domingo, 21 de julio de 2024

Cómo amar

No sé querer sólo un poco. Ni despacio, ni a medias. Soy un ser que siente profundamente, que lucha con todo su ser y que defiende con garras y dientes lo que ama. Cuando la miro, mis instintos se despiertan y mi corazón late con una intensidad que no puedo controlar.

También soy quien huye, pero nunca a tiempo. Siempre vuelvo, arrastrado por la fuerza irresistible de este amor que me consume. Me lamo las heridas, sí, pero cada cicatriz es un recordatorio de que amar vale cada batalla, cada caída, cada momento de dolor. Porque amar así, con todo el ser, es la única manera que conozco.

Amar es ser fuego y leña, es fundirse con la pasión de un abrazo y perderse en la profundidad de una mirada. Cuando estoy con ella, me vuelvo valiente, invencible, capaz de enfrentar cualquier desafío con tal de ver su sonrisa y sentir su calor. Ella es mi refugio y mi impulso, la razón de cada latido acelerado, de cada suspiro profundo.

En sus brazos encuentro la paz que mi alma inquieta busca. Cada beso suyo es un pacto eterno, una promesa silenciosa de amor infinito. No hay medias tintas en mi amor por ella; es total, abrumador y sincero. Es un amor que lo da todo, que se entrega sin reservas, que no teme las tormentas porque sabe que en su compañía, cualquier adversidad se convierte en una aventura más que compartir.

No sé amar de otra manera, ni quiero aprender otra forma de amar. Prefiero seguir siendo este ser que lucha y se entrega, que siente y sufre. Porque amarla así, con toda mi alma y mi ser, es la única verdad que conozco y la única que quiero vivir.

sábado, 13 de julio de 2024

Caminando

En algún sitio leí algo como: "Si quieres entender dónde está tu corazón, mira dónde va tu mente cuando paseas." 

Paseo mucho, y siempre vuelo a tu lado. No importa cuánto trate de distraerme, mis pensamientos siempre regresan a ti, dibujando imágenes de los momentos que compartimos y alimentando la esperanza de construir juntos un futuro.

Finalmente, no respondiste el último mensaje, y ese silencio me rompió el alma. Porque el día tiene 24 horas y un mensaje se manda en minutos. La distancia y la falta de tiempo son excusas. Quien no te habla es porque no quiere, quien no te encuentra es porque no quiere buscarte, quien no está ahí es porque no quiere estar.

No hace falta seguir buscando respuestas en un lugar donde ya no hay eco. Las acciones hablan más fuerte que las palabras. Aceptar esta verdad me duele, pero es necesario para seguir adelante. No puedo obligar a alguien a quedarse cuando su corazón ya no está conmigo.

Tal vez un día, cuando menos lo esperes, te darás cuenta de que perdiste a alguien que realmente te quería. Y tal vez, solo tal vez, sentirás un pequeño vacío en tu corazón. Pensarás en aquellos momentos en los que me esforzaba por hacerte reír, en las noches en las que compartíamos nuestros sueños y miedos, en los días en los que parecía que nada ni nadie podía separarnos. 

Un día te acordarás de mí y sonreirás, diciendo: "Él sí me quería...". Quizás en ese momento, comprenderás que el amor verdadero no se encuentra todos los días, y que quienes realmente nos quieren, hacen el esfuerzo por estar presentes, por mantenerse en nuestras vidas a pesar de las dificultades.

Mientras tanto, aprenderé a caminar sin ti, a reconstruir mi vida con las piezas que quedaron. Mi mente y mi corazón seguirán viajando a tu lado durante un tiempo, pero encontrarán un nuevo rumbo. La vida sigue, y con el tiempo, encontraré la paz que tanto anhelo, sabiendo que hice todo lo posible por nosotros, y que mi amor fue real y sincero. Porque, aunque no fui perfecto, siempre intenté ser el mejor para ti.

Pese a todo, aún busco el hilo rojo que tantas veces nos acercó hasta casi rozarnos. Quizá el destino nos brinde otra oportunidad para amarnos. Porque un amor verdadero no desaparece, solo espera el momento adecuado para florecer de nuevo.


martes, 9 de julio de 2024

Mayéutica

Hace años tuve un profesor excepcional, tanto por sus conocimientos como por la habilidad para transmitirlos. Practicaba un método antiguo de enseñanza conocido como mayéutica.

Trataré de explicarlo. En su primera acepción, la mayéutica es el arte de las matronas y los tocólogos. Sin embargo, y sobre todo, la mayéutica es el método que Sócrates utilizaba para enseñar a sus discípulos, basado en la dialéctica entre maestro y alumnos para alcanzar la comprensión de nuevos conceptos. La vigencia del método socrático permanece intacta más de 2400 años después de su muerte.

La mayéutica se basa en el diálogo para alcanzar el conocimiento, partiendo de la idea de que la verdad reside en el interior de cada individuo y solo necesita ser revelada mediante preguntas adecuadas. Así como una matrona ayuda en el parto, aunque es la madre quien da a luz, el profesor ayuda al alumno a descubrir su propia verdad a través del diálogo.

El alumno no es un simple receptor de información; no se trata solo de transmitir contenidos, sino de enseñar. Enseñar es lograr que otros aprendan: el maestro no debe impartir clases ni transmitir conocimientos desde un enfoque dogmático, sino convertir a cada alumno en el protagonista de su propia formación. De este modo, el conocimiento se vuelve mucho más conceptual, global y riguroso, integrándose de forma indeleble en el intelecto del alumno.

Por eso disfruté tanto aprendiendo de Don Gustavo. Y de mi psicóloga, que me saca las penas a tirones para que pueda verlas.

domingo, 7 de julio de 2024

Selfies

Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, reside quien ha conquistado mi alma. Ella, con su espíritu libre y desbordante alegría, disfruta cada instante convirtiendo lo simple en extraordinario. 

Os cuento un ejemplo cualquiera. Un domingo por la mañana, decidimos escapar del ajetreo y visitar una reserva de burros en las afueras. Dejamos atrás la ciudad y nos dirigimos hacia un lugar de paz y serenidad: una pradera llena de animales libres y amigables.

No sé si he mencionado que los animales la adoran: los perros se acercan a ella con curiosidad, los gatos se rinden a sus caricias y hasta los pájaros más tímidos parecen confiar en su presencia. Es como si hablaran un idioma secreto que solo ella entiende. Siempre me ha maravillado esta conexión innata, pero comprendo que ellos perciben algo que a los humanos nos cuesta un poco más ver: su belleza, tanto exterior como interior.

Por eso, nada más llegar, se encontró rodeada de estos tiernos seres, y su entusiasmo era palpable. Sin miedo y sin perder un instante, comenzó a alimentar y acariciar a los burros, cabritas y demás habitantes del lugar. Los animales, agradecidos por su atención y caricias, se acercaban con confianza. Ella reía con una alegría pura y sincera, disfrutando de cada momento y de cada conexión con esos seres tan especiales.

Después de un rato, sacó su teléfono y comenzó a hacerse selfies con uno de los burros más amigables. El animal, curioso y encantado con la atención, se acercó más, moviendo sus orejas de manera divertida. Ella continuaba riendo, con su habitual entusiasmo por capturar cada momento. Cada foto era un pequeño acto de diversión y cariño.

Verla así, tan libre y genuina, me hizo valorar lo afortunado que soy al tenerla en mi vida. Su habilidad para encontrar alegría en los momentos más simples es una lección constante sobre lo bonita que puede ser la vida cuando se vive plenamente. Cada día a su lado es una nueva aventura, una oportunidad para descubrir la magia en lo cotidiano.

La mañana junto a ella fue perfecta. Pasamos horas entre risas y juegos, sacando fotos y disfrutando de cada momento. Al final de la visita, nos sentamos juntos, observando a los animales pastar tranquilamente. La miré con ternura y acaricié su hombro, sintiendo una profunda gratitud por cada instante a su lado.

Ella es, sin duda alguna, una mujer extraordinaria. Tiene el don único de convertir lo ordinario en maravilloso. Es un regalo que ilumina mi vida. Cada día junto a ella es una razón más para quererla.

Te quiero, bicho. Eres la estrella que guía mi corazón.

miércoles, 3 de julio de 2024

En el Diván



La curiosa paradoja es que cuando me acepto a mí mismo, puedo cambiar. 

Carl Rogers



Quiero compartir algo que a menudo se considera tabú. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que debo contarlo porque puede beneficiar a más personas.

Jamás pensé que terminaría en el consultorio de un psicólogo, pero ayer tuve mi primera sesión. Llegó un momento en el que me di cuenta de que algo dentro de mí no funcionaba bien, y la situación se volvía inasumible. Todo se me iba de las manos y no podía resolverlo por mí mismo.

Además, las circunstancias no eran las mejores: separado con una ex que saca brillo permanentemente a su motosierra, en período de vacaciones (la familia fuera) y destruido por no estar con la mujer a la que amo. Pero al igual que cuando nos duele una pierna vamos al médico, decidí buscar ayuda profesional.

Me sentía un poco intimidado. La imagen que tenía de la terapia era la típica de las películas: sala oscura con muebles de caoba, un diván y un hombre con barba y chaqueta de coderas tomando notas aburrido mientras le hablas de tus sentimientos y la relación con tus padres.

Afortunadamente la realidad era más llevadera. Al abrirse la puerta en lugar de una mazmorra oscura encontré un despacho amplio y luminoso. Las paredes eran de un blanco inmaculado, decoradas con cuadros abstractos. Y en vez del diván, una silla.

Me recibió una mujer joven y sonriente, con una energía cálida y acogedora. Sus ojos brillaban con una inteligencia y empatía que me tranquilizaron. No pude evitar una sonrisa: el señor de las coderas no estaba por allí. 

La terapia no se trataba de un interrogatorio tenebroso. Fue una conversación abierta, casi como una entrevista, en la que ambos hablamos por igual. Me hizo preguntas, compartí mis preocupaciones, planteó hipótesis y me hizo reflexionar. No me mostró dibujos raros para ver qué me parecían. Pero sobre todo, no me juzgó.

El acto de expresar todo lo que me atormentaba fue como ver una foto de mí mismo desde fuera, con una perspectiva más imparcial que la de un amigo. Y la conclusión, como ella dijo, es que no hay soluciones mágicas, pero sí ideas y estrategias aplicables a la vida cotidiana.

Me quedo con una de las claves que me dio: la estrategia más importante es mantener la esperanza.

Por todo eso creo que es hora de romper tabúes. Sé que algunos amigos también han acudido a un psicólogo cuando lo han necesitado, e intuyo que otros lo han hecho y no lo dicen.

Quizás no habría dado el paso si no fuese porque la mujer a la que quiero lo mencionó con total naturalidad. Y ahora me doy cuenta de que habría lamentado no ir, porque solo con dar el paso parece que la carga se aligera: has comenzado a luchar.

Así que lo cuento en voz alta. Puede ser una solución a cosas más relevantes de lo que parecen. 

Porque en ocasiones debemos pedir ayuda. Sin más.


martes, 25 de junio de 2024

Fundido a Gris


“God have mercy on the man who doubts what he's sure of.”

Bruce Springsteen


Joder, no puedo más. Mi mundo se ha fundido a gris en mitad de la escena más bonita. La soledad y tristeza sobrecogen, tanto por dentro como por fuera. Cuando paseo, parece que estoy solo en un páramo desolado. Nada me gusta, nada me anima. Sólo sigo dando un paso tras otro para no caer rendido.

Estar sin ella es lo más duro que me podría pasar. Porque a su lado he conocido el amor, el amor completo. He podido acariciarla y besarla, y súbitamente ha desaparecido. Cuando lo pienso, las lágrimas brotan pesadas y lentas, cargadas de desesperación.

Al final del hilo rojo, ese que guía nuestro destino y nos conectaba, ese que nos ha acercado tantas veces hasta coincidir, he visto un futuro maravilloso, lleno de conversaciones interminables y paseos cogidos de la mano. Sonrisas y cariño, mucho cariño. Me he sentido tan feliz… todo tenía sentido, todo tenía un propósito: Ella. Quererla. Siempre.

Me gustaría que pudiera conocer lo que siento por ella, ese amor desmedido e incondicional que me desborda. Porque puede que no esté con ella, pero la voy a querer siempre. Hay cosas que no están bajo mi control.

Junto a ella percibí que la vida era deliciosa y todo encajaba a su alrededor: cada libro leído o por leer, cada película, cada abrazo. Todo formaba parte del camino hacia ella. Toda una vida dirigida a descubrirla cada día, a quererla un poco más cada momento. Joder, es increíble el dolor que siento ahora.

Hace cinco días nos abrazábamos hablando del futuro, y ahora sólo existe el recuerdo. Lo más terrible de todo es que nunca podré olvidar lo que ni siquiera ha llegado a suceder. ¿Qué voy a hacer ahora con todos los besos que guardé para ella, con tantas ilusiones, con tanto amor? Tengo la certeza de que el futuro a su lado era un mundo emocionante de amor incondicional, y ahora esa felicidad se me escapa entre los dedos.

Pese a todo, pese a llorar y sentirme fatal, queda una llama. Quizá algún día decida quererme, aunque sea un poco. Y quizá en ese momento empiece a notar todo lo bonito que podemos hacer juntos, y toda la felicidad que nos espera.

Me duele el alma.

Escrito del tirón y sin revisar. 


sábado, 22 de junio de 2024

Duele

Anoche fue una de esas noches que parecen sacadas del comienzo de algún cuento. El cielo se vistió de gala para presentarnos un espectáculo que ocurre solo una vez cada veinte años: la coincidencia del solsticio de verano con la luna llena.

Cené con mi novia. La velada fue perfecta: miradas cómplices, manos entrelazadas y una conexión que parecía aún más fuerte sentados en su terraza a la luz de la luna llena. 

Incluso pude ver una estrella fugaz, cosa casi imposible en esta ciudad. En ese momento el futuro se vislumbraba brillante y lleno de promesas. Hablamos de atardeceres frente al mar y de casas bonitas con piscina.

Sin embargo, esta mañana la magia se desvaneció con un mensaje que me rompió el alma. Mi novia me explicó que necesita tiempo, que no está segura si quiere seguir teniendo una pareja. Teniéndo(me) como pareja, digo.

El dolor es profundo porque la quiero con todo mi ser. Ademas, que a mi edad ya comprendo el significado de los tiempos de reflexión. No significan tiempo. Significan distancia. Es un “aléjate de mi” suavizado. Y duele.

La he querido y la quiero con locura, como lo más bonito que me ha pasado. Pero debo aceptar las hostias que da la vida. Esta ha sido atroz, con la mano abierta y echando el brazo muy atrás. Me tambaleo. Estoy desorientado y a punto de caer.

Mientras trato de mantenerme en pie, dolorido, recuerdo nítidamente que cuando vi la estrella fugaz pedí un deseo. Debí vocalizar mal. Que no, de verdad, que no era esto.

En fin, que esta coincidencia celestial, que tan rara vez se presenta, me ha jodido la vida. Y eso que ayer, eso de mirar al cielo parecía ilusionante. Me quedaré con que fue otra noche mágica junto a ella (¿la última?), y aunque el amanecer trajo incertidumbre y tristeza, sé que el tiempo sanará las heridas.

La magia de la vida radica en su capacidad de sorprendernos, de enseñarnos y de recordarnos que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que nos guía hacia adelante.

Pero como duele. Duele de cojones. Duele como si el universo hubiera decidido arrancarme a tirones la única estrella que daba sentido a mi cielo. Duele porque sin ella la soledad se siente más fría y el silencio más pesado. 

Porque la ausencia de su risa, de su mirada, de su calor, es un vacío que me consume por dentro. Y aunque mantengo que el tiempo sanará las heridas, ahora mismo ese tiempo se siente como un enemigo despiadado, alargando el sufrimiento, manteniendo viva la esperanza de un retorno que quizá nunca llegue. Cruzo dedos con todas mis fuerzas para que no sea así.

Debo seguir adelante, encontrar fuerza en algún rincón de mi ser, aprender a vivir con este dolor y, eventualmente, dejar que se convierta en un recuerdo tolerable. Porque la vida sigue, aunque ahora parezca imposible. Y aunque el camino esté lleno de noches sin dormir, encontraré la paz.

Pero hasta entonces, duele. Duele más de lo que jamás imaginé posible.

Porque te he querido con toda mi alma.

viernes, 7 de junio de 2024

Dios jugando a los dados

Hace cuarenta años, éramos compañeros de colegio, niños llenos de sueños y promesas de un futuro aun por llegar. 
La vida nos separó, cada uno tomando caminos diferentes, pero sin saberlo, nuestras acciones, elecciones y gustos seguían un mismo patrón. Nuestros caminos se entrelazaban, unidos por un hilo rojo que tejía complejos dibujos.

Sin tener noticias del otro, ambos desarrollamos un profundo amor por la lectura. Nos sumergíamos en las mismas páginas, experimentando las mismas emociones, sin saber que el otro compartía esa misma pasión. Las coincidencias no se detuvieron ahí. Comprábamos libros en los mismos lugares, visitábamos las mismas ferias de libros y, en más de una ocasión, estuvimos a pocos pasos uno del otro, rozando el momento de volver a conocernos, pero siempre faltando un suspiro para que nuestras miradas se encontraran.

He estado en una reunión en el mismo edificio en el que ella vivía mientra vivía allí. Hemos debido estar a pocos metros de distancia, e incluso cruzarnos en el pasillo, pero no nos vimos. O quizá sí, y no nos vimos porque no tocaba que fuese en ese momento.

Las series de televisión fueron otro punto de conexión. Nos enganchamos a las mismas historias y personajes. Cuando descubrimos “Seinfeld”, nos encantó, comentando cada episodio con nuestros amigos, aunque en distintos círculos. Incluso años después, volvimos a verla por separado, pero con la misma pasión. Hubo noches en que sintonizamos el mismo capítulo al mismo tiempo, riendo con las mismas bromas, sin saber que, en algún lugar cercano, el otro estaba allí, compartiendo el mismo momento.

La música fue otro lenguaje común. Tarareábamos las mismas canciones, asistíamos a los mismos conciertos. En algún festival de música, estuvimos en la misma multitud, moviéndonos al mismo ritmo, nuestros corazones latiendo al compás de las mismas melodías, sin llegar a vernos, pero sintiéndonos.

El destino, con su humor caprichoso, nos condujo a un reencuentro en una parada de autobús frente a un parque. Nuestras miradas al fin se cruzaron y, en ese instante, todo cobró sentido: era como si Dios hubiera estado jugando a los dados, moviendo piezas en un tablero invisible para unirnos de nuevo. Descubrimos que, a lo largo de esos cuarenta años, habíamos vivido vidas sorprendentemente paralelas. Desde los libros que leíamos hasta los lugares que visitábamos, parecía que una fuerza divina había estado guiando nuestros pasos, asegurándose de que, a pesar del tiempo y la distancia, nunca estuviéramos realmente separados.

Ahora, mientras entrelazamos nuestros caminos y recordamos aquellos años separados pero extrañamente conectados, no podemos evitar sentir que, tal vez, hay un plan mayor. Porque tal vez Dios juega a los dados, pero siempre conoce exactamente dónde caerán.

miércoles, 22 de mayo de 2024

Mensaje en una botella

Hoy toca mezclar sentimientos y música. Siento muchas cosas, a veces muy intensamente, y tonto de mí, pienso que si no sé gestionarlas y me duelen, soy único. En estos momentos, me viene a la cabeza una deliciosa canción de The Police llamada "Message in a Bottle".

La canción trata sobre la soledad y el aislamiento, contando la historia de un náufrago que lleva un año perdido en el mar. En su desesperación, escribe una nota en una botella y la lanza al océano como un SOS, esperando ser rescatado. Día tras día, su esperanza se va desvaneciendo al no recibir respuesta, y la desolación crece.

A medida que avanza el tiempo, el hombre espera ansiosamente una respuesta. Su soledad se intensifica, y la desolación de no recibir ninguna señal es palpable. Pero justo cuando la desesperación parece inevitable, un giro inesperado cambia el tono de la historia: millones de botellas llegan a la orilla de su isla, todas con mensajes de personas que se sienten igual de solas.

Este momento es profundamente conmovedor. Nos muestra que, aunque a menudo nos sentimos aislados en nuestras experiencias y emociones, no estamos solos. En realidad, muchos comparten nuestras luchas y anhelos. La llegada de esas botellas simboliza la conexión humana, la empatía y el reconocimiento de que, en nuestra soledad, formamos parte de una comunidad más grande.

Enviar un mensaje al mundo, aunque parezca en vano, puede ser el primer paso hacia la conexión que tanto anhelamos. La esperanza y la persistencia pueden conducirnos a descubrir que, incluso en nuestros momentos más oscuros, hay otros que entienden y comparten nuestro dolor. Cada mensaje que enviamos es una prueba de que no estamos solos en nuestras luchas. Porque cada botella lanzada al mar lleva consigo un rayo de esperanza.

Espero que todos nuestros mensajes, tarde o temprano, lleguen a su destino.

P.D. - Para mi compañera Cris. Tu botella llegará a su destino, no lo dudes.

sábado, 18 de mayo de 2024

Los botones de la camisa


Llegó el día. Primera cena juntos en su casa. El miedo me atenazaba tanto que tuve que detenerme a tomar un bourbon para no tartamudear cuando la viera.

Subí a su casa nervioso. Un ramo de flores adornaba mi mano derecha mientras tocaba el timbre. La puerta se abrió y allí estaba ella, tan bonita como siempre, con esa sonrisa que tanto me gusta y que dejaba entrever felicidad. Nos abrazamos fuerte, con el cariño a flor de piel. De fondo, sonaba música tranquila que ella había elegido.

Me enseñó su casa, tan personal y bonita como ella. Rincones cuidados, adornados. Todo impregnado de su aroma, de su deliciosa presencia. Una terraza luminosa llena de plantas cuidadas con esmero.

Tomamos unas copas mientras reíamos a carcajadas. La complicidad hacía que cada conversación y cada tímida caricia fueran sencillas. Se sentó sobre mis rodillas y pude acariciarle la cintura. Y, al fin, besarla. Volví a ese beso de los 14 años en el que el alma se te escapa entre los labios. Porque, joder, la quiero. Eramos dos y ahora uno.

Desde ese momento todo fueron caricias y risas. Amor brotando a borbotones en cada palabra. Nos alimentamos mutuamente con las manos, alternando bocados con besos. Ella me acariciaba bajo la camisa mientras yo disfrutaba de sus firmes pechos.

Y al final, la cama. El lugar en el que siempre quise estar y del que ya no quiero salir. Hicimos el amor con cariño y ternura, notando nuestras pieles y disfrutando de largos abrazos. El destino nos había traído donde siempre debimos estar. Pasamos horas tumbados, acariciándonos, hablando e interrumpiéndonos en casi todas las frases con besos incontrolados. Hablamos como sólo pueden hacerlo los que se aman de verdad.

Nos vestimos entre risas buscando la ropa por el suelo de la casa.

Y allí, en ese momento, robándonos besos el uno al otro mientras acariciaba su cintura y ella me abotonaba la camisa, supe que era ella. Que la quiero con toda mi alma. Que ella es el sitio al que siempre me dirigí. 

Te haré café, te despertaré con caricias y me ayudarás a abotonarme la camisa mientras te interrumpo con besos. Nos daremos más felicidad de la que podamos soñar.

Porque mi mundo está allí. A tu lado, mi amor.

Te quiero.

 

jueves, 16 de mayo de 2024

MIedo


Me gustaría ser capaz de mirarte y no echarme a temblar, pero los sentimientos se me escapan entre los dedos sin poderlos controlar.

Estoy a un rato de rozarme otra vez con tu mano, pero quiero que ya sea mañana para ver si nos besamos y escribimos la primera fecha de nuestro libro en blanco.

Porque te quiero. Más de lo que puedo expresar con palabras. En cada gesto, en cada palabra tuya, encuentro razones para quererte más. Y me encanta vivir así y ser tan feliz a tu lado.

Pero en este vendaval de emociones que me hace vislumbrar un futuro lleno de amor y promesas, también surge el miedo a perderte, incluso antes de habernos convertido en uno.

Siento que rozo la felicidad con la yema de los dedos, pero al mismo tiempo me debato entre ser el primero en alcanzar la costa o el último en ser arrastrado por la corriente. Te tengo tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos... Me siento torpe, desnortado, lleno de una inseguridad abrumadora. Muero de miedo. Porque te quiero.

Pero incluso en medio de esta oscuridad, una luz persiste, una chispa de esperanza que se niega a extinguirse. Porque creo que el amor, si es verdadero, es valiente. Supongo que es normal, pero me siento desbordado por las emociones. Esto debe ser el amor de verdad.

Me aferro a la esperanza, a la certeza de que, aunque el camino pueda estar lleno de incertidumbre y obstáculos, el amor siempre encuentra su camino, como el río hacia el mar. Y en el horizonte de lo desconocido, intuyo un futuro donde el miedo se desvanece ante la promesa de un amor más grande que nosotros, donde cada momento a tu lado es un tesoro en el lienzo de nuestras vidas.

Porque te quiero.


Amanecer



Para la estrella más bonita de mi cielo.



Amanece el sábado. La noche anterior habían caído rendidos tras la locura del día: trabajo, recados, compras. La casa sin recoger... Él se levanta primero. Prepara café. Observa el amanecer mientras toma un vaso de agua fría. La mira. Destapada. Desnuda. Respira profundamente. Hermosa.

Contempla cómo el sol viste su piel en tonos dorados, rosas, naranjas y, al final, en un amarillo intenso cuando termina de salir por el horizonte. Ella se gira y se estira, ocupando toda la cama para ella. Un espectáculo para sus ojos. Ya no hay amanecer, solo existe ella.

Inundados por el aroma a café, la besa con mucha suavidad. Ella, adormilada, abre sus ojos levemente. Lo mira. Le besa. Le acaricia.

— Te perdono, porque hueles a café —dice con esa media sonrisa que tanto le fascina—. Baja un poco la persiana, que entra mucha luz... —le pide.

Él lo hace. Regresa. Besos.

Él la besa por detrás. Su cuello. Su debilidad. Mordisco, lengua, beso. Ella se estremece. El olor a café se mezcla con el de sus cuerpos anhelando pasión. Derretidos, se palpan y se disfrutan hasta ser un solo cuerpo.

Ducha. Él va a la cocina y calienta el café. Lleva las tazas al dormitorio. Ella lo mira. Sonríen. Y tras un primer sorbo de café, se besan. Se miran de nuevo. Y se susurran a la vez:

— Te quiero... —

miércoles, 27 de octubre de 2021

Rayas en el suelo

Piensa en esa galleta que mojas en el café y cuando estás a punto de llevarla a la boca se rompe, cae y te salpica dejándote con la boca abierta y la camisa llena de lamparones.

Bien, esa galleta es mi trabajo: siempre cerca de algo dulce, pero con un final invariablemente sucio. Supongo que ahora podrás entenderme, al menos un poco.

Joder, que estoy en edad de ponerme gafas para elegir el vino y todavía me las cuelan por la escuadra. Alma de cántaro… Vuelvo a salpicarme una vez y otra con la puta galleta.

Admito haber tenido unos años de paz, sólo enturbiados por algun@s trepas que molestaban lo justo, pero en definitiva años de paz y tranquilidad. Eso sí, palito a palito nuestros ambiciosos amigos se fueron haciendo un nido cerca de la jefa. Aunque insisto, no molestaban mucho. Tan poco que llegué a pensar que el equilibrio era para siempre.

También reconozco que con el tiempo la jefa dejó entrever algún detalle feo, siempre atendiendo a los habitantes de los nidos antes que al resto, pero no le di mayor importancia. Tonto que soy. Y digo tonto porque tengo motivos. Me explico: nuestra abeja reina ha organizado un viaje con “Team Building” y polladas de esas. Y hasta hoy siempre hemos ido todos. Aclaro "hasta hoy" porque esta vez ha sido distinto. 

La jefa ha salido del despacho para trazar una raya en el suelo que ha partido el departamento en dos: a un lado los que van (el 70%) y al otro el resto, los que no. Sin criterio nítido. Ni escalafón, ni antigüedad, ni nada: simplemente los que molan y los que no. Podía maquillarlo con alguna excusa, pero pa qué. Con la raya quería transmitirnos algo, pero la claridad del gesto es tan brutal que produce vergüenza ajena.

Estoy fuera. No me apetece ir -y menos con algun@s de ellos-, y aún así jode que te lleven a empujones al montón de los tontos. Que soy un paria ya lo sé, coño. Pero señalándome así, poniéndome el índice entre los ojos, toda la caja de galletas se acaba de estampar en el café. Otra vez, pero de forma aún más violenta.

¿Soy un gilipollas? Pues claro. El enésimo final sucio y me sigo sorprendiendo. No sé si llegaré a aprender la lección, pero visto lo visto deduzco que no. Por eso soy gilipollas, porque ando en círculos y no me doy cuenta. Soy gilipollas en mayúsculas cada vez más grandes.

Que si, que sin duda la raya tiene algo de lógica de colmena. Que la jefa se lleva su enjambre de pelotas: visitantes habituales del despacho, reidores de gracias, etc. Lo fácil. Gente zumbando a su alrededor que le recuerda lo guapa y lo lista que es. Pero aún así, duele. Nunca me han gustado los desprecios, y con los años no mejora. Me siento un poco triste. 

Así que aquí me tenéis, rodeado de individuos arrastrando maletas que nos miran condescendientes desde su lado de la raya. Recuerdan a los niños bien del instituto: calibrando de arriba abajo a los más humildes. Pues hala, buen viaje. Y cuidado con los aguijones, que hay muchos y esas reuniones tienden a convertirse en camas redondas de picotazos.

Se ha hecho el silencio. Los importantes ya se han pirado y quedamos unos pocos trabajadores grises aislados tras nuestro particular muro de Berlín.

Apoyo la cabeza en la mano y observo los puestos vacíos. Me doy cuenta de que siempre enfoco mal. Que si justicia, que si merecimiento… que esto es puta la jungla, joder!!!

Porque si te persigue un león y eres una cebra, no es necesario correr más que el león, sólo más que otra cebra. E incluso puedes empujarla atrás. 

Todo vale para triunfar. Sin excepción.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Donde la dignidad comienza

Hoy la curiosidad me ha llevado a un texto que me ha emocionado. Y hostia, me ha gustado tanto que quiero compartirlo con vosotros. 

Todo comienza en una pintura de Banksy, que dejo al final del texto para no anticipar la lectura. El dibujo, con la habitual genialidad del grafitero, representa un extracto del diario del teniente coronel Mervin Willett Gonin, uno de los soldados británicos que liberó el campo de concentración de Bergen-Belsen en 1945.

El diario nos cuenta: "Me es imposible describir de forma adecuada el Campo de Horror en el que mis hombres y yo pasamos el siguiente mes de nuestras vidas. No era más que un páramo, tan pelado como un gallinero. 

Los cadáveres estaban por todas partes, algunos en gigantescas pilas, otros yacían solos o en parejas allí donde hubieran caído. Nos llevó un tiempo acostumbrarnos a ver cómo hombres, mujeres y niños se desplomaban al pasar junto a ellos y contenernos para no acudir en su ayuda. Pero no era fácil ver a un niño asfixiarse hasta morir; se veía a mujeres ahogándose en su propio vómito por estar demasiado débiles para darse la vuelta, y a hombres comiendo gusanos mientras agarraban un trozo de pan simplemente porque habían tenido que comer gusanos para sobrevivir y ahora apenas veían la diferencia".

Fue poco después de la llegada de la Cruz Roja Británica, aunque quizá no tuvo ninguna conexión, que también llegaron una gran cantidad de lápices de labios. Eso no era lo que nosotros queríamos, estábamos pidiendo a gritos cientos y miles de otras cosas, y yo no sabía quién había podido pedir esos pintalabios. 

Ojalá lo supiera, porque fue la acción de un genio, pura y simplemente brillante. Creo que nada hizo más por esos internos que los lápices de labios. Las mujeres se tendían en la cama sin sábanas y sin camisón, pero con los labios rojo escarlata, las veías vagando por ahí sin nada más que una manta sobre los hombros, pero con labios rojo escarlata. 

Vi a una mujer muerta sobre la mesa post mortem que tenía agarrado en su mano un trocito de pintalabios. Al fin alguien había hecho algo por convertirlos en personas de nuevo, ellos eran alguien, no un mero número tatuado en el brazo. 

Al fin podían volver a interesarse por su aspecto. Esos pintalabios empezaron a devolverles su humanidad.”

Qué terrible y qué bonito a un tiempo.




jueves, 2 de septiembre de 2021

Medias verdades

Hace años conseguí lo que en su momento me pareció una hazaña: pasar un finde en Lisboa con un colega. La primera vez que volaba sin mis padres!!! Me sentía mayor. Y feliz. 

Del viaje puedo contar poco. Estuvimos tan borrachos que sólo recuerdo el hall del hotel. De la ciudad me suena que tiene un río y poco más. Pero miento. Sí guardo un recuerdo. Es de antes de salir, por lo que estaba sereno. Os cuento. 

Salíamos un viernes por la noche, ya sin luz en el cielo. En la sala de embarque, junto a nosotros, había un ejecutivo con apariencia cansada y adinerada: traje caro, reloj ostentoso y maletín de piel a punto de estallar de tanto papel. Destilaba poder. 

Le miraba sintiendo admiración por esa vida de negocios cosmopolita. Ese señor volvía a casa después de hacer cosas importantes. Mientras le observaba pensativo apoyó el zapato en el asiento de delante y bajo el pantalón asomó una media. No un calcetín, sino una media como las de las señoras. Yo no trabajaba aún y eso del dress code y la elegancia me quedaba grande. Me sonaba que era una prenda elegante pero me extrañó no ver calcetines normales. Y se me grabó aquella tontería, vete a saber por qué. 

Hoy, muchos años después, también estoy en un aeropuerto. Es temprano y viajo a otra ciudad. Por trabajo. No llevo traje ni tomo decisiones importantes, pero me ha vuelto a la cabeza aquel señor. Estoy rodeado de señores como él, pero no me causan ninguna sensación. Tampoco sus medias. 

Mi punto de vista ha cambiado. La vida cosmopolita no me resulta envidiable. Pasar la vida en lugares prestados con compañías profesionales en lugar de personales no me atrae. El dinero compensa un poco, pero no llega a taparlo todo. 

Mientras de fondo suena el embarque para mi vuelo pienso que las medias que vi en su momento eran algún tipo de aviso del destino: si vives con medias, vives a medias. 

Aterriza y disfruta lo que puedas.

martes, 6 de julio de 2021

El Mercedes antiguo

 

Hoy toca día chulo. Voy a hacer una entrevista de curro desde el lado bueno de la mesa. Juzgaré la valía de alguien y seré justo. Jugaré a ser Dios un rato.

En fin... que no. Que ni Dios ni leches. Me han mandado un candidato que conoce a no sé quién. Ha saltado todos los filtros de una tacada y aquí está, en la entrevista definitiva.

Me cuesta no prejuzgar. Imagino un niñato con aires de triunfador, de yuppie o algo así. Veintitantos tiene y se ha calzado perfiles mucho más potentes porque conoce a alguien. Estoy de una mala hostia que no veo porque al final se queda tras la puerta el que sabe y se la abrimos al que tiene contactos. Puta vida.

Le veo acercarse por el parking. Es alto y desgarbado y anda como un pistolero en una emboscada. Presenta una estudiada imagen de intelectual: traje arrugado, barbita, gafas de pasta. Hasta aquí, todo previsible.

Bueno, al tema, que llama a la puerta.

Saluda sin ganas, se sienta sin permiso y me mira casi desafiante reclinado en la silla. Ufffff. Mal empezamos.

Hablar con él es un coñazo. No se calla ni debajo del agua y me pone nervioso con su sonrisita obsequiosa y palabrería pedante. Usa un gesto que se nota ensayado ante el espejo: saca morros y achina los ojos, haciéndose el concentrado. Asiente lentamente con la cabeza ladeada. Menuda patada en la boca tiene...

Y hace otra cosa que me jode un huevo. Siempre me da la razón. Todo se la suda de forma mecánica. No sé expresarlo, pero es como cuando paseo con mi perro. Me muevo y se mueve. Me paro y se para. Cansa. La pierna me tiembla de la tensión.

Paso el dedo por las líneas de su CV y leo en voz baja los cursos de pago a los que ha asistido. Sigue asintiendo de medio lado. Pero hablando con él es cuando llego a la mejor parte.

- Así que canalla, rebelde y soñador…

- Justo.

- Y el señor ese del Mercedes antiguo?

- Es papá (pronunciado popó), que me ha traído a la entrevista.

Le despido con amabilidad, deseando que cierre la puerta antes de que se me escape una coz. Pedante engreído. Niñato.

Suena el teléfono al tiempo que el cierre de la puerta. El jefe. Quiere saber qué tal le ha ido al sobrino de presidente. Excelente, como no podía ser de otra manera. Qué coño voy a decir. Al final es o él o yo.

Cuelgo, tomo una pastilla contra la acidez y suelto una patada brutal a la papelera. Qué descanso, coño. Salto a la pata coja mientras veo al niñato chochar los cinco con el señor del Mercedes. Puta vida.


* - Que es broma. Pero podría ser cierto.


lunes, 19 de octubre de 2020

Certezas sin Alcohol

“Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa.”  
Jacinto Benavente


Siempre me ha gustado la cerveza. Y en otro tiempo también las copas, qué cojones.  Al fin y al cabo, por algo los griegos acudían a la melopea para estar más cerca de Dios. El alcohol es refugio, y también cárcel.

Acodarse en una barra y tomar algo es como quitar las capas de cebolla que envuelven una personalidad retraída.

Porque en ese núcleo interno hay muchas cosas entrelazadas que influyen en tu bienestar. Mucho. Tristezas que empañan alegrías y viceversa. Colores sentimentales que se entremezclan formando tonos difusos.

Pero vamos, que es tomar unas cervezas y los colores parecen separarse. Puedo reír a carcajadas o llorar si toca, pero siempre de forma nítida y exclusiva para ese tema.

Mola esa seguridad. Y más aún porque tiendo a la alegría más que a la tristeza. Me da por sonreír y pensar lo bonito que es el mundo. Pero sobre todo alcanzo certezas que en situación normal no tendría: veo con claridad las decisiones a tomar o a descartar. 

Con los años noto que me voy desprendiendo de algunas de mis capas de cebolla. Soy menos reflexivo en muchos aspectos y mis sentimientos están más cerca de la piel que antes. Decido mejor y con menos carga de conciencia.

Por eso, porque voy pudiendo hacerlo, un día iré de bares con mis amigos y pediré una ronda de certezas sin alcohol. Tendré que explicar que no es algo que el camarero pueda servirme, sino una sensación, un bienestar del alma.

Un "algo" por dentro que reconforta.

Lo entenderán. Sin duda.


P.D. - Alguien dijo que no iba a beber en toda esta semana acaba de llegar a casa con cinco cervezas en su interior pero por respeto a su intimidad no os voy a decir quién soy.


sábado, 10 de octubre de 2020

La última copa

Horas de calor y atasco para llegar a un sitio que siempre le desagradó. Otro viaje en el 600 familiar para llegar a ese pueblo de tejas rojas y pocas, muy pocas casas.
Siempre le enfadó ir. Le separaban de sus rutinas y amigos para sumergirle tres largos meses en un tedio de trigales y caminos de tierra que parecían no variar nunca. Además, la familia del pueblo le resultaba insoportable. Odiaba recibir besos de gente que no conocía.

Compartía el verano con unos pocos niños con los que llenaba las tardes pescando o jugando al fútbol. Los días eran el tiempo que transcurría entre una cruz tachada con rabia en el calendario y el deseo imperioso de poner la siguiente.

Pero aquel verano fue distinto. Vino ella, la prima de uno de los niños del pueblo. En mitad de aquellos días áridos, algo surgió. Sus miradas se desviaban al verse. Algo parecido a las hormigas paseaba por debajo se su piel. 

Un día que jugaban a los puños (eso de amontonar uno encima de otro formando una torre) sus manos permanecieron en contacto un instante más de lo debido. Y se sostuvieron la mirada por primera vez. Hasta que ambos sonrieron. Fue un segundo que pareció durar mucho. 

Dejó de hacer cruces en el calendario. Ahora deseaba que los días no transcurriesen tan aprisa. Así podría verla un rato más y seguir notando esas cosas que tanto le sorprendían pero a la vez le gratificaban. Sensaciones desconocidas que le quitaban el sueño.

Un atardecer frente a un trigal trajo su primer paseo de la mano. Y el primer beso. El verano se convirtió en una sucesión de horas frente al río hablando de todo y queriéndose como sólo se quiere al primer amor.
Grabaron sus nombres en el árbol más grande de la plaza del pueblo. Lo adornaron con un corazón y prometieron amarse para siempre.
Pero el verano acabó. Una noche se soltaron las manos y lloraron mientras se susurraban la eternidad.

El largo invierno se pausaba los martes, día en el que el buzón se llenaba con cartas escritas en elegante letra redonda. Las cartas de amor se sucedieron hasta que el verano volvió. Y con él los paseos, los besos y los atardeceres frente al río. Y en esas conversaciones se iba creando un futuro que les hacía felices: una casa grande llena de niños, una vida juntos en la que cada día sería una fiesta de amor.

Con el tiempo, el 600 se convirtió en un coche alemán más grande y los viajes pasaron de ser tediosos a una dolorosa espera que duraba todos los meses de invierno.

Tiempo después, cuando los martes eran ya la rutina más excitante de la vida invernal, pasó lo inesperado. No hubo carta. Pensó que quizá se había retrasado, pero transcurrieron los días y nunca llegó. Los días se apilaron lentamente formando meses y cada carta enviada sin respuesta pasaba de esperanza a dolor que le atenazaba el pecho.
Ese verano ella no fue al pueblo y nadie supo decirle nada. Simplemente su familia no había ido.
Se desplazó a la dirección a la que enviaba las cartas y allí tampoco la encontró. La familia entera se había esfumado sin decir nada.

Todos los años volvía al pueblo con la secreta ilusión de volverla a ver. Había razones de peso para no cambiar de vida. Debía quedarse allí, esperando a que volviera la que un día le juró amor eterno. Él ya no vivía en la antigua casa familiar, por lo que ella sólo tenía las señas de su casa del pueblo. No podía permitirse desaparecer justo cuando ella volviese.

Los años pasaron amargamente. El pueblo se fue vaciando de familia. Y la jubilación le llevó a la decisión que le pareció más sabia: irse a vivir al pueblo. Así la encontraría cuando volviese a buscarle.
Todas las tardes, con su andar dificultoso iba hasta la plaza y se acercaba al árbol para comprobar que todo seguía en su sitio. 
Después se sentaba siempre en el mismo banco, con la mirada perdida y los codos sobre los muslos mientras agarraba con las dos manos un viejo sombrero que hacía girar lentamente. En ocasiones, cuando se levantaba, remarcaba los nombres que llevaban ya más de 50 años grabados en la corteza del enorme árbol. 
Ya de vuelta en casa algunas veces, demasiadas, le preparaba una copa de cava en la mesa del salón. Sabía que ella volvería al atardecer y adornaba la mesa con una flor y dos copas perfectamente alineadas.

Una tarde de otoño le echaron en falta. Su andar renqueante hasta la plaza había dejado de ser una constante. Visitaron su casa. Y le encontraron muerto con una ilusa cara de felicidad. Estaba sentado en la mesa con la cabeza apoyada en las manos. Parecía sonreír. 

Frente a él, dos copas vacías. Una, la más alejada, tenía marcados unos labios en carmín rojo.

lunes, 15 de junio de 2020

En mi hambre mando yo



Nos han convocado a un Away Day. Un día de esos en que te llevan al campo a hacer el garrulo para generar team-building, o hacer equipo, o como lo quieran llamar en ese lenguaje fashion-gilipollen de las multinacionales.


Dudo que el Away Day vaya a ser un Guay Day. Nos llevan un par de días a un pueblo de playa, turístico, molón. Caro. Hasta ahí, bien. Pero tenemos que dormir en habitaciones compartidas. Como en el cole, pero con canas y lorzas.
Tan indeseable oferta no es aplicable a todos. Los directores -por algún privilegio feudal- dormirán en habitaciones individuales. Rayas en el suelo que separan categorías. Ellos pueden roncar o tirarse pedos a solas.

Se ha generado una polvareda importante. Corros con gente levantando los brazos ofendida por semejante desprecio. “O para todos o para ninguno”, “pues yo no voy”.
Semejante ofensa será defendida con el puño en alto. O no. Lo digo porque nos han mandado un correíto solicitando que confirmemos quien va o no.

Y aquí, el Quijote de barrio, la ha vuelto a liar. He dicho que no sin mentir ni poner excusas. Y he encontrado un páramo de silencio. Nadie se pronuncia –ni se niega a ir-, y ya no veo corros ofendidos. Me pierdo en decisiones heroicas que no tienen mucho sentido. A lo mejor hasta me gano una hostia gratis.

Como soy un idealista, me da por pensar en mi admirado José Luis Sampedro. Le recuerdo en una entrevista en la tele contando una anécdota escrita por Salvador de Madariaga en su libro "España". La historia se refiere a las vísperas de las elecciones de 1935 en un pueblo de Andalucía.
El señorito del pueblo, para comprar los votos de los jornaleros desempleados, mandó a uno de sus mayorales a la plaza de la localidad a darles instrucciones para votar al candidato recomendado por el cacique, al mismo tiempo que daba a los que no tenían trabajo uno o dos duros. Hasta que tropezó con uno en concreto, que le tiró las monedas al suelo y le dijo al enviado del señorito: "en mi hambre mando yo".

Como afirmaba Sampedro, al referirse a esta historia, ¿Qué se le puede decir a un hombre que no tiene nada? "Pues muy sencillo, que sea consciente, que tenga libertad interior y que se apruebe ante sí mismo", con honradez y con dignidad.

No hay nada como ser y sentirse libre. Aunque sea para llevarse hostias. 

domingo, 26 de abril de 2020

Pureza

Al final se supo. La sangre de los curados sanaría a los enfermos.

Por eso Juan, que hervía en fiebre mientras boqueaba por un poco de oxígeno, esbozó una breve sonrisa. Sabía que la pequeña Lucía lo había superado sin síntomas. Y eso, con suerte, le permitiría verla crecer.

Después de unas lágrimas silenciosas y un rato al teléfono, Paula, su esposa, consiguió un doctor y una cama para curarle.

El doctor habló con dulzura y seguridad a Lucía. Y le preguntó si daría su sangre a papá. No dudó antes de sonreír y afirmar intensamente: "¡¡¡Si, lo haré!!!."

Se tumbaron cara a cara. Y mientras la sangre fluía, Juan retomaba el color y Lucía iba empalideciendo en silencio. Con un hilo de voz, Lucía miró al doctor y le preguntó con seguridad: "¿A qué hora empezaré a morirme? Porque antes quiero abrazar a papá."

No había entendido al doctor; sólo quería regalarle la vida a su padre.

sábado, 25 de abril de 2020

La Tormenta

Fue culpa de ella -que joder, también está acojonada-, pero fue ella la que me metió el miedo en el cuerpo. Si me preguntas por el miedo más intenso que he sentido, te diré que fue ese, el que ella me transmitió. Mira que no me gustan las historias de terror -antes de dormir me desvelan- pero piqué en el anzuelo. Y sé que parece una tontería, pero desde entonces busco marcas por todas partes.
Ese día hablábamos en voz baja, ya tarde, en el salón de su casa. Intentaré ser fiel a sus palabras.

- Te voy a contar lo que pasó un fin de semana en que alquilamos una casa rural para montar una juerga -me dijo-. Tenía tantas ganas de que llegase el día que me escapé del trabajo. Después de un sinfín de curvas y caminos estrechos, allí estaba. Un caserón antiguo en mitad de un páramo. Llegué la primera y aparqué cerca de la puerta.

Hacía un frío tremendo. El suelo estaba escarchado y crujía al andar. Intenté darme prisa porque ya quedaba poco del día y la luz estaba en ese punto en el que parecía no haber sombras.
Me detuve a buscar la llave frente el portón de madera. No sé si fue por el frío, pero tuve que empujar con el hombro para abrir la puerta. En contraste con la luz de fuera, el pasillo parecía una cueva. Tardé un poco en ver algo, pero pude intuir unos peldaños que subían al piso de arriba y algunas puertas en los laterales del pasillo. La electricidad estaba desactivada. Tuve que usar el mechero para localizar el cuadro eléctrico y dar la luz. Una bombilla pelada iluminó el corredor. La primera impresión me causó respeto. La casa era rústica y parecía muy antigua, pero al menos estaba limpia. Dediqué un rato a recorrer las habitaciones encontrando muebles de caoba bien conservados y mucho trasto antiguo. Me quedé en la planta baja, en una habitación con chimenea y un ventanal que daba al páramo. Y joder, me sorprendió el silencio. No se oía ningún ruido, ni tráfico, ni pájaros. Nada. El silencio era tan denso que se notaba. Pensé que al menos podría descansar. 

He pensado mucho en ello, y creo que todo comenzó mientras colocaba el equipaje y escuché lo que parecía un trueno lejano. Desde la ventana se veía una tormenta, un rayo tras otro que encendían nubes negras que no dejaban de moverse hacia la casa. Comenzó a llover y se levantó viento. En minutos la lluvia se hizo más fuerte hasta que se convirtió en granizo. El cielo oscureció, y el estruendo del granizo parecía que iba a derribar la casa. Fue entonces cuando recibí el mensaje en el móvil: mis amigos, en vista del temporal, aplazaban el viaje hasta el día siguiente.

- Hasta aquí muy peliculero todo, ¿no? –comentó ella-. Chica sola en caserón solitario. No soy miedosa, pero la situación era incómoda.
 
Anocheció entre lluvia y viento. Decidí encender la chimenea para caldear la habitación. Entré en calor y me relajé en el sofá. Creo que en parte por el fuego y en parte por el cansancio caí rendida. Dormía cuando un ruido me despertó. No llovía y el silencio intensificaba cualquier sonido. Agudicé los sentidos y escuché pisadas en el pasillo. La piel se me erizó. Alguien bajaba por la escalera. Lo peor era que quien fuese no se molestaba en disimular, bajaba con pasos firmes.
Me levanté corriendo a cerrar el pestillo. Lo conseguí justo antes de que el pomo empezase a moverse con insistencia. El suelo de madera crujía en el pasillo y podía oír como arañaban la puerta. Estaba aterrorizada. Luego llegaron el frío y los ruidos. El aire se enfrió. El fuego seguía encendido, pero se enfrió tanto que veía el vaho de mi aliento. Y durante horas escuché llantos y susurros al otro lado de la puerta. 

Pasé la noche muerta de miedo, vigilando el movimiento del pomo de la puerta y escuchando ruidos que me ponían la carne de gallina. Intenté usar el teléfono pero no había cobertura. Fue la noche más larga de mi vida.
Al amanecer todo volvió a la normalidad. En segundos se recuperó una temperatura razonable -aunque no  dejé de temblar-, y se silenciaron los ruidos. Me atreví a mirar al páramo, y todo seguía como cuando llegué. No había huellas sobre el suelo escarchado y lucía un sol de invierno. Incluso mi teléfono había recuperado la cobertura. Mis nervios habían recuperado algo de temple, pero no podía quitarme de la cabeza lo que había pasado.

Horas después llegaron mis amigos. Dudaba tanto de mi coherencia que no me atreví a contarlo. Sabía que no me creerían y me resultaba más fácil atribuirlo a un mal sueño. Por eso les dije que la casa había estado ruidosa por la tormenta, sin entrar en más detalle. Su compañía me tranquilizó un poco más. Cuando me sentí serena revisé el exterior de la habitación, encontrando pisadas de distintos tamaños, como si fuesen de adultos y niños. También encontré arañazos en la puerta que formaban un símbolo parecido a la inicial de mi nombre tachada. Había que fijarse, pero allí estaba. Sentí un escalofrío. Quien fuese, conocía mi nombre.

Lo cierto es que el resto del fin de semana transcurrió tranquilo, pero no pude evitar sentir miedo cada vez que volvía a mi habitación.

Durante semanas pensé que lo que pasó esa noche fue una jugada de mi imaginación. Pero lo que me da miedo no es lo de aquella noche. Tengo miedo porque a veces el ambiente se enfría y escucho susurros. Y he vuelto a ver el símbolo. Lo he encontrado dibujado en el polvo de un armario, en el salpicadero del coche, e incluso en el aseo de un avión en vuelo. Demasiados sitios para ser una broma. Otras veces siento frío y puedo ver el vaho de mi aliento aunque haga calor.

Te cuento esta historia porque hoy he vuelto a ver el símbolo. Pensarás que se trata de la broma un amigo, ¿pero sabes qué? Que nunca le conté a nadie lo del símbolo. A nadie. Y sigue apareciendo.

- Me has puesto la carne de gallina –dije-.
- Impactante, ¿verdad? –preguntó ella.
- ¿Lo has novelado para asustarme?
- Vuélvete y mira el cristal de la ventana –me indicó con voz cansada.

Allí, en la condensación del cristal estaba la inicial de su nombre tachada. La marca era tan reciente que aún goteaba. El ambiente se enfrió y tuve que esforzarme para no temblar al escuchar llantos y susurros que venían del otro lado de la puerta. Entonces sentí miedo.

* - Estoy aprendiendo a escribir. Por eso publico cosas y pido perdón anticipadamente por mi torpeza narrativa. Aprender implica hacer el ridículo. Lo asumo y me disculpo.
Entre mi amor por los libros y mis limitaciones como escritor, si quiero escribir no puedo permitirme tener vergüenza.

martes, 21 de abril de 2020

Bucles

Juan, algo nervioso, bebe agua de una botella de plástico. Está a punto de grabar un monólogo en la televisión. El regidor le da paso. Respira hondo, da un último trago a la botella y recuerda las meriendas de su infancia.

Porque de crío, a Juan le encantaba ver pelis cómicas mientras merendaba un sándwich con una botella de agua al lado. Al acabar, tiraba la botella al cubo amarillo. 

Aún no lo sabía, pero entonces empezaba ya a perfilar la idea de que de mayor quería hacer reír. 

Pasaron los años y Juan llegó a la universidad. Aquellas botellas de la infancia, tras un reciclaje, se habían convertido en una nueva botella que llevaba en su mano. Jugaba con ella de camino a la facultad mientras pensaba en escribir monólogos.

Años después Juan descubrió que le aburría la rutina del banco. Cada día, después de comer, limpiaba el tupper, depositaba la botella en el contenedor y miraba su reloj pensando en la hora de salir. Si era martes, al menos vería su programa de humor favorito y podría durante un rato olvidar tantas bolas de papel con borradores de sus textos.

Y llegó el día. Mientras esperaba a que su jefe le recibiera, Juan jugueteaba con su botella. Por fin se había decidido: iba a comunicar que no quería seguir en aquel trabajo. Y mientras observaba el plástico envase, pensaba que, si la botella de plástico puede reciclarse, él también.

Hoy Manuel, niño inquieto, disfruta viendo cómicos en la tele mientras cena. Acaba de ver a un tal Juan. Le ha encantado. Y cree que, aunque todavía es un niño, a él también le gustaría dedicarse a eso. Termina su botella de agua y la deja en el cubo amarillo sin saber que parte de esa botella un día estuvo en manos de Juan.

lunes, 2 de marzo de 2020

La Emergencia espontánea del orden. O lo que coño signifique eso.




Dios nos habla a veces tan claro, que parecen coincidencias.
Doménico Cieri Estrada




Os contaré una anécdota de esas que me molan: Anthony Hopkins, el actor, fue contratado para hacer la peli “Mujer de Petrovka”. Nada más enterarse de su nuevo papel salió a comprar la novela en que se basaba el guión pero no la encontró en ninguna librería. 
Luego, al regresar a su casa en metro, encontró ese libro, justo ese, abandonado en un asiento. Por supuesto le pareció una casualidad extraordinaria. Pero lo más asombroso fue que el libro que encontró, totalmente subrayado, era del autor de la novela, George Feifer, que lo había perdido.

¿Flipante? Quizá no tanto. 
Hay una teoría, chunga para mí, llamada Emergencia espontánea del orden. Resulta que el psicólogo Gustav Jung, el físico Wofangan Pauli y el escritor Arthur Koestler han coincidido en atribuir las coincidencias significativas -lo que otros conocemos como casualidades- a la intervención de un principio universal no causal que opera con total independencia de las leyes físicas conocidas. 
Un principio que se revelaría a través de las casualidades altamente improbables y con sentido para sus protagonistas. Esta “ley” sería como un principio rector de nuestras vidas, nos llevaría del caos al orden y guiaría nuestros pasos o nos salvaría en momentos de peligro.

Así que hay “casualidades altamente improbables”… Veamos.

Creo que en algún post anterior confirmaba mi retorno a la vida normal, a un trabajo como todos. Confirmo también la existencia de algún imbécil de gran calibre. Que es y está, pero estoy vacunado de esas cosas después de tanto Borja Mari soportado. 

El espécimen trepador de aquí tiene figura de señora de buen comer con voz de pito. No pide ni solicita, ordena. Monserrat Caballé en edición poligonera. La Montse, qué cojones.

Gracias a Dios no compartimos terreno de juego y me limito a sentirla de lejos, unas pocas mesas detrás de mí. Ufffff, me ha pasado rozando. 

Menos mal. Porque los tics de la Montse me resultan reconocibles. Mucho. Los he visto antes en otro sitio. Es de esas que cuando acaba el curro toma copas o cena con la autoridad competente. Con su jefa, vamos. Cualquier día entre semana. Muchas mañanas percibo un color amarronado en la comisura de sus labios. De tanto comerle el culo a la autoridad. A la competente.

En el fondo lo que me llama la atención es lo de arriba, eso de las casualidades raras. Porque como dicen esos señores importantes, hay un orden oculto. La Montse cayó por aquí con la consultora para la que trabajaba. Podrían haber contratado a cualquier otra consultora del planeta, pero no, tocó esta. E incluso desde su empresa, podían haber mandado a otras personas. O aún mejor, podrían no haberla contratado.
Porque la Montse venía a implementar un proyecto y al final se la quedaron. Craso error. 
No fue la única a la que adoptaron en mi departamento, pero de la tropa con la que vino era de largo -y sigue siendo- la persona más despreciable. Dos de sus “compañeras” ya han sucumbido a sus maneras y después de derramar demasiadas lágrimas incontroladas han pedido la cuenta y se han largado. Bien por ellas, que han vuelto a sonreír. Otros pobres a su servicio que todavía circulan por aquí ya sufren dolores estomacales que apuntan a úlceras.

Y vuelta a la casualidad. No lo vais a creer, pero la Montse es amiguita de Borja Mari. Resulta que nuestro despreciable amigo y la Montse trabajaban juntos hasta el día antes de venir a mi departamento. Definitivamente la aguas fecales del destino circulan por tuberías comunes. Se juntan en el mismo sitio. El antro de donde viene debía ser para verlo con estos dos. Granja urbana de joputas. Escrito en luces de neón.

Me enteré de milagro. Un día, volviendo de comer, una compañera mencionó a Borja Mari. La Montse, que estaba delante, puso cara de interés. Iba a decir algo, pero en el mismo instante otra compañera definió a Borja Mari como “un cabrón” y especificó que la autoridad competente le definía como “un hijo de puta” y que no podía ni verle.
La Montse estaba a punto decir algo cuando escuchó las palabras mágicas. Tenía la palabra ya engranada en la boca y la dejó a medias. Apretó la mandíbula y redujo el paso para quedar por detrás de nosotros y salirse de la conversación.

Fue llegar a la oficina y confirmar mis sospechas. LinkedIn verificó una genealogía laboral común. Y de paso que las putas casualidades no existen. Que los vericuetos del destino hacen círculos y terminan en la casilla de salida.

Cagüen tó.

miércoles, 12 de febrero de 2020

El entrevistador

Tengo la mente distraída. Frente a mí, al otro lado de la mesa, hay un gordo asqueroso. Suda y se intuyen manchas de sudor en los sobacos. Puedo ver saliva reseca en la comisura de sus labios. El traje le queda pequeño. La chaqueta le va a estallar de un momento a otro y debo tener cuidado porque si me atiza un botonazo me arranca la cabeza. Pero lo peor de todo es su boca. Parece el agujero de un culo. Redonda. Pequeña. Arrugada. Qué asco, coño.

Lo malo es que estoy en una entrevista de trabajo y hace ya una hora que aguanto sus preguntas incordiantes: que si sé usar una calculadora, que si sé poner un café o hacer una fotocopia. En fin, que se nota que valora mi título de Ingeniería. Le observo y no puedo quitarme de la cabeza que es una de las personas más repugnantes que he visto.

El gordo disfruta abusando de su posición y riéndose de mí. Porque esto parece más un interrogatorio policial que una entrevista. Me ha preguntado lo mismo veinte veces, del derecho y del revés, intentando encontrar contradicciones que sólo existen en su mente oronda.

Me vuelvo evadir. De repente me doy cuenta de qué va todo esto. Resulta que la entrevista es el pequeño momento de gloria del obeso. Es el placer supremo del hombre-porcino, el preciso momento en que su vida reseca se convierte en un oasis. Por unos minutos se siente superior a los demás.

Entonces vuelvo a la entrevista y pienso que los 600 Euros que me ofrece no son para tanto. Mi dignidad vale mucho más que eso. Escucho lejanamente que el gordo dice con voz babeante "en mis 10 años de experiencia..." Aprovecho el momento para levantarme lentamente. Me abotono la chaqueta mientras me giro y salgo sin abrir boca.

Casi ni me doy cuenta pero me voy sonriendo. Soy libre, y mientras me pierdo entre calles abarrotadas me da por pensar que el señor que me ha entrevistado nunca ha tenido 10 años de experiencia.
Tiene media hora de experiencia repetida durante 10 años.


* - Va por los que están en paro o buscan su primer trabajo. Para que nunca se encuentren en situaciones similares.

viernes, 10 de enero de 2020

Tiempo

Hace tiempo que mi muñeca izquierda es huérfana. A los 32 años noté que me picaba la muñeca con persistencia, justo debajo del reloj.

Intenté resistirme, pero pasaban los días y el picor se incrementaba hasta convertirse en obsesión.

Examiné cuidadosamente la correa del reloj. Estaba en buen estado. Aun así decidí cambiarla por otra, de titanio y antialérgica. Cara, pero según el vendedor, infalible. Ya. Durante tres días exactos. Porque al cuarto me picaba más que antes.

Acabé desistiendo y me quité el reloj. Empecé a llegar tarde a las reuniones. Comía en horarios irregulares y empleaba más tiempo del debido en algunas tareas. Pero también me di cuenta de que todo era más elástico. La tensión de los plazos que me aprisionaban se difuminaba. Mi agenda no era tan intensa. Me avisaban de las reuniones justo cuando comenzaban. Y duraban hasta que los temas se cerraban, no hasta una hora planificada.

Y en mi tiempo libre empecé a comer cuando tenía hambre y a dormir cuando tenía sueño. Me levantaba cuando estaba descansado. Mi vida empezó a llenarse de ratos y ratitos mientras se vaciaba de horarios y agendas.

Años después reflexioné y se me ocurrió ponerme una pulsera en la mano izquierda. De cuero, como la del reloj. No pasó nada. Luego una de acero, y después una de titanio. Tampoco pasó nada. Al final me las quité todas.

Mi piel no era alérgica al reloj. Lo era mi alma.

No sé para qué llevaba reloj si nunca tenía tiempo para nada.