Aquí sigo. No tengo ganas de dar detalles, pero sigo en el mismo departamento de mierda, y además un piso más abajo. Me deleito con un pasillo a mi derecha, mi jefa a la izquierda, y lejos, muy lejos, un patio gris con tan poca luz que no sé ni el tiempo que hace.
El departamento que me acoge -aquí soy como un hijo ilegítimo- terminó un proyecto. No participé, como es costumbre, pero lo iban a comunicar en la revista de la empresa para darle bombo. ¡Ah! y casi se me olvida. El reportaje incluía foto. Pensé, con mi habitual candidez, en una foto tirada con un móvil, algo sencillito para cubrir el expediente.
Iluso de mí.
Iluso de mí.
Lunes. 9.30 de la mañana. Aparece Borja Mari. Elegante. Pelo recién cortado. Y moreno. Mucho. Como si se hubiese dado una sesión de rayos UVA.
Minutos después llegó una capa de maquillaje tras la que me aseguraron que se encontraba mi jefa. Maquillada como si fuera a matar a Batman, vamos. Con traje, joyas y un intrusivo perfume.
Y a las 10, la sorpresa. Una individua del departamento de comunicación acompañada de un fotógrafo con una cámara que parecía un arma de destrucción masiva. ¿¿¿Tanta parafernalia para una foto de mierda???
La jefa había anticipado que la foto debía representar la tecnología que utilizamos, así que pedimos prestados unos cacharritos: un iPad, un par de tablets baratas y unos móviles. Todo mediocre salvo el cacharro de Apple. Supongo que esa fue la razón por la que al aparecer el fotógrafo Borja Mari esprintó hasta el iPad y lo agarró con las dos manos. Lo quería para él solo, por eso del tonto y el lápiz. Mi jefa miraba con cara de mala hostia, pero aguantó callada.
Nos llevaron a una sala elegante presidida por el logo de la empresa. Mientras el fotógrafo preparaba su equipo, comentó que el elemento más visible de una foto es siempre el del centro. Y claro, se desencadenó la acción: mi jefa y Borja Mari corrieron hasta el centro del logo. Llegaron a la vez y se pusieron tan juntos que se tocaban hombro con hombro. El enano hacía que leía el iPad mientras mi jefa miraba hacia otro lado. Como si no fuese con ellos. Después de unos segundos empezó una lucha a culazos. Mi jefa, gorda como un camión, no era capaz de desplazar al enano, que con menos carnes que una bicicleta se contorsionaba esquivando culazos. Disfruté del bochornoso espectáculo. Parecían cerdos peleando por bellotas.
Ganó Borja Mari. Por duplicado: se quedó en el centro de la foto y con el iPad en las garras. Babeaba de felicidad el cabrón. Entretanto, mi jefa sonreía a la cámara y echaba rayos por los ojos.
El fotógrafo decidió hacer una foto más: esta vez sentados en una mesa dejando los cacharritos en medio. Así que fuimos a una sala con una mesa grande. Borja Mari y mi jefa giraban lentamente alrededor de la mesa mientras el fotógrafo preparaba el material. Esperaban conocer la orientación de las fotos para coger el mejor sitio. Por eso, en el preciso instante en que el fotógrafo levantó la cámara, se sentaron en el centro de su campo visual. Juntos de nuevo. Silla contra silla. Pero esta vez mi jefa, picarona ella, extendió la mano hasta el iPad y lo arrastró a su vera. Mientras lo acariciaba y hacía como que lo usaba, miraba a Borja Mari con ojos entrecerrados. Ahora babeaba ella y el puto enano estaba fuera de sí, derrotado sin luchar. Rabioso, se levantó y cogió otro cacharro mientras miraba envidioso a la jefa. Y así quedó plasmado en una foto que no me atrevo a publicar.
Y es que si los trepas volasen, no se vería el sol.