miércoles, 22 de mayo de 2024
Mensaje en una botella
sábado, 18 de mayo de 2024
Los botones de la camisa
Subí a su casa nervioso. Un ramo de flores adornaba mi mano derecha mientras tocaba el timbre. La puerta se abrió y allí estaba ella, tan bonita como siempre, con esa sonrisa que tanto me gusta y que dejaba entrever felicidad. Nos abrazamos fuerte, con el cariño a flor de piel. De fondo, sonaba música tranquila que ella había elegido.
Me enseñó su casa, tan personal y bonita como ella. Rincones
cuidados, adornados. Todo impregnado de su aroma, de su deliciosa presencia. Una terraza luminosa llena de plantas cuidadas con esmero.
Tomamos unas copas mientras reíamos a carcajadas. La
complicidad hacía que cada conversación y cada tímida caricia fueran sencillas.
Se sentó sobre mis rodillas y pude acariciarle la cintura. Y, al fin, besarla.
Volví a ese beso de los 14 años en el que el alma se te escapa entre los
labios. Porque, joder, la quiero. Eramos dos y ahora uno.
Desde ese momento todo fueron caricias y risas. Amor
brotando a borbotones en cada palabra. Nos alimentamos mutuamente con las
manos, alternando bocados con besos. Ella me acariciaba bajo la camisa mientras
yo disfrutaba de sus firmes pechos.
Y al final, la cama. El lugar en el que siempre quise estar
y del que ya no quiero salir. Hicimos el amor con cariño y ternura, notando
nuestras pieles y disfrutando de largos abrazos. El destino nos había traído donde
siempre debimos estar. Pasamos horas
tumbados, acariciándonos, hablando e interrumpiéndonos en casi todas las frases
con besos incontrolados. Hablamos como sólo pueden hacerlo los que se aman de
verdad.
Nos vestimos entre risas buscando la ropa por el suelo de la
casa.
Y allí, en ese momento, robándonos besos el uno al otro mientras acariciaba su cintura y ella me abotonaba la camisa, supe que era ella. Que la quiero con toda mi alma. Que ella es el sitio al que siempre me dirigí.
Te haré
café, te despertaré con caricias y me ayudarás a abotonarme la camisa mientras te interrumpo con besos. Nos
daremos más felicidad de la que podamos soñar.
Porque mi mundo está allí. A tu lado, mi amor.
Te quiero.
jueves, 16 de mayo de 2024
Amanecer
Para la estrella más bonita de mi cielo.
Amanece el sábado. La noche anterior habían caído rendidos tras la locura del día: trabajo, recados, compras. La casa sin recoger... Él se levanta primero. Prepara café. Observa el amanecer mientras toma un vaso de agua fría. La mira. Destapada. Desnuda. Respira profundamente. Hermosa.
Contempla cómo el sol viste su piel en tonos dorados, rosas, naranjas y, al final, en un amarillo intenso cuando termina de salir por el horizonte. Ella se gira y se estira, ocupando toda la cama para ella. Un espectáculo para sus ojos. Ya no hay amanecer, solo existe ella.
Inundados por el aroma a café, la besa con mucha suavidad. Ella, adormilada, abre sus ojos levemente. Lo mira. Le besa. Le acaricia.
— Te perdono, porque hueles a café —dice con esa media sonrisa que tanto le fascina—. Baja un poco la persiana, que entra mucha luz... —le pide.
Él lo hace. Regresa. Besos.
Él la besa por detrás. Su cuello. Su debilidad. Mordisco, lengua, beso. Ella se estremece. El olor a café se mezcla con el de sus cuerpos anhelando pasión. Derretidos, se palpan y se disfrutan hasta ser un solo cuerpo.
Ducha. Él va a la cocina y calienta el café. Lleva las tazas al dormitorio. Ella lo mira. Sonríen. Y tras un primer sorbo de café, se besan. Se miran de nuevo. Y se susurran a la vez:
— Te quiero... —
miércoles, 27 de octubre de 2021
Rayas en el suelo
Piensa en esa galleta que mojas en el café y cuando estás a punto de llevarla a la boca se rompe, cae y te salpica dejándote con la boca abierta y la camisa llena de lamparones.
Bien, esa galleta es mi trabajo: siempre cerca de algo dulce, pero con un final invariablemente sucio. Supongo que ahora podrás entenderme, al menos un poco.
Joder, que estoy en edad de ponerme gafas para elegir el vino y todavía me las cuelan por la escuadra. Alma de cántaro… Vuelvo a salpicarme una vez y otra con la puta galleta.
Admito haber tenido unos años de paz, sólo enturbiados por algun@s trepas que molestaban lo justo, pero en definitiva años de paz y tranquilidad. Eso sí, palito a palito nuestros ambiciosos amigos se fueron haciendo un nido cerca de la jefa. Aunque insisto, no molestaban mucho. Tan poco que llegué a pensar que el equilibrio era para siempre.
También reconozco que con el tiempo la jefa dejó entrever algún detalle feo, siempre atendiendo a los habitantes de los nidos antes que al resto, pero no le di mayor importancia. Tonto que soy. Y digo tonto porque tengo motivos. Me explico: nuestra abeja reina ha organizado un viaje con “Team Building” y polladas de esas. Y hasta hoy siempre hemos ido todos. Aclaro "hasta hoy" porque esta vez ha sido distinto.
La jefa ha salido del despacho para trazar una raya en el suelo que ha partido el departamento en dos: a un lado los que van (el 70%) y al otro el resto, los que no. Sin criterio nítido. Ni escalafón, ni antigüedad, ni nada: simplemente los que molan y los que no. Podía maquillarlo con alguna excusa, pero pa qué. Con la raya quería transmitirnos algo, pero la claridad del gesto es tan brutal que produce vergüenza ajena.
Estoy fuera. No me apetece ir -y menos con algun@s de ellos-, y aún así jode que te lleven a empujones al montón de los tontos. Que soy un paria ya lo sé, coño. Pero señalándome así, poniéndome el índice entre los ojos, toda la caja de galletas se acaba de estampar en el café. Otra vez, pero de forma aún más violenta.
¿Soy un gilipollas? Pues claro. El enésimo final sucio y me sigo sorprendiendo. No sé si llegaré a aprender la lección, pero visto lo visto deduzco que no. Por eso soy gilipollas, porque ando en círculos y no me doy cuenta. Soy gilipollas en mayúsculas cada vez más grandes.
Que si, que sin duda la raya tiene algo de lógica de colmena. Que la jefa se lleva su enjambre de pelotas: visitantes habituales del despacho, reidores de gracias, etc. Lo fácil. Gente zumbando a su alrededor que le recuerda lo guapa y lo lista que es. Pero aún así, duele. Nunca me han gustado los desprecios, y con los años no mejora. Me siento un poco triste.
Así que aquí me tenéis, rodeado de individuos arrastrando maletas que nos miran condescendientes desde su lado de la raya. Recuerdan a los niños bien del instituto: calibrando de arriba abajo a los más humildes. Pues hala, buen viaje. Y cuidado con los aguijones, que hay muchos y esas reuniones tienden a convertirse en camas redondas de picotazos.
Se ha hecho el silencio. Los importantes ya se han pirado y quedamos unos pocos trabajadores grises aislados tras nuestro particular muro de Berlín.
Apoyo la cabeza en la mano y observo los puestos vacíos. Me doy cuenta de que siempre enfoco mal. Que si justicia, que si merecimiento… que esto es puta la jungla, joder!!!
Porque si te persigue un león y eres una cebra, no es necesario correr más que el león, sólo más que otra cebra. E incluso puedes empujarla atrás.
Todo vale para triunfar. Sin excepción.
viernes, 24 de septiembre de 2021
Donde la dignidad comienza
Hoy la curiosidad me ha llevado a un texto que me ha emocionado. Y hostia, me ha gustado tanto que quiero compartirlo con vosotros.
Todo comienza en una pintura de Banksy, que dejo al final del texto para no anticipar la lectura. El dibujo, con la habitual genialidad del grafitero, representa un extracto del diario del teniente coronel Mervin Willett Gonin, uno de los soldados británicos que liberó el campo de concentración de Bergen-Belsen en 1945.
El diario nos cuenta: "Me es imposible describir de forma adecuada el Campo de Horror en el que mis hombres y yo pasamos el siguiente mes de nuestras vidas. No era más que un páramo, tan pelado como un gallinero.
Los cadáveres estaban por todas partes, algunos en gigantescas pilas, otros yacían solos o en parejas allí donde hubieran caído. Nos llevó un tiempo acostumbrarnos a ver cómo hombres, mujeres y niños se desplomaban al pasar junto a ellos y contenernos para no acudir en su ayuda. Pero no era fácil ver a un niño asfixiarse hasta morir; se veía a mujeres ahogándose en su propio vómito por estar demasiado débiles para darse la vuelta, y a hombres comiendo gusanos mientras agarraban un trozo de pan simplemente porque habían tenido que comer gusanos para sobrevivir y ahora apenas veían la diferencia".
Fue poco después de la llegada de la Cruz Roja Británica, aunque quizá no tuvo ninguna conexión, que también llegaron una gran cantidad de lápices de labios. Eso no era lo que nosotros queríamos, estábamos pidiendo a gritos cientos y miles de otras cosas, y yo no sabía quién había podido pedir esos pintalabios.
Ojalá lo supiera, porque fue la acción de un genio, pura y simplemente brillante. Creo que nada hizo más por esos internos que los lápices de labios. Las mujeres se tendían en la cama sin sábanas y sin camisón, pero con los labios rojo escarlata, las veías vagando por ahí sin nada más que una manta sobre los hombros, pero con labios rojo escarlata.
Vi a una mujer muerta sobre la mesa post mortem que tenía agarrado en su mano un trocito de pintalabios. Al fin alguien había hecho algo por convertirlos en personas de nuevo, ellos eran alguien, no un mero número tatuado en el brazo.
Al fin podían volver a interesarse por su aspecto. Esos pintalabios empezaron a devolverles su humanidad.”
Qué terrible y qué bonito a un tiempo.
jueves, 2 de septiembre de 2021
Medias verdades
martes, 6 de julio de 2021
El Mercedes antiguo
En fin... que no. Que ni Dios ni leches. Me han mandado un candidato que conoce a no sé quién. Ha saltado todos los filtros de una tacada y aquí está, en la entrevista definitiva.
Me cuesta no prejuzgar. Imagino un niñato con aires de triunfador, de yuppie o algo así. Veintitantos tiene y se ha calzado perfiles mucho más potentes porque conoce a alguien. Estoy de una mala hostia que no veo porque al final se queda tras la puerta el que sabe y se la abrimos al que tiene contactos. Puta vida.
Le veo acercarse por el parking. Es alto y desgarbado y anda como un pistolero en una emboscada. Presenta una estudiada imagen de intelectual: traje arrugado, barbita, gafas de pasta. Hasta aquí, todo previsible.
Bueno, al tema, que llama a la puerta.
Saluda sin ganas, se sienta sin permiso y me mira casi desafiante reclinado en la silla. Ufffff. Mal empezamos.
Hablar con él es un coñazo. No se calla ni debajo del agua y me pone nervioso con su sonrisita obsequiosa y palabrería pedante. Usa un gesto que se nota ensayado ante el espejo: saca morros y achina los ojos, haciéndose el concentrado. Asiente lentamente con la cabeza ladeada. Menuda patada en la boca tiene...
Y hace otra cosa que me jode un huevo. Siempre me da la razón. Todo se la suda de forma mecánica. No sé expresarlo, pero es como cuando paseo con mi perro. Me muevo y se mueve. Me paro y se para. Cansa. La pierna me tiembla de la tensión.
Paso el dedo por las líneas de su CV y leo en voz baja los cursos de pago a los que ha asistido. Sigue asintiendo de medio lado. Pero hablando con él es cuando llego a la mejor parte.
- Así que canalla, rebelde y soñador…
- Justo.
- Y el señor ese del Mercedes antiguo?
- Es papá (pronunciado popó), que me ha traído a la entrevista.
Le despido con amabilidad, deseando que cierre la puerta antes de que se me escape una coz. Pedante engreído. Niñato.
Suena el teléfono al tiempo que el cierre de la puerta. El jefe. Quiere saber qué tal le ha ido al sobrino de presidente. Excelente, como no podía ser de otra manera. Qué coño voy a decir. Al final es o él o yo.
Cuelgo, tomo una pastilla contra la acidez y suelto una patada brutal a la papelera. Qué descanso, coño. Salto a la pata coja mientras veo al niñato chochar los cinco con el señor del Mercedes. Puta vida.
* - Que es broma. Pero podría ser cierto.
lunes, 19 de octubre de 2020
Certezas sin Alcohol
“Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa.”
Jacinto Benavente
Acodarse en una barra y tomar algo es como quitar las capas de cebolla que envuelven una personalidad retraída.
Porque en ese núcleo interno hay muchas cosas entrelazadas que influyen en tu bienestar. Mucho. Tristezas que empañan alegrías y viceversa. Colores sentimentales que se entremezclan formando tonos difusos.
Pero vamos, que es tomar unas cervezas y los colores parecen separarse. Puedo reír a carcajadas o llorar si toca, pero siempre de forma nítida y exclusiva para ese tema.
Mola esa seguridad. Y más aún porque tiendo a la alegría más que a la tristeza. Me da por sonreír y pensar lo bonito que es el mundo. Pero sobre todo alcanzo certezas que en situación normal no tendría: veo con claridad las decisiones a tomar o a descartar.
Con los años noto que me voy desprendiendo de algunas de mis capas de cebolla. Soy menos reflexivo en muchos aspectos y mis sentimientos están más cerca de la piel que antes. Decido mejor y con menos carga de conciencia.
Por eso, porque voy pudiendo hacerlo, un día iré de bares con mis amigos y pediré una ronda de certezas sin alcohol. Tendré que explicar que no es algo que el camarero pueda servirme, sino una sensación, un bienestar del alma.
Un "algo" por dentro que reconforta.
Lo entenderán. Sin duda.
P.D. - Alguien dijo que no iba a beber en toda esta semana acaba de llegar a casa con cinco cervezas en su interior pero por respeto a su intimidad no os voy a decir quién soy.
sábado, 10 de octubre de 2020
La última copa
lunes, 15 de junio de 2020
En mi hambre mando yo
domingo, 26 de abril de 2020
Pureza
sábado, 25 de abril de 2020
La Tormenta
martes, 21 de abril de 2020
Bucles
lunes, 2 de marzo de 2020
La Emergencia espontánea del orden. O lo que coño signifique eso.
Doménico Cieri Estrada
Porque la Montse venía a implementar un proyecto y al final se la quedaron. Craso error.
Me enteré de milagro. Un día, volviendo de comer, una compañera mencionó a Borja Mari. La Montse, que estaba delante, puso cara de interés. Iba a decir algo, pero en el mismo instante otra compañera definió a Borja Mari como “un cabrón” y especificó que la autoridad competente le definía como “un hijo de puta” y que no podía ni verle.
miércoles, 12 de febrero de 2020
El entrevistador
Lo malo es que estoy en una entrevista de trabajo y hace ya una hora que aguanto sus preguntas incordiantes: que si sé usar una calculadora, que si sé poner un café o hacer una fotocopia. En fin, que se nota que valora mi título de Ingeniería. Le observo y no puedo quitarme de la cabeza que es una de las personas más repugnantes que he visto.
El gordo disfruta abusando de su posición y riéndose de mí. Porque esto parece más un interrogatorio policial que una entrevista. Me ha preguntado lo mismo veinte veces, del derecho y del revés, intentando encontrar contradicciones que sólo existen en su mente oronda.
Me vuelvo evadir. De repente me doy cuenta de qué va todo esto. Resulta que la entrevista es el pequeño momento de gloria del obeso. Es el placer supremo del hombre-porcino, el preciso momento en que su vida reseca se convierte en un oasis. Por unos minutos se siente superior a los demás.
Entonces vuelvo a la entrevista y pienso que los 600 Euros que me ofrece no son para tanto. Mi dignidad vale mucho más que eso. Escucho lejanamente que el gordo dice con voz babeante "en mis 10 años de experiencia..." Aprovecho el momento para levantarme lentamente. Me abotono la chaqueta mientras me giro y salgo sin abrir boca.
Casi ni me doy cuenta pero me voy sonriendo. Soy libre, y mientras me pierdo entre calles abarrotadas me da por pensar que el señor que me ha entrevistado nunca ha tenido 10 años de experiencia.
Tiene media hora de experiencia repetida durante 10 años.
* - Va por los que están en paro o buscan su primer trabajo. Para que nunca se encuentren en situaciones similares.
viernes, 10 de enero de 2020
Tiempo
Intenté resistirme, pero pasaban los días y el picor se incrementaba hasta convertirse en obsesión.
Examiné cuidadosamente la correa del reloj. Estaba en buen estado. Aun así decidí cambiarla por otra, de titanio y antialérgica. Cara, pero según el vendedor, infalible. Ya. Durante tres días exactos. Porque al cuarto me picaba más que antes.
Acabé desistiendo y me quité el reloj. Empecé a llegar tarde a las reuniones. Comía en horarios irregulares y empleaba más tiempo del debido en algunas tareas. Pero también me di cuenta de que todo era más elástico. La tensión de los plazos que me aprisionaban se difuminaba. Mi agenda no era tan intensa. Me avisaban de las reuniones justo cuando comenzaban. Y duraban hasta que los temas se cerraban, no hasta una hora planificada.
Y en mi tiempo libre empecé a comer cuando tenía hambre y a dormir cuando tenía sueño. Me levantaba cuando estaba descansado. Mi vida empezó a llenarse de ratos y ratitos mientras se vaciaba de horarios y agendas.
Años después reflexioné y se me ocurrió ponerme una pulsera en la mano izquierda. De cuero, como la del reloj. No pasó nada. Luego una de acero, y después una de titanio. Tampoco pasó nada. Al final me las quité todas.
Mi piel no era alérgica al reloj. Lo era mi alma.
No sé para qué llevaba reloj si nunca tenía tiempo para nada.
martes, 10 de diciembre de 2019
La corbata
Además de tener una foto, estoy haciendo un curso. El curso tiene asignaturas online en las que trabajas con gente que no conoces personalmente. Para suavizar un poco el anonimato nos han pedido que pongamos una foto en nuestra ficha. He puesto la de la corbata.
No sé muy bien porqué, pero que cada vez que alguien menciona mi foto hace alusión a la corbata, a la seriedad que representa llevarla, o directamente suelta una risita. A la gente le resulta divertido que lleve corbata. Por eso me he puesto a pensar en porqué la llevo.
Curro en un banco, y debo reconocer que en cierto tipo de trabajos el mayor o menor uso de la corbata va ligado al imaginario respeto que se asocia a esa profesión. ¿Qué esperamos de un banco al que le confiamos nuestro dinero? Pues un señor respetable, lleno de telarañas, quien sin duda cuidará diligentemente de nuestro dinero. Un banquero en chándal resultaría sospechoso.
Por otro lado, en el mundo de Internet se prescinde de la corbata como parte del atuendo. Desde el comienzo de la actividad de este sector ha habido un rechazo generalizado a esta prenda. Creo que está relacionado con valorar el mundo de las ideas por encima de la apariencia.
Pues bien, trabajo en un banco, en el área de Internet. Agua y aceite. Mala mezcla. ¿Qué hago? Llevarla, como me mandan, que al final son ellos los que pagan las rondas.
Pero además, como soy despistado, uso la corbata de recordatorio. Es una pequeña soga alrededor del cuello que me pongo todas las mañanas para no olvidar que soy como un condenado al patíbulo. El suelo se puede abrir debajo de mis pies en cualquier momento y tener consecuencias "incómodas". La tensión laboral es perpetua y no conviene olvidar donde estamos. Por eso la llevo.
De todas formas, mejor que no existan corbatas en Internet. Dejémoslas en los bancos, los ministerios y otras empresas que aún no se han enterado de que estamos en el siglo XXI.
viernes, 18 de octubre de 2019
Estúpidos tecnológicos
Os preguntaréis a qué viene esto. El otro día estuve en una conferencia en una consultora muy importante: planta alta de un rascacielos, trajes impecables, señores enérgicos con aspecto ejecutivo. Después de una ronda de cafés para soltar el ambiente, comenzó la charla. Y vino mi abuelo a la memoria.
Los ponentes empezaron a hablar en una lengua desconocida, en la que mezclaban palabras comunes con otras que no venían en el diccionario. Cosas como "el benchmarking es un KPI para rolar" o "el feed del RSS". Incluso a veces llegaban a lo exótico con términos como VPN, API, RSS o XML. Menuda pasada. Por un rato pensé que me había colado en una reunión de masones, como en los libros de Dan Brown. ¡Lo que iba a presumir cuando lo contase!
Pero que va. Era una charla profesional de señores que se hacían los interesantes diciendo cosas raras. Era su patio de colegio: en lugar de ser el abusón de la clase, allí ganaba el que más sandeces enlazase en la misma frase. Y joder, los había con talento.
Después de varias horas me dejaron irme. Volví a un mundo en el que las cosas tenían nombres conocidos.
Y pensé que cuando era pequeño a la gente así se les llamaba estúpidos. Ahora se les llama casi igual. Estúpi-2.0
jueves, 3 de octubre de 2019
La eficiencia
En mi trabajo es una palabra temible. Se nos eriza el cabello al oírla. Con "eficiencia" se refieren a la cantidad de dinero que hace falta invertir para ganar un Euro. Por poner un ejemplo, si nuestra eficiencia es del 100%, gastamos un Euro para ganar otro.
Una tontería, no? La cosa está en gastar muy poco para ingresar ese Euro.
Para conseguirlo fichan a gurús de la estupidez, indigentes intelectuales que desconocen de qué hablan, pero se llenan la boca de tontadas que recitan con mucha seguridad. Ahí empiezan los problemas, con los nuevos iluminados del PowerPoint. Mentes calenturientas que desconocen el negocio en el que trabajan pero ven gastos que recortar por todas partes.
Juro que nos han bajado la temperatura de la calefacción, y no es para mantenernos jóvenes...
Reflexionando, pensaba en qué sucedería si buscasen la eficiencia en las personas. Imaginad una presentación. Una pantalla con una lámina llena de flechas y cajas de texto y uno de éstos vendemotos con un puntero láser señalando la imagen de unas piernas. La reflexión podría ser algo como:
- En la parte inferior del cuerpo existen dos apéndices (las piernas) que pueden ser sustituidos con facilidad por opciones estratégicas más rentables.
- No tienen apenas utilidad. Los empleados no se desplazan mucho de sus mesas, o no deberían hacerlo. Con nuestra propuesta se mejora la productividad, evitando distracciones innecesarias.
- El mercado nos proporciona una alternativa económica llamada silla de ruedas. Permite la misma funcionalidad y tiene bajo mantenimiento.
- La implantación de las sillas de ruedas permitirá un considerable ahorro en instalaciones, dado que sólo tendríamos que pagar las mesas. La silla se la trae puesta el trabajador.
- Existen importantes subvenciones para la compra de sillas de ruedas.
- Los ayuntamientos están haciendo grandes inversiones en adaptar las ciudades a la movilidad en silla de ruedas, por lo que existe una sinergia que aprovechar.
- Existe un movimiento social muy favorable a los lisiados, que sin duda generará un marketing viral de alto ROI.
- Nuestra conclusión es que la empresa debe proceder a amputar las piernas de sus trabajadores con el fin de maximizar resultados sin afectar al rendimiento.
No os quepa duda.
miércoles, 2 de octubre de 2019
La Tercera Parca
Se representaban con figuras de viejas, y de ellas la primera hilaba, la segunda devanaba y la tercera cortaba el hilo de la vida humana.
Hoy me ha dado por hojear una revista corporativa que nos envían de vez en cuando. Sin querer me he detenido en un artículo sobre uno de los directivos de la entidad. Algo me llama la atención y no acabo de identificarlo... Miro y remiro sin saber lo que es. Por fin lo veo. Su pelo. Su pose. Impecables ambas, sobre todo la melenita, que es de anuncio de champú. Ni un puto pelo descolocado.
martes, 1 de octubre de 2019
Pensamiento lateral
El otro día nos explicaron en un curso una técnica curiosa: el pensamiento lateral. Se trata de producir ideas que estén fuera del patrón de pensamiento habitual, que podríamos llamar vertical.
En mi caso, el pensamiento (al menos en el curro) es netamente vertical. Se plantea un objetivo y lo sitúo arriba del todo. Voy poniendo etapas por debajo hasta alcanzar la conclusión. Todo muy secuencial, comprensible, desagregado.
Como suele suceder cuando me explican algo nuevo, pensé en aplicarlo. ¿Sería fácil? Imaginemos que mi jefa me encarga un proyecto. Tal y como lo hago ahora, pienso en lo que me han pedido, y voy añadiendo etapas y pasitos que me conducen a ejecutarlo. De arriba a abajo.
Ahora apliquemos el pensamiento lateral. Eso de ideas extrañas aplicadas al proyecto. Para simplificar lo haremos por partes.
1) Aplico el pensamiento lateral izquierdo. A la izquierda de mi mesa está la puerta del departamento. Esa puerta me sugiere café, calle, libertad, ocio. Demasiadas cosas para aguantarlas en el curro. Lo más probable es que si incido en esa línea de pensamiento me levante y me vaya. A lo mejor si lo pienso mucho ni vuelvo.
Casi que descarto el pensamiento izquierdo.
2) Ahora veamos el pensamiento lateral derecho. A mi derecha tengo un compañero que es un trepa. Un trepa como no lo había visto nunca. Es tan trepa que debería donar su cuerpo a la ciencia para que lo examinen. Cuando pienso en él me pongo de una mala leche que no puedo. Se me eriza el vello de los brazos y me cargo de adrenalina. Si sigo pensando en él, me levanto y le suelto una hostia. Y luego le cogería del cuello hasta que se ponga rojo.
Mejor descarto también la derecha.
En fin, que soy de la vieja escuela. Si empiezo a pensar de lado me pierdo. Acabo despedido o en la cárcel.
Por mi salud y la de mi compañero, pensamiento vertical.
lunes, 30 de septiembre de 2019
La cortina
El olvido es el verdadero sudario de los muertos.
-George Sand.
Últimamente está preocupado porque algunas veces -pocas- piensa que de haber sido un poco más honesto, un poco más cercano, el móvil que tanto mira podría sonar con la llamada de algún amigo. Pero no suena, aunque constantemente revisa el volumen del timbre.
A él, que siempre ha llevado la sartén por el mango y que en todo momento ha demostrado mayores capacidades que sus jefes. Se dice a sí mismo que es un error, que es temporal. Por eso prefiere quedarse en casa. Es humillante que los vecinos te vean así, desocupado y sin poder, sin ningún sitio a donde ir.
miércoles, 25 de septiembre de 2019
La Experiencia Laboral
Se miró las uñas con ojos entrecerrados antes de responder.
lunes, 23 de septiembre de 2019
El precio de las cosas
jueves, 19 de septiembre de 2019
Las aristas del destino
Imaginad por un momento que su segundo apellido fuese Playa. Ahora leed deprisa su nombre y los dos apellidos.
Creéis que alguien con ese nombre llegaría a dirigir un banco? Seguro que no.
-
Cuentan que existe una antigua leyenda: la del hilo rojo del destino. Dicen que los dioses atan un hilo invisible alrededor del tobillo de a...
-
Dentro de poco asistiré al concierto de Bryan Adams. Como niño aplicado que soy, estoy escuchando sus canciones para aprenderme las letras. ...
-
Llegó el día. Primera cena a solas en su casa. El miedo me atenazaba tanto que tuve que detenerme a tomar un bourbon para no tartamudear cua...