mi jefa. Me planté delante de ella y hablamos. La miré fijamente a los ojos para percibir cuando me mentía. 

Ya tengo conclusiones. Me cago en sus gafas de sol.

* - Para más información, se trata de una investigación realizada por Sharon Leal y Aldert Vrij en la Universidad de Porstmouth